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Neruda

LA ESPADA ENCENDIDA

 
La espada encendida
[1969 - 1970]



EL POETA COMIENZA A CANTAR

Lo cierto es que en la cordillera necesaria,
bajo el volcán de siete lenguas, allí
donde por todas panes la voz vertiginosa
del agua, hija nevada, descendió,
nada puede nacer sino los días en el bosque,
temblorosos de viento y de rocío.

La voluntad de los motores se consumía lejos:
el humo de los trenes iba hacia las ciudades
y yo, el empecinado, minero del silencio,
hallé la zona sombra, el día cero,
donde el tiempo parecía volver
como un viejo elefante, o detenerse,
para morir tal vez, para seguir tal vez,
pero entre noche y noche se preparaba el siguiente,
el día sucesivo como una gota.

Y aquí comienza esta sonata negra.



RHODO Y ROSÍA

Rhodo, pétreo patriarca, la vio sin verla, era
Rosía, hija casorea, labradora.

Ancha de pechos, breve de boca y ojos,
salía a buscar agua y era un cántaro,
salía a lavar ropa y era pura,
cruzaba por la nieve y era nieve,
era estática como el ventisquero,
invisible y fragante era Rosía Raíz.

Rhodo la destinó, sin saberlo, al silencio.

Era el cerco glacial de la naturaleza:
de Aysén al Sur la Patagonia infligió
las desoladas cláusulas del invierno terrestre.

La cabeza de Rhodo vivía en la bruma,
de cicatriz en cicatriz volcánica,
sin casar a caballo, persiguiendo
el olor, la distancia, la paz de las praderas.



APARICIÓN

Y fue allí donde ella se apareció desnuda
entre nieves y llamas, entre guerra y rocío,
como si bajo el techo del huracán se encendiera
un vuelo de palomas perdidas en el frío
y una de ellas cayera contra el pecho de Rhodo
y allí hubiera estallado su blancura-



DESDE LAS GUERRAS

Rhodo el guerrero había transmigrado
desde los arenales del Gran Desierto:
la edad de las lanzas verdes vivió, el trueno
de las caballerías, la dirección del rayo.

La sangre fue bandera del terrible.

La muerte lo enlutó de manera espaciosa
como a tierra nocturna,
hasta que decidió dedicarse al silencio,
a la profundidad desconocida,
y buscó tierra para un nuevo reino,
aguas azules para lavar la sangre.

(En el extremo de Chile se rompe el planeta:
el mar y el fuego, la ciencia de las olas,
los golpes del volcán, el martillo del viento,
la racha dura con su filo furioso,
cortaron tierras y aguas, las separaron: crecieron
islas de fósforo, estrellas verdes, canales invitados,
selvas como racimos, roncos desfiladeros:
en aquel mundo de fragancia fría
Rhodo fundó su reino.)



LAS ESTATUAS

Sus setenta mujeres se habían convertido en sal,
y por los monasterios, de la naturaleza,
fuego y rencor, Rhodo contempló las estatuas
diseminadas en la noche forestal.

Allí estaba la que parió sus hijos errantes:
Niobe, la roja, ya sin voz y sin ojos
erigida en su olvido de alabastro.

Y allí también prisionera, Rama, la delicada,
y Beatriz de tan interminable cabellera
que cuando se peinaba llovía en Rayaruca:
caía de su cabeza lluvia verde,
hebras oscuras descendían del cielo.
Y Rama, la que robaba frutas,
trepada a la incitante tormenta como a un árbol
poblado de manzanas y relámpagos.

Y Abigail, Teresara, Dafna, Leona,
Duiceluz, Lucía, Blancaflor, Loreto,
Cascabela, Cristina, Delgadina,
Encarnación, Remedios, Catalina, Granada,
Petronila, Doralisa, Dorada, Dorotea,
allí bajo las bóvedas de cuarzo, yacían
mudas, ferruginosas, quemadas por la nieve
o elevaban piernas y pechos cubiertos de musgo,
roídas por las raíces de árboles imperiosos.



EL SOLITARIO

Rhodo, en la soledad, entre las muertas,
cubría su corazón con lianas indomables:
no quería nada de aquel esplendor:
no tenía la culpa de aquellas estatuas rotas:
ellas acompañaron su pasado
y sus formas nacieron
como peñones de ágata o como cuerpos
de cascada en la selva: la insistencia
que con un rayo inmóvil destruye como el mar.

Pero él llegó a Araucaria con un mandato:
la salud de la selva; la virginal vigencia
del primer hombre y su primer deber
fue sólo una infinita soledad.



LA TIERRA

Por sobre los follajes de Traihuán
vuela la lentitud de los flamencos
hacia las aguas de Pichivar y Longoleo.

La bandurria salpica con canto de cuchara
la dulzura fluvial de estas oceanías,
el ave carpintera reparte en los raulíes
una correspondencia con gotas de rocío,
el puma abre los ojos y desarrolla el miedo:
todo vive en la selva fría que se parece a la muerte:
dentro de cada sombra crece un vuelo,
las garras viven entre las raíces.



EL AMOR

Rosía desnuda en la agricultura enmarañada,
Rosía blanca y azul, fina de pétalos,
dara de muslos, sombría de cabellos,
se abrió para que entrara Rhodo en ella
y un estertor un trueno
manifestó la tierra:
el río torrencial saludaba a la luna:
dos estirpes contrarias se habían confundido.

Y de pronto el gigante de la gran cordillera
y la fragancia hija de la nieve
se sintieron desnudos y se destinaron:
eran de nuevo dos inocentes perdidos,
mordidos por la serpiente de fuego,
otra vez solos en el ¡ardín original.

La escarcha del nuevo día se complicó en la hierba,
la nupcial platería que congeló el rocío
cubrió el inmenso lecho de Rosía terrestre,
y ella entreabrió entre sueños otra vez su delicia.
para que Rhodo penetrara en ella.

Así fue procreado en la luz fría
un nuevo mundo interno
como un panal salvaje
y otra vez el origen del hombre remontó
todo el secreto río de las edades muertas
a regar y cantar y temblar y fundar
bajo la poderosa sombra blanca
de los volcanes y sus piedras magnéticas.



EL HALLAZGO

El fundador detuvo el paso: Rosía Verde
parecía un pedazo desprendido a la luna:
un cuerpo horizontal caído de la noche:
un silencio desnudo entre las hojas.

Amó de nuevo Rhodo con tormento,
con furia sigilosa, con dolor:
cada sombra en sus ojos le parecía un desdén,
y la inmovilidad de su novia campestre
hizo dudar a Rhodo de la dicha:
a quién reservó la suave su suavidad de musgo?
para quién destinó sus anteriores manos?
en qué estaba pensando con los ojos cerrados?
Pedía posesión de su cuerpo y su miel,
de su cada minuto y cada pelo,
posesión de su sueño y de sus párpados,
de su sexo hasta el fondo, de sus pies labradores,
de su pasado entero, de su día siguiente,
de sus sutiles huellas en la nieve
y mientras más la tuvo, devorándola
en el abrazo cuerpo a cuerpo que los aniquilaba,
él parecía consumirla menos,
como si la galana de los bosques, la huérfana,
la muchacha casual con aroma de leña
hubiera abierto una herida como un pozo sus pies
y por allí cayera el trueno que él trajo al mundo.

Rhodo reconoció su derrota besando
en la boca de Rosía su propio amor salvaje
y ella se estremeció como si la quemara
un rayo de oro que encendió su sexo
y paseó el incendio sobre su alma.



LAS FIERAS

Se deseaban, se lograban, se destruían,
se ardían, se rompían, se caían de bruces
el uno dentro del otro, en una lucha a muerte,
se enmarañaban, se perseguían, se odiaban,
se buscaban, se destrozaban de amor,
volvían a temerse y a maldecirse y a amarse,
se negaban cerrando los ojos. Y los puños
de Rosía golpeaban el muro de la noche,
sin dormir, mientras Rhodo desde su almena cruel
vigilaba el peligro de las fieras despiertas
sabiendo que él llevaba el puma en su sangre,
y aullaba un león agónico en la noche sin sueño
de Rhodo, y la mañana le traía
a su novia desnuda, cubierta de rocío,
fresca de nieve como una paloma,
incierta aún entre el amor y el odio,
y allí los dos inciertos resplandecían de nuevo
mordiéndose y besándose y arrastrándose al lecho
en donde se quedaba desmayada la furia.



EL HOMBRE

Ciento treinta años tenía Rhodo, el viejo.
Rosía sin edad era una piedrecita
que el mismo viento de Nahuelbuta amarga
hubiera suavizado como una intacta almendra:
bella y serena era como una piedra blanca
en los brazos de Rhodo, el milenario.



EL CONOCIMIENTO

Varona, dijo el señor silvestre,
por qué sabemos que estamos desnudos?
Todos los frutos nos pertenecían
y los siete volcanes iracundos supieron
que sin tus ojos yo no podía vivir,
que sin tu cuerpo entraba en la agonía
y sin tu ser me sentía perdido.

Ahora la ciudadela sin murallas,
las cascadas de sal, la luna en los cipreses,
la selva de rabiosas raíces, el silencio,
los muermos estrellados, la soledad vacía,
acuática, volcánica, la que busqué a pesar
y en contra de mí mismo, el reino amargo,
tempestuoso, fundado a sol y a lluvia,
con las estatuas muertas del pasado
y el rumor de la primavera en las abejas del ulmo,
la espesura que el canto del chucao taladra
como risa o sollozo o exhalación o fuga
y los nevados de Ralún, donde comienza
el terrible archipiélago con sus campanas de frío,
Varona mía, Evarosa, Rosaflor,
se despiden de mí, porque sabemos.

Es la selva del árbol de la vida. El racimo
de cada planta, el peso de la fruta salvaje,
nos nutrió de repente, y estuvimos desnudos
hasta morir de amor y de dolor.



LA CULPA

El sufrimiento fue como una sangre negra
que por las venas subió sin descanso
cuando el goce bajaba del árbol de vida:
allí estaban los dos hijos terribles del amor desdichado
en una selva
que de pronto se unió, piedra y enredaderas,
para ahogarlos sin ruido de agua entre las hojas,
para darles tormento en cada beso,
para empujarlos hacia la salida glacial.
Comenzaron por huirse y llamarse,
por agredirse en pie y amarse de rodillas,
morder cada rincón de los cuerpos amados,
herirse sin tregua hasta morir cada día
sin comprender, rodeados por los bosques hostiles
que compartieron algo y no sobrevivieron,
algo probaron que les quemó la sangre
y la naturaleza, nieve y noche,
los persiguió de nieve en nieve y noche en noche,
de volcán en volcán, de río a río,
para darles la vida o aniquilarlos juntos.



EL POETA INTERROGA

Ahora, el que cuenta esta historia te pregunta, viajero,
si Dios no visitó sus patagonias,
si allí, en el último Edén, el de los dolores,
nadie apareció sentado en el cielo,
quién o qué cosa, trueno o árbol o falso dios,
dictó de nuevo el castigo para los amorosos?



SOBREVIVIBNTES

Qué había pasado en la tierra?
Es este último hombre o primer hombre?
En tierras desdichadas o felices?
Por qué fundar la humanidad de nuevo?
Por qué saltaba el sol de rama en rama
hasta cantar con garganta de pájaro?
Qué debo hacer, decía el viento,
y por qué debo convertirme en oro,
decía el trigo, no vale la pena
llegar al pan sin manos y sin bocas:
el vacío terrestre
está esperando fuera
o dentro del hombre:
todas las guerras nos mataron a todos,
nunca quedó sobreviviente alguno.

De la primera guerra
a piedra y luego
a cuchillo y a fuego
no quedó vivo nadie:
la muerte quiso repetir su alimento
e inventó nuevos hombres mentirosos
y éstos ahora con su maquinaria
volvieron a morirse y a morirnos.

Caín y Abel cayeron muchas veces
(asesinados un millón de veces)
(un millón de quijadas
y quebrantos)
murieron a revólver y a puñal,
a veneno y a bomba,
fueron envueltos en el mismo crimen
y derramaron toda su sangre cada vez.

Ninguno de ellos podía vivir
porque el asesinado era culpable
de que su hermano fuera el asesino
y el asesino estaba muerto:
aquel primer guerrero
murió también cuando mató a su hermano.



LA SOLEDAD

Rhodo al dejar atrás lo que se llama el pasado
dejó de ser el cómplice del crimen, de un crimen,
de lo que había sido y no sido, de los demás, de todos,
y cuando se vio manchado por sangre
remota o anterior o presente o futura
rompió el tiempo y llegó a su destino,
volvió a ser primer hombre sin alma ensangrentada,
no huyó: era más simple que eso:
estaba otra vez solo el primer hombre
porque esta vez no lo quería nadie:
lo rechazaron las calles oscuras,
los palacios desiertos,
ya no podía entrar en las ciudades
porque se había ido todo el mundo.

Ya nadie, nadie lo necesitaba.

Y no sabía bien si era harina o ceniza
lo que quedaba en las panaderías,
si peces o serpientes
en el mercado después del incendio,
y si los esqueletos olvidados en las zanjas
eran sólo carbón o soldados que ardieron.
El redivivo se comió territorios,
primaveras heridas, provincias calcinadas:
no tuvo miedo, había
salido de sí mismo:
era una criatura
recién creada por la muerte,
era el sonido de una campana rota
que azota el aire como el fuego,
estaba condenado a vivir
fuera del aire oscuro:
y como este hombre no tenía cielo
buscó la enmarañada rosa verde
del territorio secreto:
nadie allí había matado una paloma,
ni una abeja, ni un nardo,
los zorros color de humo bebían con los pájaros
bajo la magnitud virgen del avellano:
el albatros reinaba sobre las aguas duras,
el ave carpintera trabajaba en el frío
y una gran lengua clara que lamía el planeta
bajaba del volcán hacia los ventisqueros.



EL REINO DESOLADO

Ved el recinto huraño
de Rhodo, el fundador,
la acción, el desvarío
entre follaje y bestias,
el paraíso de agua y soledad
y las estatuas del amor pasado
abandonadas hasta por sus sueños:
hasta que el hombre solo necesitó mujer
y como sombra agazapó su ciencia
de cazador maldito y olvidado.
Ya no podía nacer de su cuerpo
porque en su cielo no mandaba nadie.
Él era su propio cielo verde.
El rey de la espesura
se convirtió en mendigo.
Buscó el amor a tientas en el bosque.

Así pasaron las cosas.



ALGUIEN

Se movía, era un hombre,
el primer hombre.
Se hizo los ojos para defenderse.
Se hizo las manos para defenderse.
Se hizo el cráneo para defenderse.
Luego se hizo las tripas
para conservarse.

Tembló de miedo, solo
entre el sol y la sombra,

Algo cayó como una fruta muerta,
algo corrió en la luz como un reptil.
Le nacieron los pies para escapar,
pero crecieron nuevas amenazas.

Y tuvo tanto miedo que encontró a una mujer
parecida a un erizo, a una castaña.
Era un ser comestible
pero aquel hombre la necesitaba
porque eran los dos únicos,
eran los renacidos de la tierra
y tenían que amarse o destruirse.



ROSÍA LIBERADA

Cuando se desplomó la ciudad de oro
ignorada en la selva, los Césares murieron
bajo el peso metálico de sus propios castillos.

El terremoto destrozó el orgullo,
volvió la selva a devorar
con lianas y raíces el esplendor amarillo,
y como el mar levanta la amargura en la ola
así la tierra alzó su paroxismo
recobrando de nuevo espacio puro.

Allí quedó vacía como un anillo de oro
que cae y rueda desde un dedo muerto
la secreta ciudad que los conquistadores
no alcanzaron: derrotó la codicia
pero cayó tragada por la tierra.

De los escombros áureos salió una luz dorada,
sola sobreviviente, Rosía montesina,
hija imperial de los dinastas muertos,
entendida en los frutos de la selva,
de manos transparentes y de pezones de oro.

Huyó de la ciudad aniquilada,
atravesó las aguas bruscas, quebrantó
la espesa hostilidad de las espinas:
árboles que dormían, peñascos como dientes,
animales hirsutos, fuego blanco de lava,
y anduvo hasta volver a la pureza,
al animal perdido entre las hojas.



DOS

Los resurrectos, el antiguo varón
y la joven varona centelleante
fueron dos enemigos en la selva,
eran los dos dragones que se acosaban,
en la noche los cuatro ojos fosforescentes
que se temían, y el rencor y el amor
los devoraban sin dejarlos dormir.
Se llamaban a través de millones de hojas,
a través del silencio general de los bosques.
Se llamaban como se llaman las raíces
creciendo en la oscuridad uno hacia otro.

Todo estaba ferviente de espinas que surgían.
El mundo era una copa de terror
y los pies que avanzaban hacia los otros pies
o la boca que abría la noche con un beso
hallaban la dureza compacta de la sombra
y los amantes iban extraviados
sin conocer que se pertenecían:
sin probarse o morderse ni quemarse en
el éxtasis.

Oh pobres dos, oh varón y varona
destinados a ser uno solo, otra vez,
y sin saberlo, bajo la arboleda
y no saberlo, con la Cruz del Sur
recién lavada sobre sus cabezas,
y no saberse hiriéndose en la zarza
del amor enemigo que los encendería.



invierno en el sur

Aquel invierno de color de hierro
cayó sin tregua sobre el sol antártico
apagando hasta el último latido de la luz:
piedra y follaje se vistieron de nieve,
bestias hurañas taladraban
la oscuriddad con golpes subterráneos
y caía la lluvia de alas negras
sobre el techo de Rhodo y de Rosía.

Los ríos se vistieron de vestigios, maderas,
raíces calcinadas, caballos derramados,
nidos de inmensos pájaros que transportaba el río
como si los llevara a otro planeta.

La tempestad no tenía medallas:
era un cielo sin fin y sin relámpagos,
no transcurría, parecía un muro
sosegado en la furia, desplegado
como el metal de un abanico atroz
sobre un tambor golpeado por el viento.

El Edén recobrado se estremecía de llanto,
se adelgazaba como delirio de violín,
amenazaba como los dientes de la selva,
con los ojos salvajes del agua regional,
y los dos destinados a repoblar el reino
se abrazaron, inmóviles bajo el terror del mundo.



EL AMOR

Nadie conoce como los dos solos,
los destinados, los penúltimos, los que se hallaron
sin otro parecido que ellos mismos,
nadie puede pensar, lejos de los orígenes,
que una mujer y un hombre reconstruyan la tierra.

Y la pareja en plena soledad, agredida
por odio y tempestades de la naturaleza
sufrió y siguió bajo el follaje negro
buscando la infinita claridad exterior
hasta que sólo en sí mismos y en su fuego,
cuerpo a cuerpo, y a golpes de brazos y de besos
fueron hallando un túnel largo como la vida
que los unió, sellándolos, en un solo camino,
alarmados, heridos, espiados por el bosque
que con ojos malignos acechaba
hasta seguir cayendo en la alegría
con el peso total de la tierra en sus huesos.

El temor, el amor, el dolor los golpeaban
y de un incendio a otro despertaron
para andar sin saber hasta perderse.



LOS CONSTRUCTORES

Rhodo, el refundador, sobreviviente,
y Rosía, la rosa de la tierra perdida,
no imaginaron sus deberes sobrehumanos:
persistir y crear el reino limpio,
paso a paso, cavando, sin pasado,
construyendo de nuevo el esplendor
sin sangre ni ceniza.
Pero el Edén amargo
de las montañas, la loca latitud de los ríos,
la amenaza nevada de los siete volcanes,
el espacio que abría la boca una vez más,
tragándolos, llevándolos entre espina y espina
como en una oceánica guerra sin regimientos,
sin más tambor que el trueno, y adelante
y atrás, arriba, abajo,
aquel reino erizado que continuaba hacia el Polo,
y ellos solos, los dos, palpitando, perdidos
sobre la inmensidad de su soberanía.



LA VIRGEN

Ella le dijo: Fui piedra de oro
de la ciudad de oro, fui madera
de la virginidad y fui rocío.
Fui la más escondida de la ciudad secreta,
fui la zorra selvática o la liebre relámpago.

Aquí estoy más inmóvil que el muro de metal
sostenida por una enredadera o amor,
levantada, arrastrada, combatida
por la ola que crece desde tus manos de hombre.

Cuando hacías el mundo me llamaste
a ser mujer, y acudí
con los nuevos sentidos que entonces me nacieron.

Yo no sabía que tenía sangre.

Y fui mujer desde que me tocaste
y me hiciste crecer como si tú me hubieras
hecho nacer, porque de dónde
sino de ti salieron mis pestañas,
nacidas de tus ojos, y mis senos
de tus manos hambrientas, y mi cuerpo
que por primera vez se encendió hasta incendiarme?
Y mi voz no venía de tu boca?

No era yo el agua de tu propio silencio
que se iba llenando de hojas muertas del bosque?

No era yo ese fragmento de corteza que cae
del árbol y que pierde, condenado
a una unidad perdida, su solitario aroma?

O Rhodo, abrázame hasta consumirme,
bajo el follaje de los bosques oscuros!

Es tu amor como un trueno subterráneo
y ya no sé si comenzamos el mundo
o si vivimos el final del tiempo.

Bésame hasta el dolor y hasta morirme.



EL GRAN INVIERNO

Es la época de la nieve sola en la estepa,
del silbido corpóreo contra el volcán austral
cuando el viento abocina su garganta
y hoja por hoja llora la lluvia en los raulíes.

Cercado está el amor sin puertas ni paredes,
la noche hostil, la soledad fragante,
las ramas enemigas de la selva,
la pradera de sueño blanco y cruel
y más arriba como el dios de la dureza
el volcán comenzó a mostrar su sangre.

Nieve, sangre sombría, fuego descabellado
rodearon el recinto de los últimosy la que huyó de un reino destruido
y el que salió a fundar un dominio orgulloso
de pronto se quedaron solos con el amor.

Y fueron oprimidos por su dicha terrible.



LOS OBSTRUCTORES

Porque el espacio los atropello
hasta enterrarlos en un solo ser,
en la unidad del fuego perseguido,
y nunca tuvo tanta soledad el amor
como si en vez de hacer de nuevo el mundo
hombre y mujer allí se destinaron
a devorarse como dos águilas hambrientas.

Porque de tanta amarga geografía,
reino, extensión, descubrimiento, fatiga,
como una maldición de la naturaleza
se convirtieron en dioses desamparados,
vencidos por la furia del relámpago,
aniquilados por el amor hostil.



LA CADENA

No hablaban sino para desearse en un grito,
no andaban sino para acercarse y caer,
no tocaban sino la piel de cada uno,
no mordían sino sus mutuas bocas,
no miraban sino sus propios ojos,
no quemaban carbón sino sus venas,
y mientras tanto el reino despiadado temblaba,
crecía la crueldad del viento patagónico,
rodaban las manzanas crueles del ventisquero.

No había nada para los amantes.
Estaban presos de su paroxismo
y estaban presos en su propio Edén.

De cada paso hacia la soledad
habían regresado con cadenas.

Todos los frutos eran prohibidos
y ellos lo habían devorado todo,
hasta las flores de su propia sangre.



RHODO HABLA

Él le dijo: He caído
en tu insondable transparencia. Veo
alrededor de mí, como en el agua,
debajo de un cristal, otro cristal.

Y me ahogo en un pozo cristalino.

Por qué has venido y de dónde has venido?
No puedes ahora volver a la ceniza
de la ciudad de oro? Adonde voy sin ti
y adonde voy si se termina el mundo?

Si tu reposo no me da reposo
qué haré yo con el fuego de Dios?

Si no saldrán mis hijos de tu cintura clara
qué dicha otorgaremos a la tierra?

Yo, Rhodo, destruí el camino
para no regresar. Busqué y amé
la paz deshabitada y la llené
de castillos, de amor imaginario,
hasta que tú, Eva de carne y hueso,
Rosía terrenal, rosa nutricia,
desnuda, incierta, sola, apareciste
y sin llamarte, entró tu escondida hermosura
en mi cama salvaje.
Yo reniego
de ti, vuelve a tu ciudad muerta,
regresa a tu quemado poderío!

Y continuó Rhodo: No separes
tu cuerpo del mío, ni un minuto.
Vive entre mis dos ojos, cabalga
mi nariz, deja que duerma
tu pelo entre mis piernas, deja enredados
tus dedos para siempre en mi deseo,
y que tu vientre ondule bajo el mío
hasta que el fuego de la sangre baje
hasta tus pies, encadenada mía.



HABLA ROSIA

Ella, Rosía, suave y salvaje, dice
Dirigiéndose a Rhodo, sin palabras:

Nací de tu estallido.
De un relámpago tuyo vine al mundo.
Mi cabellera era la noche,
La confusión, la soledad, la selva
que no me pertenece. Oh varón mío,
ancha es tu sombra y es tu sol penetrante
el que me reveló desde los pies
hasta mi frente, la pequeña luna
que te aguardaba, amor, descubridor de mi alma.

No eres tú gran espejo, Rhodo, en que yo me miro
y por primera vez yo sé quién soy?
No una rama de espinas peligrosas
ni una gota de sangre levantada en la espina,
sino un árbol entero con frutos descubiertos.

Cuando tú, primer hombre, descansaste una mano
sobre mi vientre, y cuando
tus labios conocieron mis pezones
dejé de ser la gota de sangre abandonada,
o la rama espinosa caída en el camino:
se levantó el follaje de mi cuerpo
y recorrió la música mi sangre.



SIGUE HABLANDO ROSÍA

Y continuó Rosía: Me vi clara,
me vi verde, en el agua del espejo
y supe que era ancha como la tierra para
recibirte, varón, terrestre mío.
Como un espejo tú reflejabas la tierra
con la extensión de tantos terrenos y dolores
que no me fatigué de mirarme en tus ojos
y viajé por tus grandes venas navegatorias.

Oh extenso amor, te traje la fragancia
de una ciudad quemada, y la dulzura
de la sobreviviente, de la que no encontró
a nadie en la espesura de un mundo clausurado
y errante anduvo, sola con mi herencia
de pesada pureza, de sagrada ceniza,

Quién me diría que se terminaba
el mundo y comenzaba con nosotros
otra vez el castigo del amor, el racimo
de la ira derribado por el conocimiento?



HABLA RHODO

Dice Rhodo: «Tal vez somos dos árboles
encastillados a golpes de viento,
fortificados por la soledad.
Tal vez aquí debimos
crecer hacia la tierra,
sumergir el amor en el agua escondida,
buscar la última profundidad
hasta enterrarnos en mi beso oscuro.
Y que nos condujeran las raíces».

Pero esto fue para comienzo o fin?

Yo sé, amor mío, que tu eternidad
es mía, que hasta aquí alcanzamos
medidos, perseguidos y triunfantes,
pero se trata de nacer o morir?

Dónde puede llevarnos el amor
si esta gran soledad nos acechaba
para escondernos y para revelarnos?

Cuando ya nos fundimos y pasamos
a través del espejo
a lo más ancho del placer pasmoso,
cuando tú y yo debimos renunciar
a los reinos perdidos que nos amamantaron,
cuando ya descubrimos
que nos pertenecía esta aspereza
y que ya nos tenía destinados
la tierra, el agua, el cielo, el fuego,
y tú, la sola, la maldita mía,
la hija del oro muerto de la selva,
y yo, tu fundador desengañado,
yo el pobre diablo que imitaba a Dios,
cuando nos encontramos encendidos
por la centella amarga que nos quema,
fue para consumirnos,
para inventar de nuevo la muerte?

O somos inmortales
seres equivocados, dioses nuevos
que sobrevivirán desde la miel?

Nadie nos puede oír desde la tierra.

Todos se fueron, y esto era la dicha.

Ahora, qué haremos para reunir
la colmena, el ganado, la humanidad perdida,
y desde nuestra pobre pureza compartir
otro pan, otro fuego sin llanto,
con otros seres parecidos a nosotros,
los acosados, los desiertos, los fugitivos?

A quién desde hoy daremos nuestro sueño?
A dónde iremos a encontrarnos en otros?
Vinimos a vivir o a perecer?

De nuestro amor herido
debe soltar la vida un fulgor de fruto
o bajar a la muerte desde nuestras raíces?



EL ENLUTADO

Rosía, cierra tus ojos pasajeros:
fatigada, resuelve la luz y enciende el vino:
duérmete y deja caer las hojas de tus sueños,
cierra tu boca y déjame que bese tu silencio.

Nunca amé sino sombras que transformé en estatuas
y no sabía yo que no vivía.
Mi orgullo me iba transformando en piedra,
hasta que tú, Rosía, despertando
desnuda, despertaste mi sangre y mis deberes.

Dejé la monarquía de luto en las montañas
y comprendí que volvía a sufrir.
Si bien tu amor me volvió al sufrimiento
abrió la puerta de la dicha pura
para que nos halláramos caídos
en el jardín más áspero y salvaje.



LA ESPADA SE PREPARA

Cuando nació el volcán no sabía
que se llamaba Muerte.
Iba creciendo con algunos truenos
y volaba la nieve
en su cabeza
como muchas palomas que murieran.

Allí creció y creció
más alto, más, más alto,
y tuvo un cuerpo azul
como un embudo
y ahora, soberano,
una corona,
diadema o rosa de agua.

Adentro tierra ciega,
tiempo ferruginoso
trabajaron
preparando la sílice,
el azufre, la furia:
todo era pedernal, visceras vivas,
latido celular, garras de fuego,
todo dormía en la amenaza
de la pavorosa herrería.

Se establecieron las olas de lava,
los estatutos de clavos ardientes:
de piedra a piedra se hizo la milicia
del volcán negro que subía al cielo,
del volcán blanco que descendería,
del volcán rojo, señor de la Tierra.



EL LLANTO

Por qué los ojos de Rosía se mojaron
entonces, como si vieran a través de la lluvia?

Por qué como dos piedras en el agua
velaron el fulgor de su alegría?

De dónde aparecía aquel tormento?

Era opresión el peso de la tristeza invisible?

Era ronco el lamento que escuchaba Rosía.

Adentro de su propio ser secreto
escuchó un crecimiento de campanas:
sonaba el agua en su profundidad.

Palpitaban los ojos de Rosía
como dos graves aves prisioneras,
como dos gotas de enlutada luz.



EL DOLOR

Hacia el mar, hacia el mar! dijo el creciente.
Hacia la ola! dijo la que no conocía
el mar, la desterrada de los Césares.

Ella creía en una catarata de sal,
en un árbol extenso, de hojas horizontales,
en un abismo de viviente azul.
Rhodo, el errante, conoció su cita.
La hora de la tierra terminada.
Se había desprendido el fruto negro
del árbol de la sed, de la agonía:
ya no podía construir cantando.

Por qué llegó la destinada a él?

Por qué su fuerza que destinó al dolor
se encontró en el amor con la desdicha?

Él no quería comenzar el mundo.

Llevaba sólo siglos a la espalda
y si evadió el desastre de las razas
caídas y quemadas, si resistió la noche
y la errante dureza del desierto,
cuando recibió el cuerpo de Rosía
volvió a encontrar la soledad.
El hombre
había dispuesto su destino
y un Dios intruso repetía el dolor.

Había predispuesto su linaje
de sol sombrío y luna hereditaria:
él solo para no volver al hombre:
él, el pobre inmortal con todo el mundo a cuestas.

Pero de la ciudadela perdida,
del acontecimiento abandonado
en medio de la selva, áurea virtud,
Rosía, claridad sobreviviente,
llegó al reducto y despertó al dormido.



EL ESPACIO

Pero la selva antartica dormía
con la fría pereza de los pies de la tierra:
las cabezas coniferas no se decían nada
en lo alto del follaje reunido
y enredado en un nudo de puñales
que cortaban el vasto cielo inmóvil
hecho de azul, de acero, de volcanes hostiles.
Aquel invierno edénico
caía gota a gota,
frío a frío.

Caía el trueno sobre los amantes
como un castigo celeste.
Quién es? se preguntaban
y entraba entre las piedras un relámpago.

Oscura era la mano de Dios,
duros eran sus dedos,
y no había crepúsculo
sino el parto perdido
de aquella aurora que no llegaba nunca,
del puma que nacía,
del terror envuelto en la niebla
entre las agujas del cielo.



VOLCÁN

El volcán perforaba el peso
de la montaña, acumulaba
su cólera ferruginosa,
hería, hería las paredes,
hacía un río vertical.
Abajo, más abajo, el fuego
trabajaba como una abeja
hasta encenderse y elevarse:

piedra y azufre, estrella y barro,
antracita y pólvora, cobre
se desentrañaban y ardían,
pero hacia más abajo aún
buscaba el mortero metales,
cavaba sombras y lingotes,
acumulaba la dureza.

Nadie podía oír aún
el estertor del subterráneo:
ni una burbuja de la nieve
traicionaba aquella amenaza
y sin embargo aún, aún
abajo, abajo se amasaban
el incendio con la agonía:
la panadería del fuego.



LA SILVESTRE

Rosía era nacarada y dorada
a la luz del ramaje
y así se vio de pronto
disminuida, hierba o rana,
insecta verde, rosa fea
en las manos de Rhodo.
Quién soy,
se dijo, y por qué me perdí,
y en este laberinto de raíz y ramaje
yo no soy ni la fruta del esplendor, ni el canto
del tembloroso río cuando amanece el viento!

Oh dolor, que la última en la tierra
sea yo con mi rostro de primavera inmóvil
y no la torrencial fosforescente,
la belleza que Rhodo debía recibir
en su reino, en el Edén final.

Yo viví cosechando manzanas amarillas,
montando los caballos patagónicos
y no hay jazmín ni aurora en mis mejillas:
el viento Sur me separó con su espada,
la nieve quebrantó mi cabellera,
la lluvia era mi mejor vestido
y si crecí desnuda en la intemperie
fue mi raza secreta la que educó mi piel,
la que formó mis manos metálicas y agrestes.

Oh amor, no pude ser tierna como la leche,
sino erizada como la castaña polar.

Pero cuando tú llegas sube en mí una fragancia
de bosque verde, y me convierto en rosa.



VOLCÁN

Mientras tanto el volcán buscaba hierro:
desmantelaba el fondo de la tierra, agredía
el granito, liquidaba la sal:
se hundía, hundía en el subsuelo abierto
hasta caer y llegar y recoger
el ígneo pez o el tigre del incendio.



LA FLOR AZUL

Rhodo cortó una flor y la dejó en su lecho.
Era una flor de linaje violeta,
semiazul, entreabierta como un ojo
de la profundidad, del mar distante.

Dejó Rhodo esa flor bajo Rosía
y ella durmió sobre la flor azul.

Toda esa noche soñó con el mar.

Una ola redonda se la llevó en el sueño
hasta una roca de color azul.

Allí esperaba ella por años y por siglos
entre la espuma repetida y el
cabeceo de los cachalotes.
Sola
está Rosía hasta que luego
el cielo descendió de su estatura
y la cubrió con una nube azul.

Al despertar del sueño bajo sus ancas claras
y entre sus piernas una flor caliente:
todo su cuerpo era una luz azul.



LA CLARIDAD

Oh amada, oh claridad bajo mi cuerpo,
oh suave tú, de la aspereza desprendida,
eres toda la noche con su acción constelada
y el peso de la luz que la atraviesa.

Eres la paz del trigo que se prepara a ser.

Oh amada mía, acógeme y recógeme ahora
en esta última isla nupcial que se estremece
como nosotros con el latido de la tierra.

Oh amada de cintura parecida a la música,
de pechos agrandados en el Edén glacial,
de pies que caminaron sobre las cordilleras,
oh Eva Rosía, el reino no esperaba
sino el frío estallido de la tormenta, el vuelo
de tórtolas salvajes, y eras tú que venías,
soberana perdida, fugitiva del cielo.



VOLCÁN

Las montañas ignívomas
callan allí, allá lejos.

Excavan,
crujen,
parten. Desde el cráter
levantan
hacia el cielo
una copa terrible
de azufre y cicatrices,
de selenio y sienita:
hendiduras por donde
caerá lava negra
y feldespato,
arterias
granulares
de la escoria,
trabajando
en el barro
hasta ser trueno,
columna de ceniza,
larga cola de cielo.

Ardiendo allí como en la jaula
el tigre negro
que yo vi en Birmania,
allí junto a la cama de Rosía y de Rhodo
junto al sueño mojado
por la infinita tempestad, el humo
quería nacimiento,
se unía la caliza con el vapor naciente,
respiraba el volcán,
rondaba con sus garras
bajo tierra,
con ojos amarillos.



LA CULPA

Algo había en el fruto
o en el conocimiento,
un síntoma, un gusano
que roía.

Rhodo y Rosía se cubrieron
de pardas pieles, buscaron el río,
y trabajaron una barca fresca,
dura como él y curva como ella:
la madera era suave
bajo los dedos: pura
fue la nave,
alerce y ulmo, con hacha de piedra
elevada y tendida.

Era la proa como nueva luna,
el cuerpo como un pez del Río Roto,
y los dos últimos novios del mundo,
Adán antiguo y Eva errante,
Rhodo y Rosía, durmieron en ella
el casto sueño después del amor.

Ella sobre el oscuro brazo derecho suyo,
él con su mano izquierda entre sus senos,
y el sueño aquél fue el viaje
de aquella nueva nave sobre el agua,
sobre las aguas que se repetían
desde los ventisqueros abundantes
hasta el océano que no espera a nadie.

Pero ellos no sabían
porque ellos acababan de nacer.



LA ESPERANZA

Rhodo olvidó el pasado,
las abejas, las ruedas
de la guerra, la miel,
la sangre, el luto
de las uvas.

El hombre rompió el tiempo.

Había muerto el mundo.

Estaba solo.

Solo con el fulgor
de un nuevo día hirviente y espacioso:

huyó de todos los muertos
y supo que no sólo la sola soledad
era el destino:

tenía que defender dos cuerpos suyos
y continuar la vida de la tierra.



VOLCÁN

Era siempre de noche
y madriguera:
llovía
con las gotas del diluvio,
con las campanas del cielo:
los setecientos lagos
se encrespaban
silbando, y tomó el mundo
olor a humo mojado,
a pubis verde,
a leña.

Dónde se habían ido
el sol con su marea,
la luna con su sueño,
el mar con su herrería?

Iba creciendo un número
adentro de la tierra:
como un germen terrible
se iba agregando la piedra al silencio,
la amenaza al follaje.

Crecía cien a mil,
sulfuro, cieno,
cien mil multiplicaba
la fogata secreta,
algo se machacaba
multiplicando el fuego.



LA SELVA

Rosía despertó sola: un rumor
mineral, devorante,
la cercaba. Agua y música
caían con las hojas
del día sacudido:
la hija selvática corrió con pies rosados
desde el amanecer ferruginoso.

Qué aroma, qué rumor,
qué número cantaba,
qué puerta iba a nacer
o a crepitar?

Como una llama
Rosía,
era la única claridad corriendo.

Daba luz como un pájaro encendido.



LA NAVE

Rhodo alisaba el mástil,
afilaba la proa.

Tocarás el océano, Rosía,
el único camino que palpita,
la libertad marina del peligro.

Sí,
hacia el mar
rodaría el destino,
el mar desnudo,
sin bien, sin ojos, sin pecado,
sin juez, sin mal, sin fin,
el mar.



VOLCÁN

El volcán recogía
cada estrella
de abajo,
la golpeaba hasta darle
corazón de puñal, puño de muerte.
Amasaba los ríos
de la lava,
escudriñaba incendios,
acechaba sulfates,
temblaba:
la hoguera arrolladora
era sólo semilla,
la semilla enlutada
del sol, del sol sangriento.
Cavaba,
recavaba,
aun sin fuego ardía
y sin boca tronaba:
era una olla que hervía
sin agua, sin vapor:
era el rayo enterrado
en el útero amargo
de la tierra.



HABLA EL ANÁNICO

Rhodo dijo: Quiero tu cabellera para sembrarla en el mar.
Tu cabellera es la proa de mi nave.

Quiero tu boca para soltarla en el viento,
Quiero que me abracen tus brazos:
son dos enredaderas.

Quiero tus senos blancos en el cielo
como dos lunas llenas de rocío.

Quiero tu vientre recostado en Dios,

Quiero tu sexo, tu raíz marina.

Quiero tus piernas para dos nubes nuevas
y tus caderas para dos guitarras.

Y quiero los diez dedos de tus pies
para comerme uno cada día.



VOLCÁN

Era un agudo monte
y en la punta
se detenía una constelación,
una diadema de impalpable harina,
nube tal vez, coronación del orbe,
pasión, paloma, luna.

Encima del volcán
una presencia
siempre.

Temblaba allá una estrella,
la más alta del cielo,
o un fantasma caído
de la sombra polar, la vestidura
del corazón antartico,
la rama congelada de la aurora,
la noche que cambiaba de vestido,
o simplemente una rueda,
una raya, una línea,
un asterisco,
un diamante,
o de pronto un combate
de relámpagos negros,
de profecías,
de confusión azul y acero.

Oh montañas de América
sin nombre,
pobladas de rencor,
de minerales,
de lava subterránea!

Oh silencio que espera
derramarse,
extenderse
hacia la destrucción
y el nacimiento!



EL MAR

Dice Rosía sin mover los labios
desde su inmóvil desconocimiento:

El mar que no conozco soy yo misma,
tal vez, mi ser remoto
revelado en los brazos de mi amado,
bajo su cuerpo, cuando
siento que desde mi profundidad
suben de mí las olas poderosas
como si yo fuera dueña del mar,
del mar que no conozco y soy yo misma.

Esta frecuencia ciega,
esta repetición del paroxismo
que va a matarme y que me da la vida,
la ondulación que estalla
y vuelve y surge y crece
hasta que se derriba la luz
y caigo en el vacío,
en el océano:

soy dueña de las olas que reparto
y empujo desde mi pequeño abismo.



ANIMALES

Los saurios verdes escondidos
en la verdura, los leones
de dos cabezas, las tribelias
nacidas en los lodazales
cruzaban silbando la víspera
o remontaban al origen:
a la cueva de las estirpes.

Ahí llegan los polytálamos
congregados desde la arcilla
a la edificación coral,
pero el salamandro enlutado
del ventisquero, hijo del frío,
palpitó con su terciopelo
desapareciendo en el bosque.

El astrolante alzó su vuelo
de plumas que tintineaban
y se divisó el resplandor
de una tijera anaranjada
junto a su vuelo de metal.
Las esporas desenroscaban
leñosos y tiernos anillos
que abrían los dedos gigantes
de los heléchos de Volcania.

Se fragua el pórfido, el insecto
trepa y extiende alas recientes,
la larva rompe una estructura,
se desarrolla el animal.
Las plantas se tragan la luz,
la humedad se aproxima al fuego,
se amalgaman los minerales,
aparece el sol escarlata,
saca el ciervo su monarquía
a relucir entre las hojas
y un susurro de crecimiento
llena de música la tierra.



LA FUGITIVA

Rhodo y Rosía: he aquí los dos hallados,
los dos perdidos, los presentes.

Por qué? Ya no era el vencedor o el vencido,
sino el descubridor que en la aspereza,
en la extensión, en el final del límite,
en el Polo inclinado por el viento,
halló otra vez una mano minúscula,
un cuerpo breve arañado de espinas,
una mujer externa que salía
tal vez y una vez más de su cuerpo o su sueño.

Venía o no venía de la ciudad cesárea
entrelazada por el origen del mundo
o por la tierna fábula o la historia?

Quién era, oruga o flor, mariposa o camelia?

Y él mismo, el solitario fundador,
debía renunciar al territorio,
debía matar él su soledad,
su construcción final, su reino amargo?



DOS

Y ella, la leñadora,
llama insurgente del incendio, lámpara
apenas encendida en las tinieblas,
ella, la transitoria, la mujer,
debía persistir o perecer?

Rosía, la que nunca vio el mar,
la virgen escapada de la ciudadela,
nació o sobrevivió para este hombre enlutado
cubierto de raíces y recuerdos?
Adán
de las desdichadas guerras del hombre,
de las naciones convertidas en polvo,
de las ciudades hechas cicatrices,
Rhodo, el héroe de la última fuga
que encontró otro planeta en su planeta,
era el comienzo de su estirpe o el fin?

Por qué sobrevivían? Dónde estaba
la libertad? Era esta soledad
de témpanos poblados de campanas que crujen
rompiendo el infinito pecho del ventisquero,
era el espacio abierto, enmarañado, hostil,
su Edén, la eternidad de su recinto?
O bien hacia el océano,
hacia la luz extensa, labradora,
ella, Rosía, la recién llegada,
debía dirigir sus pies silvestres?




LA MUERTE Y LA VIDA

Rhodo en el bosque, donde estaba
él, el bosque era la ausencia.
Ella tal vez detrás de los heléchos,
ella tal vez encerrada en sí misma,
ella dentro de él, sellada en él,
cortada en piedra pura!

Por qué llegaron y de dónde llegaron
a vivir el amor agonizante?

Y quién era ella y para qué venía
si el hombre sin destino la esperaba?

Si aquella hija de la tempestad
pertenecía a un mundo destruido?

Y cuál era la culpa del dolor
y por qué unidos los dos desterrados
eran llevados de nuevo al deseo
y eran precipitados al castigo?

Se esperaba de ellos el racimo
de hijos que continuaran al hombre y a sus guerras?
Los herederos de las uvas amargas?



EL EXTRAVÍO

Oh amada mía, acércate y aléjate.
Ven a besarme, ven a separarme.

Ven a quemarme y dividirme.
Ven a no continuarme, a mi extravío.

Ven, oh amor, a no amarme, a destruirme,
para que encadenemos la desdicha
con la felicidad exterminada.



VOLCÁN

Las grandes bestias del bosque,
los pumas, los guanacos,
los pájaros reunidos,
las culebras,
las ranas, las cantáridas,
las lombrices, las avispas
amaranto,
las hormigas, los zorros,
los lagartos,
sintieron
que crecía
el humo
bajo la tierra,
supieron
antes que el hombre o la mujer,
supieron
antes que el viento lo supiera:
algo
crecía
bajo
sus alas y sus pies, sus cuerpos lisos,
sus vientres, sus plumajes, sus escamas:
aroma,
olor magnético,
rosa explosiva,
magnitud enterrada:
algo
vibraba, renacía
en la espesura,
en la paciencia silvestre.

Carbón, sílice roja,
minería,
azufre o luz calcárea,
trabajaban
y la miel
se lo dijo a la abeja,
lo repitió la abeja
en el follaje
del ulmo, y el follaje
lo contó a las raíces,
y éstas al agua,
el agua, al vaporoso
nimbo del ventisquero,
el ventisquero al hielo,
éste al rocío,
el rocío a la hierba
y la hierba, la voz breve del mundo,
se lo dijo a los pies de la mujer Rosía
y los pies de Rosía levantaron
la campanada oscura que subió
al corazón de la mujer Rosía
llenándolo de miedo:
era el tañido de la oscuridad,
del subterráneo que quería arder,
de las tinieblas que la perseguían.



EL MIEDO

Dijo al hallar a Rhodo: Tengo miedo.
Te amo con todo el miedo subterráneo,
con la maldad del castigo.
Tengo miedo
de la amapola
que quiere morder,
del rayo que prepara su serpiente
en el árbol secreto del volcán:
tengo miedo de su luz espantosa,
del día puro convertido en ceniza.

Dónde vamos?
Y para qué vinimos?

Anoche, Rhodo, me dejaste sola.
No me bastaba el recuerdo,
no sólo era la ausencia
de tu abrazo:
necesitaba el beso de tu cuerpo
sobre mi cuerpo. En las tinieblas
todo se despedía
de mi sueño.

Era la selva que lloraba,
eran los animales del presagio,
y tú, mi amor, mi amante,
dónde
dormías
bajo la amenaza,
bajo la luna sangrienta?



LA NAVE

Rhodo levanta una mano invisible.

«La nave me llamó,
la nave tiene miedo:
me dijo: al agua pura,
a la sal repetida,
a la tormenta,
vamos!

Pero si cae sobre mí la mano
del volcán vengativo,
el viaje será un rito de pavesas,
de chispas que arderán y caerán
en las manos del fuego.»

Eso me dijo la nave.

Dormí toda la noche
entre la nave y las estrellas frías,
esperando,
hasta que un gran silencio me devolvió a tu vida,
a la morada,
y sin partir aguardo
la decisión del fuego.



VOLCÁN

No hay día, luz, no hay nada. Sólo
el silencio existe,
la espera verde.

La selva retiró su lenguaje y huyeron
los sonidos a la espesura.
No hay asombro como éste.
La desesperación de la esperanza.

Quién?
Llegará quién?
El humo?

Por qué se esconde el negro escarabajo
en una gota de luna?

Por qué hasta el cuarzo tiembla
sin agregar la luz en que trabaja
a su mirada transparente?

Por qué se aleja el paso
del roedor, y las bandadas
de las bandurrias con sus pies metálicos
golpean la puerta del cielo?



LA FUGA

Los dos amantes interrogaban la tierra:
ella con ojos que heredó del ciervo:
él con los pies que gastó en los caminos.

Iban de un lado a otro de los bosques,
buscaban la frontera del peligro,
acechaban de noche cada estrella
para leer las letras del latido
y al viento preguntaban por el humo.

Fue musgosa y errante aquella vida
de los desnudos y rápido
era el encuentro del amor:
recorrían distancias como países o nubes
sólo para yacer, enlazarse, partir,
y quedarse enredados en la nueva distancia,
en el peligro de aquella boca blanca
que con toda la nieve de la altura
quería hablar con la lengua del fuego.



ÁGUILA AZUL

El vuelo del águila azul es transparente.

Hombres! Os congregaré sólo para el milagro.

Vive sobre la luz esta presencia:
dos alas como dos balas, dos espolones, dos flechas
que ascendieron llevando sangre y polen
es el águila lineal de aquella latitud.
Sube su torbellino, rompe el alma celeste,
devora el hilo insigne de la altura
y lo que fuera mancha o meteoro
o resplandor directo de la velocidad
se queda fijo, rígido en el aire,
y sus plumas azules se integraron
y se restituyeron al azul.

Así desaparece en plena luz
el ave pura, centro del anillo,
ojo del universo, pez del cielo,
que continúa desde las raíces
la exhalación, la dirección, la vida.

Vertical es su acción, su alma es violenta
hasta ser equilibrio transparente.



VOLCÁN

El volcán es un árbol hacia abajo.
Encima están sus raíces de nieve.

Pero abajo construye su follaje,
hoja por hoja, azufre por azufre:
mineral machacado hasta ser flor,
pétalo a pétalo de profundo fuego,
y cada rama hundida
en la dureza
excava para que florezca el fuego.

Crece y crece hacia abajo
el árbol vivo que aráe,
derritiendo, agregando,
aína Iga man do
la espada del castigo.



SONATA

Rosía, te amo, enmarañada mía,
araña forestal, luna del bosque,
solitaria nacida del desastre,
durazna blanca entre los aguijones.

Te amo desde el origen del amor
hasta el fina! del mundo, hasta morir,
te amo en la ocupación de mis deberes,
te amo en la soledad que deja el día
cuando abandona su vestido de oro,
y no sé si encontrarte fue la vida
cuando yo estaba solo con el vienro,
con los peñascos, solo en las montañas
y en las praderas, o si tú llegabas
para la certidumbre de la muerte.

Porque el amor original, tus manos
venían de un incendio a conmoverme,
de una ciudad perdida y para siempre
deshabitada ahora, sin tus besos.
Oh flor amada de la Patagonia,
doncella de la sombra, llave clara
de la oscura región, rosa del agua,
claridad de la rosa, novia mía.

Pregunto, si mi reino ha terminado
en ti, qué liaremos para renunciar
y para comenzar, para existir,
si el plazo de los días se acercara
a nuestro amor dejándonos desnudos,
sin nadie más eternamente solos
en la felicidad o en la desdicha ?

Pero me bastas tú, como una copa
de agua del bosque destinada a mí:
acércate a mi boca, transparente,
quiero beber la luz que te ilumina,
detenerme en tus ojos, y quedarme
muerto en el luto de tu cabellera.



VOLCÁN

Lágrimas de hierro tuvieron
los negros ojos del volcán,
garras rojas se le soltaban,
largos latidos arteriales,
dientes de máquina malvada:
era ardiente su alevosía.

Se preparaba en el áoior
la ira del parto planetario,
en los ovarios de la furia
el trueno quería estallar:
la lava hervía en su sopera,
rugían los tigres de piedra,
ardía el subterráneo azul,
y por una grieta invisible
salió un alambre de humo duro
como si quisiera amarrar
la incertidumbre con el miedo;
entonces trepidó la tierra
anticipando el estertor
de la oscuridad que revienta
en forma de fuego y de luz.



LOS UNOS

Al mar! dice Rosía,
al mar que no conozco,
a sumergir la llave de mi amor,
a buscarla otra vez bajo las olas!

Hoy no te acerques, hombre,
a mi costado!
Hoy déjame en la oscuridad
buscándome a mí misma.

Por qué me amaste, Rhodo?

Porque era yo la única,
la que salía de mi soledad
hacia tu soledad?

Quién designó el designio?
Quién me salvó de la ciudad destruida?

Quién me ordenó en las tinieblas
andar, andar, romperme ojos y pies,
atravesar el callado latido
de la naturaleza,
piedra y espina, dientes y sigilo,
hasta llegar a ti, mi desterrado?

Yo fui la última mujer: cayeron
los muros sobre mis muertos
y así formamos la ultima pareja
hasta que entré en mi abrazo,
en tu medida desmedida,
y tal vez somos los primeros,
los dos primeros seres,
los dos primeros dióses.



VOLCÁN

Los desnudos del frío,
la nieta de los Césares,
campesina,
el aterrado
que huía de la tierra y de la guerra,
el fundador de un imposible reino,
vieron la sacudida
del planeta.
Como sólo una hoja
tembló el mundo:
un trueno
sepultado:
un clamor
sordo:
un tambor
de la tierra:
un ancho ruido
que llega desde abajo,
desde dónde?
Un sonido
circular, un anuncio
de inmensa boca amarga
o de campana muerta,
entonces
se iluminó la copa
del volcán
con llama, resplandor
o vino férreo,
y primero una lágrima
de lava
cayó como sufriendo
desde la torre del volcán desnudo.



LA SOMBRA

Es el ancho camino de la luz,
de la blancura, de la nueva nieve,
o se rrata del síntoma
del odio?

Tal vez era la hora del expulso?

La vida, un jardín perdido,
la muerte, al fin, entre los otros muertos,
la hora llegada para ser mortales?

Era la hora
anaranjada
de la calcinación y del castigo?

Era la hora sin jardín,
sin selva,
sin resreso?



LA HISTORIA

Oh amor, pensó el acongojado
que por primera vez sobre la lengua
sintió el sabor de la muerte,
oh amor, manzana del conocimiento,
miel desdichada, flor de la agonía,
por qué debo morir si ahora nací,
si recién confundíanse las venas,
si sueño y sangre se determinaron,
si volví a ser injusto como el amontonado,
el pobre hombre, el hermano, el todavía,
y cuando ya me despojé de Dios,
cuando la claridad de la pobre mujer,
Rosía, predilecta de los árboles,
Rosía, rosa de la mordedura,
Rosía, araña de las cordilleras,
cuando me sorprendió la sencillez
y desde fundador de un criste reino
llegué a los puros brazos de una hija de oro,
de una exiliada, huyendo del desasiré
y llegó la corteza, la enredadera roja
a cubrirme hasta darme silencio y magnitud,
entonces, en el saco de la derrota, agobiado
por mi destino, libertador al fin
de mi propia prisión, cuando salí a la luz
de tus besos, oh amor, llega el anuncio,
la campana, el reloj, la amenaza, la tierra
que crepita, la sombra
que arde.

Oh amor, abrazare a mi cuerpo
frente al fulgor de la espada encendida!



ADVENIMIENTO

Ella sintió crecer adentro de ella
no la razón, sino una rosa dura,
una pasión como una cruz de piedra,
un grito vegetal de sus raíces.
De la tierra erizada biota el humo,
incierta torre, lista
para caer, bocina de los truenos,
río de los dolores.



LA ESPADA ENCENDIDA

Subió la sangre del volcán al cielo,
se desplomó la grieta,
ígnea ceniza, lava roedora,
lengua escondida, ahora derramada,
luna caliente transformada en río.

Salió la espada ardiendo encima
de la boca nevada
y un estertor del fuego
quebró la oscuridad,
luego el síiendo
duró un segundo
como una mano helada
y estalló la montaña
su parro de plañera;
lodo y peñascos bajaron, de dónde?
En dónde se juntaron?
Qué querían rodando?

A qué venían?
A qué venía el fuego?

Todo ardía,
el viento repartió
la noticia incendiada
y un trueno ahogado habló roda la noche
como una gran garganta estrangulada.

Oh pavor encendido
de la naturaleza!
Oh muerte de la tierra!
El volcán hambriento
salía a devorar por los caminos.
El volcán roro
desgranó sus racimos,
su cargamento amargo,
su saco de desdicha.
El volcán muerto
revivía rugiendo,
nacía agonizando
en la gran alegría
que destruye.

Saltó la levadura
de las panaderías del subsuelo.
Gemía Dios
como un encarcelado
que fue quemado vivo.
Se derretía Dios
en sus derrotas
y desde su pasión, tortura y muerte,
Dios, muerto para siempre,
amenazó a los hombres con su espada encendida.



LA NAVE Y SUS VIAJEROS

La nave ya estaba llena de pájaros,
llena de zorros, llena de serpientes.
La leona quemada trajo sus cachorros,
el águila se sentó en la proa,
los pequeños venados de ojos verdes
duermen junto al jaguar devorador,
los colibríes bailan en la nube
de ceniza mortal que va cayendo,
las ratas de los montes atormentan
las costillas del barco,
las mariposas tejen sus mortajas,
las avispas de corazón azul,
los hormigueros de milicia negra,
los lagartos vestidos de dragones,
los últimos caballos,
los gatos y los perros del bosque,
las liebres y los cisnes,
los chucaos de grito envuelto en lluvia,
las torcazas calzadas de carmín,
los jabalíes con sus dentaduras,
los chingues con relámpago a la espalda,
los patos parecidos al ámbar,
las gallinas del frío,
las enlutadas aves del estiércol,
el ánade amarillo,
la culebra,
la lagartija ensortijada,
la manris rezadora, rezando,
la abeja de los ulmos,
la pulga del conejo,
el cóndor con su caja de sepulcro,
el murciélago pálido,
allí estaban colmando
la embarcación. Y aquella
nave
parecía un racimo
de cabezas, de plumas asustadas,
de garras procelarias.

No había sitio para los humanos;
para Rhodo y Rosía que llegaban
quemantes y sangrantes a su nave,
a la nave que hicieron con sus manos,
que hicieron con sus sueños
de las duras maderas
que nadie conocía,
sin clavos ni marrillos:
con manos y con dientes:
con ternura y pureza.



EL VIAJE

La nave!
La nave hacia el destino!
Qué destino?
Hacia el mar!
Qué es el mar?

El sueño fue la nave
cortada en la fragancia,
amor, agua, madera,
allí los fugitivos
se abrazaron
antes, después, entonces.

De qué huían?
Del bosque?
De la tierra o del cielo,

Trabajaron, amándose, enlazándose
a hurtadillas, caídos en la arena,
entre los árboles como en casas cerradas
de ausentes, casas de hojas:
todo había sido techo para los dos errantes,
todo era beso, boca rumorosa,
selva, latido, cópula, silencio.,
hasta que se decidió la aurora
a detener la noche, y entró el trueno
a rugir y quemar; surgió del tiempo
la espada del castigo
que nadie conocía,
caminaron los condenados.



VOLCÁN

Corría el hombre, corría la lava,
corría el agua, corría la lava.

Volaba el viento quemador, el fuego
bajaba royendo roca,
sobresaltando ríos
se despeñaba el tuego,
el volcán palpitaba
y diente a diente remordía,
seguía a los que huyeron,
a los pájaros,
al aire para enfurecerio,
al agua para aniquilarla.

El volcán vivo,
vivía, resurrecto,
mordía con los pétalos
del humo,
mataba con integridad terrible.



EL VIAJE

Se soltó el barco, el barco
de anímales oscuros,
de palomas y perros fugitivos-
Y allí, entre gatos y aves,
los desnudos del frío,
Rhodo y ella, los solos
que salían
del gran desierto verde,
de la lluvia,
del reino negro de la soledad.
Y ahora
los alcanzaba el fuego,
los mordía la muerte,
los seguía el silencio
calcinado.



LA NAVE

Nave, arranca, atraviesa
la rosa de ceniza!
Nave del Sur, redonda como luna o manzana,
poblada por el miedo,
avanza! Arden los lagos,
chisporrotea el, rostro del invierno,
galopan los caballos del volcán.

Avanza, nave de los delicados,
de los resurrectos,
de los que quieren ser,
nave de Rhodo,
rosa de Rosía,
avanza hacía la espuma litoral,
hacia la azul milicia de la ola,
hacia los siete océanos y sus valientes islas,
nave del Sur, fragancia
de la pura frescura
de los bosques,
hacia todos los números del mar,
oh nave, naveguemos!



VOLCÁN

Allí viene el quemante,
el cío del azufre,
la lengua que devora,
se arrastra,
cruje y sigue
calcinando:
los árboles sintieron
la mordedura
de un hocico de fuego,
los brotes, las raíces
estallaban,
los dulces animales
eran sobrepasados
por la arteria candente:
baja la muerre ígnea,
la brasa abrasadora
extirpa toda vida
con su cauce sulfúrico,
con sus guadañas rojas:
arde la escoria
sobre la copa de las araucarias,
la lava rompe rocas,
el lento incendio corre
y sigue al barco.
Te quema el paraíso,
te persigue el inherno.

Aléjate, varón,
se quema el reino!

Eres el expulsado de la seiva.

El gran amor se paga
con la carne y el alma,
con el fueso.



LA NAVE

La embarcación salta de las lagunas
y navega
entre los ventisqueros, los cuchillos
de nieve y poderío.

Un ojo de la tierra es agua azul,
otra laguna es verde como alfalfa,
otra es de color de punía,
y la nave resalta,
cruje y corre y escapa.

El volcán la persigue
con su implacable ola,
con sus garras ardientes,
y la nave
cruza nieve y pantanos,
cae por los barrancos,
sube los montes en un hilo de agua,
sigue
desvencijándose:
ya la queman las llamas,
ya se la traga la ceniza:
rugen las fieras, mueren las abejas,
se agitan los pesados animales,
tiemblan las mariposas
en la incineración de la belleza.



LOS DIOSES

El hombre se llama Rhodo
y la mujer Rosía.

Conducían la nave,
dirigían el mundo de la nave:
de pronto allí, cerca de la cascada
y cerca de morir, con las pestañas
quemadas y los cuerpos desollados,
y los ojos amargos de dolor,
sólo allí comprendieron
que eran dioses,
que cuando el viejo Dios levantó la
columna
de fuego y maldición, la espada ígnea,
allí murió el antiguo,
el maldiciente,
el que había cumplido y maldecía su obra,
el Dios sin nuevos frutos
había muerto y ahora
pasó el hombre a ser Dios.

Puede morir, pero debe nacer
interminablemente:
no puede huir: debe poblar la tierra,
debe poblar el mar: sólo los nuevos dioses
mordieron la manzana del amor.



VOLCÁN

La espada derretida
baja entre los peñascos
ofendiendo.
El aluvión de brasa,
la lenta estrella que consume y quema,
desciende carcomiendo.
Arde la vida,
se rompe el mineral,
caen los vegetales abrumados
por la ceniza ardiente
y sigue el sol de lava
destruyendo.
Las colmenas se parten y reparten
chispas de miel y fuego.
Entra la racha por las madrigueras
calcinando las garras que dormían:
a la nave, a la nave
se dirige
el castigo.

La embarcación desciende
entre el amanecer y el ventisquero
con su cargamento asustado:
las bestias mudas
bajo el mando del hombre,
del hombre y la mujer autorizados
para salvar el mundo:
gobernadores de la nueva nave,
progenitores de la salvación.

 

1 comentario

carolina -

supoer chevere esta pagiina se las recominedo buenisima!!!!!