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Neruda

ELEGÍA

Elegía
[1971-1972]


Qué se llevó Lacasa?
Benéfica ironía, rectitud
de nacimiento y de conocimiento:
su anterior compañía de Madrid,
el secreto heroísmo
de un corazón cansado!
Ay compañero muerto!

Caminando de nuevo,
despuntando el invierno y la aspereza
del campo, espinas, zarzas, cordilleras,
en mi patria espinosa,
recuerdo a Alberto y su cara de cóndor,
el escultor dé manos de metal
que hizo de las substancias despreciadas,
esparto, hierros rotos, paíos muertos,
un poderoso Reino..

Allí en Moscú, bajo la nieve,
yace el duro esqueleto toledano
de mi buen compañero. Compañero!

Qué perdí, qué perdimos
cuando Nazim cayó como una torre,
como una torre azul que se desploma?

Si me parece a veces
que el sol fue con él porque era el día,
era Nazim un gran día dorado
y cumplió su deber de amanecer
a pesar de cadenas y castigos:
Adiós, resplandeciente compañero!

Savích suavísimo entre San Basilio
y las viviendas del Aeroport,
o en el barrio de Arbar, aún misterioso,
trasvasijando mi chileno vino
al cuero de tambor de su lenguaje.
Savich, contigo se perdió la abeja
de oro,
que fundó allí la miel de mi colmena!
Mí suave amigo, camarada puro!

Ahora, mientras voy
pisando una vez más mi propia arena,
Ilyá Grigórievich, el arrugado,
el hirsuto Ehremburg, ha vuelto a verme
para burlarse un poco de mi vida
y dándome la luz a su manera,
entre desilusión, severidad,
firmeza, desaliento, valentía,
y además, tanto más, su generosa
dacha, su corazón inexorable
como una vieja espada
en cuva empuñadura cinceló
una rosa de Francia
como un amor sacrilego y secreto.
Ay incómodo amigo,
ay hermano mayor, voy caminando
sin tu áspera ternura,
sin la lección de tu sabiduría!

Una lágrima ahora
por otro más, por otro, campanero
éste, de cascabel y campanario,
loco de carcajada,
inventor soberano
de circo mágico y de poesía,
Kirsánov, Sioma, hermano
cuya muerte recién, hace diez horas
supe, diez horas sin creer,
sin aceptar, tan lejos, aquí, ahora,
esta noticia fría,
esta muerte de uñas heladas
que apretó hasta callar su claro canto.

Él era mi alegría,
mi pan alegre, la felicidad
del vino compartido
y del descubrimiento
que iba marcando con su minutero:
la gracia fabulosa
de mi buen companero cascabel.

Ay, sí, ya sin sonido,
enterrado, robándose al silencio
para siempre con su chisporroteo
y su reverberante poesía,
algo que era mi parre de la fiesta,
mi copa, la que no levantaré
hoy en la sombra de mi compañero,
en el silencio de mi compañero,
en la luna quebrada que derrama
llanto, llanto de nieve
sobre la tumba de roí compañero.

Moscú, dudad de grandes alas,
albatros de la estepa,
con el nido del Kremlin corruscante
y San Basilio y su juguetería,
ciudad también de alma rectangular,
de barrios infinitamente grises,
cubos recién salidos de la usina
y serpenteando como un brazo armado
el río
en la cintura de la fortaleza.

Ciudad más silenciosa y poderosa
tal vez, en su vejez de estrella gótica,
tal vez en el recóndito dominio
de catedrales encaracoladas
de medio puntos que se rebajaron
hasta agachar las duras estaturas
del zar Iván y Stalin el terrible,
centro del tiempo a veces sumergido
y otras veces rail alto y cenital
que se divisa por toda la cierra:
antiguas piedras, santos verticales,
templos oscuros como cárceles,
cúpulas de pezones dorados,
salas de baile blancas donde flotan
nombres condecorados que cayeron
como claveles rojos en la guerra:
y una energía ardiente y silenciosa
como una hoguera debajo del mar.



Si bien más de un dolor, congoja, duelo,
terror, noche, silencio, recogieron
en esta amarga calle la sustancia
de la época maldita,
la calle no recuerda,
ni tampoco la sangre
de la desenfrenada guerra
guarda sus manchas, no.
La calle de Moscú está siempre nueva,
recién abierta,
y vive la frescura
en el arsenal de la aurora.

Viven rocío, nieve, luna, lluvia
sobre calles y techos y trabajos,
sobre el sueño del hombre:
viva lo que nació y su crecimiento!

Salve, ciudad de la marea humana
que tiembla y desarrolla
sus básicas banderas,
sus flores de metal, su espacio vivo!

Salve Moscú entre las ciudades,
ola del universo,
canal de este planeta!

Con la primera nieve
de la Revolución, la nieve roja,
la pintura se fue con sus naranjas.
Vivió desenredando
sus cubos prodigiosos
en Berlín, en París, en Londres negro,
maduró en rodas partes en su exilio,
iluminó con su contacto eléctrico
los muros extranjeros,
todo fue anaranjado
por la imaginería
de judíos y rusos transmigrados
que hicieron relucir otras estrellas.

Mientras tanto Moscú guardó en su caja,
en el Manege de las caballerizas,
una pintura muerta, los desvanes
de la pequeña burguesía, los
retratos de héroes y caballos
tan delicadamente bien pintados,
tan heroicos, tan Justos, ran sagrados
como estampas de libros religiosos
en antesalas de hospital, gastados
por la rutina de pintores muertos
que continuaron vivos todavía.

Ay, pero la pintura
transmigrante, irreal, imaginaria,
la naranja central, la poesía,
volverá a su morada maternal,
a su casa de nieve.



Alberto, el toledano,
entre árbol y escultor, cara de hueso,
llegó de aquel exilio
procesional de España y de sus guerras,
y aquí otra vez viví con sus quimeras:
su monumento a la Bandera Roja,
aguja heroica, obelisco futuro,
creyó ver en la Plaza de Moscú
clavando hasta la altura de la gloria
el triunfo gigantesco.

Pero el falso realismo
condenó sus estarnas al silencio,
mientras abominables, bigotudas
estatuas plaieadas o doradas,
se implantaban en plantas y jardines.

Volví a hablar como ayer, como en España
con él, con sus fantasmas toledanos.

Mi grande Alberto, hambriento
de su dura Castilla natalicia,
fabulador, mitólogo, magnético,
inventor de las formas, panadero,
por qué tu te tenías que morir,
tú también con tu cara de martillo
y tu gran corazón de pan silvestre?

Y también tú, ciudad rectangular,
inaceptable y lógica, nacida
del apresuramiento y de la guerra,
brotada del cemento renacido
y de tanta ceniza ensangrentada,
ciudad excelsa de la gloria pura
y de ridículas edificaciones,
altas como pasteles para el cielo,
y sin embargo existes,
oh pululante, oh palpitante vida,
oh ciudad del milagro
que agrega vidas a todas las vidas
y crece como selva rápida,
como aparición colectiva,
porque es verdad que son más bellos
el techo, la pared, la cerradura,
que el arco iris de siete colores
donde no puede vivir nadie.

Yo llegué cuántas veces
a la amistad
y a los fríos hóceles
siempre desinfectados
hasta que me quedé por muchas veces
en el antiguo Nacional mullido
como poltrona suave:
el siglo diecinueve
iluminó con velas sus espejos,
sus mármoles, sus ángeles dorados,
sus techados con ninfas pudorosas
hasta aquel día en que un pequeño barbudo,
empapelado por las nuevas leyes,
dictó desde esta misma habitación
decretos para que sol y luna,
acero, trigo, escuelas,
se vieran nuevas en el mundo:

Lenin limpió la vida
del planeta,
verificó el desorden existente
y contó cada cosa para no perder nada:
solo lo muerto fue a la tumba
y solo el mal se escondió en el pasado;

Moscú a través de sus padecimientos
instauró la limpieza de la historia
mientras como una baraja de colores
el Kremlin esparció sus viejas cartas,
sus antiguos secretos,
y la revolucionaria primavera
entró a sentarse en sus habitaciones.

Las palomas visitaron a Pushkin
y picotearon su melancolía:
la estatua de bronce gris habla con las palomas
con paciencia de bronce:
los pájaros modernos
no le entienden,
es otro ahora el idioma
de los pájaros
y con briznas de Pushkin
vuelan a Mayakovski.


Parece de plomo su estatua,
parece que estuviera
hecha de balas:
no hicieron su ternura
sino su bella arrogancia:
si es un demoledor
de cosas tiernas,
cómo pudo vivir
entre violetas,
a la luz de la luna,
en el amor?

Algo les falta siempre a estas estatuas
fijas en la dirección del tiempo
o ensartan puntualmente
el aire con cuchillo militar
o lo dejan sentado (como a Gogol)
transformado en turista de jardín,
y otros hombres, cansados del caballo,
ya no pudieron bajar a comer.
En verdad son amargas las estarnas
porque el tiempo se queda
depositado en ellas, oxidado,
y aunque las flores llegan a cubrir
sus fríos pies, las flores no son besos,
llegan allí también para morir.

Palomas blancas, diurnas,
y poetas nocturnos
giran alrededor de los zapatos
de Mayakovski férreo,
de su espantoso chaquetón de bronce
y de su férrea boca sin sonrisa.

Yo alguna vez ya tarde, ya dormido,
en ciudad, desde el río a las colinas,
oí subir los versos, la salmodia
de los recitativos recitantes.
¿Vladimir escuchaba?
¿Escuchan las estatuas?


Parecía furioso,
su gesto no admitía verso alguno:
tal vez la estatua es concha, caracola
de mármol, bronce o piedra
de un animal herido que se fue
y dejó este vestigio congelado,
un ademán, un movimiento inmóvil,
el despojo del alma.

Hay una hora cuando cae el día,
la primera advertencia de ceniza,
la luz sacude su cola de pez,
el agua seca del atardecer
baja desde las torres:
pienso que es hoy
cuando debo pasear
solo por estas calles,
dejar la arteria Gorki, disiparme
como un aparecido transparente
en el viejo Moscú de las callejas
que aún se sostienen, isbas
con ventanas de marcos de madera
cortadas por tijeras celestiales,
por manos campesinas,
casas de color rosa y amarillo,
verde inocente, azul de ojos de ángel,
casas angelicales
salidas como brota la legumbre
de las tierras honradas:
viejo Moscú de iglesias minúsculas,
cúpulas con caderas de oro,
humo antiguo que vuela
desde las chimeneas
y las antenas de televisión.

Evtuchenko es un loco,
es un clown,
así dicen con boca cerrada.
Ven, Evtuchenko,
vamos a no conversar,
ya lo hemos hablado todo
antes de llegar a este mundo,
y hay en tu poesía
rayos de luna nueva,
pétalos electrónicos,
locomotoras,
lágrimas,
y de cuando en cuando, hola!
arriba abajo!
tus piruetas, tus altas acrobacias.
Y por qué no un payaso?

Nos faltan en el mundo
Napoleón, un clown de las batallas
(perdido más tarde en la nieve),
Picasso, clown del cosmos,
Bailando en el altar
de los milagros,
y Colón, aquel payaso triste
que humillado en todas las pistas
nos descubrió hace siglos.

Solo al poeta no quieren dejarlo,
quieren robarle su pirueta,
quieren quitarle su salto mortal.

Yo lo defiendo
contra los nuevos filisteos.
Adelante Evtuchenko,
mostremos en el circo
nuestra destreza y nuestra tristeza,
nuestro placer de jugar con la luz
para que la verdad relampaguee
entre sombra y sombra.
Hurrah!
ahora entremos,
que se apague la sala y con un reflector
alúmbrennos las caras
para que así puedan ver
dos alegres pájaros
dispuestos a llorar con todo el mundo.

Los vivos, aún vivientes,
el amor del poeta de bronce,
una mujer más frágil que un huevo de perdiz,
delgada como el silbido del canario salvaje,
una llamada Líly Brik es mi amiga,
mi vieja amiga mía. No conocí su hoguera:
y solo su retrato en las cubiertas
de Mayakovski me advirtieron
que fueron estos ojos apagados
los que encendieron púrpura soviética
en la dimensión descubierta.

Aquí Lily, aún fosforescente
desde su puna dito de cenizas
con una mano en todo lo que nace,
con una rosa de recibimiento
a todo golpe de ala que aparece,
herida por alguna tardía pedrada
destinada hoy aún a Mayakovskí:
dulce y bravia Lily, buenas noches,
dame otra vez tu copa transparente
para beber de un trago y en tu honor
el pasado que canta y que crepita
como un ave de fuego.

Detengámonos, debo dejar un beso
a Akmadúlina: éste es el café, está oscuro,
no hay que tropezar con las sillas:
allí, allí en aquel rincón brilla su pelo,
su bella boca está encendida
como un clavel de Granada
y no es de lámparas aquella luz azul
sino los ojos de la irracional,
de la pantera que sale del bosque
mordiendo un ruiseñor,
es ella que, a la vez
rosa del destino, cigarra de la luna,
canta lo incomprensible y lo más claro,
se hace un collar de mágicas espinas
y no está cómoda en ninguna parte
como una sirena recién salida del mar
invitada a nadar en el desierto.

La nieve sobre el techo bajo mi ventana
y sobre el árbol de follaje negro
dividiéndolo en dos, sobre las calles
un resplandor: se han llevado la nieve.

Más lejos, por sembrados y caminos,
por estepas, por cauces, cementerios,
sobre tantos dormidos o afiebrados
o fatigados, sobre regimientos,
hospitales, escuelas, la blancura,
la fría rosa blanca deshojada,
tan infinitamente silenciosa,
jugando apenas seriamente pura
o revoloteando un dulce baile
o rápidas, mortales, deslizándose
como puntas de estrellas asesinas
caen a tierra a hundirse y a morir:
pluma a pluma acumulan el silencio
hasta que sobre sábana nevada
yace la noche que cayó a la estepa,
la torre desgranada de la altura.

Lo sé, lo se, con muertos no se hicieron
muros, ni máquinas, ni panaderías:
tal vez así es, sin duda, pero
mí alma no se alimenta de edificios,
no recibo salud de las usinas,
ni tampoco tristeza.

Mi quebranto es de aquellos
que me anduvieron, que me dieron sol,
que me comunicaron existencias,
y ahora qué hago con el heroísmo
de los soldados y los ingenieros?
Dónde está la sonrisa
o la pintura comunicativa,
o la palabra enseñante,
o la risa, la risa,
la ciara carcajada
de aquellos que perdí por esas calles,
por estos tiempos, por estas regiones
en donde me detuve y continuaron
ellos, hasta terminar sus viajes?

En ciertas aguas, en un territorio,
puerto, ciudad, campiña,
allí cierta ternura
nos esperaba o se reconstruyó.
Y la pregunta para todo humano
es saber si se agota el mineral,
esa condición del alma,
si persiste después como raíz,
como bloque enterrado.
o si se fue con los que ya se fueron.

Si lo que queda aún en los rincones
de los sobrevivientes
está ya preparado para irse,
así sin despedirnos,
y entonces, cómo llegar y estrellarse
con las máscaras nuevas,
con palabras veloces
que vuelan resbalando en nuevas calles,
en nuevos laberintos?
El tiempo nos había acostumbrado
a este rostro, a estos ojos amarillos,
a esta razón, a este padecimiento,
y si ahora no están, cómo aprender
de nuevo el alfabeto de la vida?

Tal vez no nos despiertan
y seguimos
durmiendo en la hora dormida,
y rechazamos
lo que continua,
la planta irrevocable
que persiste y que crece;
bien, es verdad, y qué hay con ello?

Por qué aceptar lo que no sustituye
al agua pura, al vino de la viña,
al pan profundo que era nuestro pan,
a las presencias insignes o impuras
que eran nosotros mismos y no están,
y no es porque están muertas,
sino porque no están, y no hay remedio.

Porque una cosa es que en libro y losa
graben los nombres, brillen o se apaguen.
No es eso, no, no se trataba de eso,
de la inmortalidad descascarada,
se trata de personas personales
con lo que amaban y lo que comían,
cada uno diverso, replegado
en su silencio o en su intensidad.

Y no echaré de menos ni de más,
no la importancia, sí la circunstancia,
el debe y el haber es cosa de otros,
de los encarnizados pertinaces,
yo quiero de ellos lo que no fue nada,
un llegar a la casa en que respiras
y no es solo aquel hombre y su mujer
sino aquel aire, y no decirse nada
para entenderse sobre lo imposible.

La noche queda fuera del Aragby
como un mujik a quien no dejaron entrar
y ronda fascinado por risas y shashlik.

Que se diga de mí que fui un poeta
de la generación del Resta uranr Aragby:
pertenezco al aroma del corderillo asado,
mi poesía a veces es como coles rojas
o como el vino en taza georgiana.

Yo, pecador en todo régimen,
con comedores de regiones remotas,
turcomanos, kirghises, caucásicos pastores,
me determino cantor y carnívoro:
me alborozan los cuerpos y la música,
la alegría profunda del estómago,
la voz de los sonámbulos violines.

Aquí el cristal es agua dura
de los monees soviéticos, este leño,
este acero nupcial de los cuchillos,
esta parábola de las cucharas,
este pan que florece como rosa,
estas trucas moradas, el arroz
que se multiplicó como la luz,
todo lo crea y lo reparte un pueblo,
un octubre difícil y desnudo
que asumió una verdad desconocida
que creció tan fragante y numerosa
que se extendió hasta todos los hambrientos
llenando el mundo de panaderías.

Muchas veces nevada
la Plaza Roja, o limpia
al sol, abierta, bajo los ladrillos
anaranjados de los viejos muros.

El sepulcro
de oscura piedra roja
tiene como una almendra el cuerpo frágil
de un hombre, y hace bien la piedra dura
resguardando la frente de marfil,
las delicadas piernas y los pies
que cambiaron los pasos de la historia,
y allí vienen de lejos a mirarlo
como sí alguna estrella de la noche
aquí recién caída sostuviera
al frágil constructor de la grandeza,

Ay, aquí tanta sangre, tanta guerra,
y cuánta seriedad, cuánta alegría!
¿Qué llevaban los ríos? Nieve y sangre.
¿Y qué eran las ciudades?
Solo ceniza y humo.
Y aun así, desde sus destrucciones,
surgía la metralla,
relampagueaban los héroes.

Luego, adentro de Stalin,
entraron a vivir Dios y el Demonio;
se instalaron en su alma,
Aquel sagaz, tranquilo georgiano,
conocedor del vino y muchas cosas,
aquel capitán claro de su pueblo
aceptó la mudanza:
llegó Dios con un oscuro espejo
y él retocó su imagen cada día
hasta que aquel cristal se adelgazó
y se llenaron de miedo sus ojos.
Luego llegó el Demonio y una soga
le dio, látigo y cuerda.
La tierra se llenó con sus castigos,
cada jardín tenía un ahorcado.

Cómo a la rectitud de tu doctrina
subieron estas curvas de serpiente
hasta que miedo y crimen se anudaron
y toda claridad fue exterminada?
Aún quedan semillas del dolor!
Tiempo maldito, entiérrate en su rumba!
Que nunca más la tierra deje entrar
la materia de dioses o demonios
al corazón de los gobernadores;
que no se muestre el cielo individual
o el caprichoso infierno solitario:
pégale con la piedra del Partido,
pícalo con la abeja colectiva,
rompe el espejo, córrale la soga,
para que en el jardín triunfe la rosa.

Aire de Europa y aire de Asia
se encuentran, se rechazan,
se casan, se confunden
en la ciudad del límite:
llega el polvo carbónico de Silesia,
la fragancia vinícola de Francia,
olor a Italia con cebollas fricas,
humo, sangre, clavetes españoles,
todo lo trae el aire, la ventisca
de tundra y taiga bailan en la estepa,
el aire siberiano, fuerza pura,
viento de astro silvestre,
el ancho viento que hasra los Urales
con manos verdes como malaquita
plancha los caseríos, las praderas,
guarda en su centro un corazón de lluvia,
se desploma en arcángeles de nieve.

Oh línea de dos mundos que palpitan
desgarradoramente, ostentatorios
de lo mejor y de lo venenoso,
línea
de muerte y nacimiento, de Afrodita
fragante a jazmineros entreabiertos
prolongando su esencial divinidad
y el trigo justiciero de este lado,
la cosecha de todos, la certeza
de haber cumplido con el sueño humano:
oh ciudad lineal que como un hacha
nos rompe el alma en dos mitades tristes,
insatisfechas ambas, esperando
la cicatrización de los dolores,
la paz, el tiempo del amor completo.

Porque yo, clásico de mi araucanía,
castellano de sílabas, testigo
del Greco y su familia lacerada,
yo, hijo de Apollinaire o de Petrarca,
y también yo, pájaro de San Basilio,
viviendo entre las cúpulas burlescas,
elaborados rábanos, cebollas
del huerto bizantino, apariciones
de los íconos en su geometría
yo que soy tú me abrazo a las herencias
y a las adquisiciones celestiales:
del mundo antiguo y de los nuevos mundos
participamos con melancolía
en la fusión de los vientos contrarios,
en la unidad del tiempo que camina.

La vida es el espacio en movimiento.

EL CORAZÓN AMARILLO

[1971-1972]


Uno

Por incompleto y fusiforme
yo me entendí con las agujas
y luego me fueron hilando
sin haber nunca terminado.

Por eso el amor que te doy,
mi mujer, mí mujer aguja,
se enrolla en tu oreja mojada
por el vendaval de Chillán
y se desenrolla en tus ojos
desatando melancolías.

No hallo explicación halagüeña
a mí destino intermitente,
mi vanidad me conducía
hacia inauditos heroísmos:
pescar debajo de la arena,
hacer agujeros en el aire,
comerme todas las campanas.
Y sin embargo hice poco
o no hice nada sin embargo,
sino entrar por una guitarra
y salir cantando con elfa.


Otro

De tanto andar una región
que no figuraba en los libros
me acostumbré a las tierras tercas
en que nadie me preguntaba
si me gustaban las lechugas
o si prefería la menta
que devoran los elefantes.
Y de tanto no responder
tengo el corazón amarillo.


Otro más

Yo volví del fondo del mar
odiando las cosas mojadas:
me sacudí como los perros
de las olas que me querían
y de repente me sentí
contento de mí desembarco
y únicamente terrestre.

Los periodistas dirigieron
su maquinaria extravagante
contra mis ojos y mi ombligo
para que les contara cosas
como si yo me hubiera muerto,
como sí yo fuera un vulgar
cadáver especializado,
sin tomar en cuenta mi ser
que me exigía caminar
antes de que yo regresara
a mis costumbres espantosas:
estuve a punto de volver
a sumergirme en la marea.

Porque mi historia se duplica
cuando en mi infancia descubrí
mi depravado corazón
que me hizo caer en el mar
y acostumbrarme a submarino.

Allí estudié para pintor,
allí tuve casa y pescado,
bajo las olas me casé,
no me acuerdo ni cuáles fueron
mis novias de profundidad
y lo cieno es que todo aquello
era una incólume rutina:
yo me aburría con los peces
sin incidencias ni batallas
y ellos pensaron que tal vez
yo era un monótono cetáceo.

Cuando por imaginación
pisé la arena de Isla Negra
y viví como todo el mundo,
me tocan tanto la campana
y preguntan cosas idiotas
sobre los aspectos remotos
de una vida tan ordinaria
no sé qué hacer para espantar
a estos extraños preguntones.

Le pido a un sabio que me diga
dónde puedo vivir tranquilo.


El héroe

En una calle de Santiago
ha vivido un hombre desnudo
por tantos largos años, sí,
sin calzarse, no, sin vestirse
y con sombrero, sin embargo.

Sin más ropaje que sus pelos
este varón filosofante
se mostró en el balcón a veces
y lo vio la ciudadanía
como a un nudista solitario
enemigo de las camisas,
del pantalón y la casaca.

Así pasaban las modas,
se marchitaban los chalecos
y volvían ciertas solapas,
ciertos bastones caídos:
todo era resurrección
y enterramientos en la ropa,
todo, menos aquel mortal
en cueros como vino al mundo,
desdeñoso como los dioses
dedicados a la gimnasia.

(Los testigos y las testigas
del habitante singular
dan detalles que me estremecen
al mostrar la transformación
del hombre y su fisiología.)

Después de aquella desnudez
con cuarenta años de desnudo
desde la cabeza a los pies
se cubrió con escamas negras
y los cabellos le cubrieron
de tal manera los ojos
que nunca pudo leer más,
ni los periódicos del día.

Así quedó su pensamiento
fijo en un punto del pasado
como el antiguo editorial
de un diario desaparecido.

(Curioso caso aquel varón
que murió cuando perseguía
a su canario en la terraza.)

Queda probado en esta historia
que la buena fe no resiste
las embestidas del invierno.


Una situación insostenible

Tanto se habló de los difuntos
en la familia de Ostrogodo
que pasó una cosa curiosa,
digna de ser establecida.

Hablaban tanto de los muertos
cerca del fuego todo el día,
del primo Carlos, de Felipe,
de Carlota, monja difunta,
de Candelario sepultado,
en fin, no terminaban nunca
de recordar lo que no vivía.

Entonces en aquella casa
de oscuros patios y naranjos,
en el salón de piano negro,
en los pasillos sepulcrales,
se instalaron muchos difuntos
que se sintieron en su casa.

Lentamente, como ahogados
en los jardines cenicientos
pululaban como murciélagos,
se plegaban como paraguas
para dormir o meditar
y dejaban en los sillones
un olor acre de tumba,
un aura que invadió la casa,
un abanico insoportable
de seda color de naufragio.

La familia Ostrogodo apenas
si se atrevía a respirar:
era tan puro su respeto
a los aspectos de la muerte.

Y si aminorados sufrían
nadie les escuchó un susurro.

(Porque hablando de economía
aquella invasión silenciosa
no les gastaba los bolsillos:
los muertos no comen ni fuman,
sin duda esto es satisfactorio:
pero en verdad ocupaban
más y más sitios en la casa.)

Colgaban de los cortinajes,
se sentaban en los floreros,
se disputaban el sillón
de don Filiberto Ostrogodo,
y ocupaban por largo tiempo
el baño, puliendo tal vez
los dientes de sus calaveras;
lo cierto es que aquella familia
fue retirándose del fuego,
del comedor, del dormitorio.

Y conservando su decoro
se fueron todos al jardín
sin protestar de los difuntos,
mostrando una triste alegría.

Bajo la sombra de un naranjo
comían como refugiados
de la frontera peligrosa
de una batalla perdida.


Pero hasta allí llegaron ellos
a colgarse de los ramajes,
serios difuntos circunspectos
que se creían superiores
y no se dignaban hablar
con los benignos Ostrogodos,

Hasta que de tanto morir
ellos se unieron a los otros
enmudeciendo y falleciendo
en aquella casa morral
que se quedó sin nadie un día,
sin puertas, sin casa, sin luz,
sin naranjos y sin difuntos.


Filosofía

Queda probada la certeza
del árbol verde en primavera
y de la corteza terrestre:
nos alimentan los planetas
a pesar de las erupciones
y el mar nos ofrece pescados
a pesar de sus maremotos:
somos esclavos de la tierra
que también es dueña del aire,

Paseando por una naranja
me pasé más de una vida
repitiendo el globo terrestre:
la geografía y la ambrosía;
los jugos color de jacinto
y un olor blanco de mujer
como las flores de la harina.

No se saca nada volando
para escaparse de este globo
que te atrapó desde nacer.
Y hay que confesar esperando
que el amor y el entendimiento
vienen de abajo, se levantan
y crecen dentro de nosotros
como cebollas, como encinas,
como galápagos o flores,
como países, como razas,
como caminos y destinos.


Sin embargo me muevo

De cuando en cuando soy feliz!
opiné delante de un sabio
que me examinó sin pasión
y me demostró mis errores.

Tal vez no había salvación
para mis dientes avenados,
uno por uno se extraviaron
los pelos de mi cabellera:
mejor era no discutir
sobre mi tráquea cavernosa:
en cuanto al cauce coronario
estaba lleno de advertencias
como el hígado tenebroso
que no me servía de escudo
o este riñón conspira tivo.
Y con mi próstata melancólica
y los caprichos de mi uretra
me conducían sin apuro
a un analítico final.

Mirando frente a frente al sabio
sin decidirme a sucumbir
le mostré que podía ver,
palpar, oír y padecer
en otra ocasión favorable.
Y que me dejara el placer
de ser amado y de querer:
me buscaría algún amor
por un mes o por una semana
o por un penúltimo día.

El hombre sabio y desdeñoso
me miró con la indiferencia
de los camellos por la luna
y decidió orgullosamente
olvidarse de mi organismo.

Desde entonces no estoy seguro
de si yo debo obedecer
a su decreto de morirme
o si debo sentirme bien
como mí cuerpo me aconseja.

Y en esta duda yo no sé
si dedicarme a meditar
o alimentarme de claveles.


Piedrafina

Debes medirte, caballero,
compañero debes medirte,
me aconsejaron uno a uno,
me aconsejaron poco a poco,
me aconsejaron mucho a mucho,
hasta que me fui desmidiendo
y cada vez me desmedí,
me desmedí cada día
hasta llegar a ser sin duda
horripilante y desmedido,
desmedido a pesar de todo,
inaceptable y desmedido,
desmedidamente dichoso
en mi insurgente desmesura.

Cuando en el río navegable
navegaba como los cisnes
puse en peligro la barcaza
y produje tan grandes olas
con mis estrofas vendavales
que caímos todos al agua.
Allí los peces me miraron
con ojos fríos y reproches
mientras sardónicos cangrejos
amenazaban nuestros culos.

Otra vez asistiendo a un largo,
a un funeral interminable,
entre los discursos funestos
me quedé dormido en la tumba
y allí con grave negligencia
me echaron tierra, me enterraron:
durante los días oscuros
me alimenté de las coronas,
de crisantemos putrefactos.
Y cuando resucité
nadie se había dado cuenta.

Con una hermosa me pasó
una aventura desmedida.
Piedrafína, así se llamaba,
se parecía a una cereza,
a un corazón dibujado,
a una cajita de cristal.
Cuando me vio naturalmente
se enamoró de mi nariz.
le prodigó tiernos cuidados
y pequeños besos celestes.

Entonces desencadené
mis inaceptables instintos
y la insaciable vanidad
que me lleva a tantos errores:
con esfuerzo desenrollé
mi nariz hasta convertirla
en una trompa de elefante.
Y con mortales malabarismos
llevé a tal grado la destreza
que a Piedrafina levanté
hasta las ramas de un cerezo.

Aquella mujer rechazó
mis homenajes desmedidos
y nunca bajó de las ramas:
me abandonó. Supe después
que poco a poco, con el tiempo,
se convirtió en una cereza.

No hay remedio para estos males
que me hacen feliz tristemente
y amargamente satisfecho:
el orgullo no lleva a nada,
pero la verdad sea dicha;
no se puede vivir sin él.


Canción del amor

Te amo, te amo, es mi canción
y aquí comienza el desatino.

Te amo, te amo mi pulmón,
te amo, te amo mi parrón,
y si el amor es como el vino
eres tu mí predilección
desde las manos a los píes:
eres la copa del después
y la botella del destino.

Te amo al derecho y al revés
y no tengo tono ni tino
para cantarte mi canción,
mi canción que no tiene fin.

En mi violín que desentona
te lo declara mi violín
que te amo, te amo mi violona,
mí mujercita oscura y clara,
mi corazón, mi dentadura,
mi claridad y mi cuchara,
mi sal de la semana oscura,
mi luna de ventana clara.


Una estatua en el silencio

Tanto pasa en el vocerío,
tantas campanas se escucharon
cuando amaban o descubrían
o cuando se condecoraban
que desconfié de la algazara
y me vine a vivir a píe
en esta zona de silencio.

Cuando se cae una ciruela,
cuando una ola se desmaya,
cuando ruedan niñas doradas
en la molicie de la arena,
o cuando una sucesión
de aves inmensas me precede,
en mi callada exploración
no suena ni aúlla ni truena,
no se susurra ni murmulla:
por eso me quedé a vivir
en la música del silencio.

El aire es mudo todavía,
los automóviles resbalan
sobre algodones invisibles
y las muchedumbres políticas
con ademanes enguantados
transcurren en un hemisferio
en donde no vuela una mosca.

Las mujeres más parlanchinas
se ahogaron en los estanques
o navegan como los cisnes,
como las nubes en el cielo,
y van los trenes del verano
repletos de frutas y bocas
sin un pitazo ni una rueda
que rechine, como ciclones
encadenados al silencio.

Los meses son como cortinas,
como taciturnas alfombras:
bailan aquí las estaciones
hasta que duerme en el salón
la estatua inmóvil del invierno.


Integraciones

Después de todo te amaré
como si fuera siempre antes
como si de tanto esperar
sin que te viera ni llegaras
estuvieras eternamente
respirando cerca de mí.

Cerca de mí con tus costumbres
con tu color y tu guitarra
como están juntos los países
en las lecciones escolares
y dos comarcas se confunden
y hay un no cerca de un río
y dos volcanes crecen juntos.

Cerca de tí es cerca de mí
y lejos de todo es tu ausencia
y es color de arcilla la luna
en la noche del terremoto
cuando en el terror de la tierra
se juntan todas las raíces
y se oye sonar el silencio
con la música del espanto.


El miedo es también un camino.
Y entre sus piedras pavorosas
puede marchar con cuatro pies
y cuatro labios, la ternura.

Porque sin salir del presente
que es un anillo delicado
tocamos la arena de ayer
y en el mar enseña el amor
un arrebato repetido.


Gatos nocturnos

Cuántas estrellas tiene un gato
me preguntaron en París
y comencé tigre por tigre
a acechar las constelaciones:
porque dos ojos acechantes
son palpitaciones de Dios
en los ojos fríos del gato
y dos centellas en el tigre.

Pero es una estrella la cola
de un gato erizado en el cielo
y es un tigre de piedra azul
la noche azul de Antofagasta,

La noche gris cié Antofagasta
se eleva sobre las esquinas
como una derrota elevada
sobre la fatiga terrestre
y se sabe que es el desierto
el otro rostro de la noche
tan infinita, inexplorada
como el no ser de las estrellas.

Y entre las dos copas del alma
los minerales centellean.

Nunca vi un gato en el desierto:
la verdad es que nunca tuve
para dormir más compañía
que las arenas de la noche,
las circunstancias del desierto
o las estrellas del espacio.

Porque así no son y así son
mis pobres averiguaciones.


Rechaza los relámpagos

Centella, tú me dedicaste
la lentitud de mis trabajos:
con la advertencia equinoccial
de tu fosfórica amenaza
yo recogí mis preferencias,
renuncié a lo que no tenía
y encontré a mis píes y a mis ojos
las abundancias del otoño.

Me enseñó el rayo a ser tranquilo,
a no perder luz en el cielo,
a buscar adentro de mí
las galerías de la tierra,
a cavar en el suelo duro
hasta encontrar en la dureza
el mismo sitio que buscaba,
agonizando, el meteoro.

Aprendí la velocidad
para dejarla en el espacio
y de mi lento movimiento
hice una escuela innecesaria
como una tertulia de peces
cuyo paseo cotidiano
se desarrolla entre amenazas.
Éste es el estilo de abajo,
del manifiesto submarino.

Y no lo pienso desdeñar
por una ley de la centella:
cada uno con su señal,
con lo que tuvo en este mundo,
y me remito a mi verdad
porque me falta una mentira.


Desastres

Cuando llegué a Curacautín
estaba lloviendo ceniza
por voluntad de los volcanes.

Me tuve que mudar a Talca
donde habían, crecido tanto
los ríos tranquilos de Maule
que me dormí en una embarcación
y me fui a Valparaíso.

En Valparaíso caían
alrededor de mí las casas
y desayuné en los escombros
de mi perdida biblioteca
entre un Baudelaire sobrevivo
y un Cervantes desmantelado.

En Santiago las elecciones
me expulsaron de la ciudad:
todos se escupían la cara
y a juzgar por los periodistas
en el cielo estaban los justos
y en la calle los asesinos.

Hice mi cama junto a un río
que llevaba más piedras que agua,
junto a unas encinas serenas,
lejos de todas las ciudades,
junto a las piedras que cantaban
y al fin pude dormir en paz
con cierto temor de una estrella
que me miraba y parpadeaba
con cierta insistencia maligna.

Pero la mañana gentil
pintó de azul la noche negra
y las estrellas enemigas
fueron tragadas por la luz
mientras yo cantaba tranquilo
sin catástrofe y sin guitarra.


Recuerdos de la amistad

Era una tal obstinación
la de mí amigo Rupernno
que empeñó su desinterés
en siempre inútiles empresas:
exploró reinos explorados,
fabricó millones de ojales,
abrió un club de viudas heroicas
y vendía el humo en botellas.

Yo desde niño hice de Sancho
contra mi socio quijotesco:
alegué con fuerza y cordura
como una tía protectora
cuando quiso plantar naranjos
en los techos de Notre-Dame.
Luego, cansado de sufrirlo,
lo dejé en una nueva industria:
«Bote Araúd», «Lancha Sarcófago»
para presuntos suicidas:
mi paciencia no pudo más
y le corté mi vecindad.

Cuando mi amigo fue elegido
Presidente de Coscaragua
me designó Generalísimo,
a cargo de su territorio:
era su orden invadir
las monarquías cafeteras
regidas por reyes rabiosos
que amenazaban su existencia.

Por debilidad de carácter
y amistad antigua y pueril
acepté aquellas charreteras
y con cuarenta involuntarios
avancé sobre las fronteras.

Nadie sabe lo que es morder
el polvo de la derrota:
entre Marfil y Costaragua
se derritieron de calor
mis aguerridos combatientes
y me quedé solo, cercado
por cincuenta reyes rabiosos.

Volví contrito de las guerras:
sin título de general.
Busqué a mi amigo quijotero:
nadie sabía dónde estaba.

Lo encontré luego en Canadá
vendiendo plumas de pingüino
(ave implume por excelencia)
(lo que no tenía importancia
para mi compadre obstinado).

El día menos pensado
puede aparecer en su casa;
créale todo lo que cuenta
porque después de todo es él
el que siempre tuvo razón.

Enigma para intranquilos

Por los días del año que vendrá
encontraré una hora diferente:
una hora de pelo catarata,
una hora ya nunca transcurrida:
como si el tiempo se rompiera allí
y abriera una ventana: un agujero
por donde deslizamos hacia el fondo.

Bueno, aquel día con la hora aquella
llegará y dejará todo cambiado:
no se sabrá ya más si ayer se fue
o lo que vuelve es lo que no pasó.

Cuando de aquel reloj caiga una hora
al suelo, sin que nadie la recoja,
y al fin tengamos amarrado el tiempo,
ay! sabremos por fin dónde comienzan
o dónde se terminan los destinos,
porque en el trozo muerto o apagado
veremos la materia de las horas
como se ve la pata de un insecto.

Y dispondremos de un poder satánico:
volver atrás o acelerar las horas:
llegar al nacimiento o a la muerte
con un motor robado al infinito.


El pollo jeroglífico

Tan defectuoso era mi amigo
que no soportaba el crepúsculo.
Era una injuria personal
la aproximación de la sombra,
la duda crítica, del día.

Mi pobre amigo aunque heredero
de posesiones terrenales
podía cambiar de estación
buscando el país de la nieve
o las palmeras de Sumatra:
pero, cómo evitarle al día
el crepúsculo inevitable?

Intentó somníferos verdes
y alcoholes extravagantes,
nadó en espuma de cerveza,
acudió a médicos, leyó
farmacopeas y almanaques:
escogió el amor a esa hora,
pero todo resultó inútil:
casi dejaba de latir
o palpitaba demasiado
su corazón que rechazaba
el advenimiento fatal
del crepúsculo de cada día.
Penosa vida que arrastró
mi amigo, desinteresado.

Con C. B. íbamos con él
a un restaurante de París
a esa hora para que se viera
la aproximación de la noche.

Nuestro amigo creyó encontrar
un jeroglífico inquietante
en un manjar que le ofrecían.
Y acto seguido, iracundo,
arrojó el pollo jeroglífico
a la cabeza del benigno
maítre d'hótel del restaurante.
Mientras se cerraba el crepúsculo
como un abanico celeste
sobre las torres de París,
la salsa bajaba a los ojos
del servidor desorientado.

Llegó la noche y otro día
y sobre nuestro atormentado,
¿qué hacer? Cayó el olvido oscuro
como un crepúsculo de plomo.

C. B. me recuerda esta historia
en una carta que conservo.


Mañana con aire

Del aire libre prisionero
va un hombre a media mañana
como un globo de cristal.
Qué puede saber y conocer
si está encerrado como un pez
entre el espacio y el silencio,
¿si los follajes inocentes
le esconden las moscas del mal?

Es mi deber de sacerdote,
de geógrafo arrepentido,

de naturalista engañado,
abrir los ojos del viajero;

me paro en medio del camino
y detengo su bicicleta:

Olvidas, le digo, villano,
ignorante lleno de oxígeno,
¿el tugurio de las desdichas
y los rincones humillados?

Ignoras que allí con puñal,
acá con garrote y pedrada,
más allá con revólver negro
y en Chicago con tenedor
se asesinan las alimañas,
se despedazan las palomas
y se degüellan las sandías?

Arrepiéntete del oxígeno,
dije al viajero sorprendido,
no hay derecho a entregar la vida
a la exclusiva transparencia.

Hay que entrar en la casa oscura,
en el callejón de la muerte,
tocar la sangre y el terror,
compartir el mal espantoso.

El transeúnte me clavó
sus dos ojos incomprensivos
y se alejó en la luz del sol
sin responder ni comprender.

Y me dejó -triste de mí-
hablando solo en el camino.


El tiempo que no se perdió

No se cuentan las ilusiones
ni las comprensiones amargas,
no hay medida para contar
lo que no podría pasarnos,
lo que rondó como abejorro
y no son cosas pasajeras
sino constantes evidentes
la continuidad
sin que no nos diéramos cuenta
de lo que estábamos perdiendo.

Perder hasta perder la vida
es vivir la vida y la muertedel vacío,
el silencio en que cae todo
y por fin nosotros caemos.

Ay! lo que estuvo tan cerca
sin que pudiéramos saber.
Ay! lo que no podía ser
cuando tal vez podía ser.

Tantas alas circunvolaron
las montañas de la tristeza
y tantas ruedas sacudieron
la carretera del destino
que ya no hay nada que perder.

Se terminaron los lamentos.


Otra cosa

Me suceden tan pocas cosas
que debo contar y contadas.
Nadie me regala asfódelos
y nadie me hace suspirar.
Porque llegué a la encrucijada
de un enrevesado destino
cuando se apagan los relojes
y cae el cielo sobre el cielo
hasta que el día moribundo
saca a la luna de paseo.

Hasta cuándo se desenreda
esta belleza equinoccial
que de verde pasa a redonda,
de ola marina a catarata,
de sol soberbio a luna blanca,
de soledad a capitolio,
sin que se altere la ecuación
del mundo en que no pasa nada?

No pasa nada sino un día
que como ejemplar estudiante
se sienta con sus galardones
detrás de otro día premiado,
hasta que el coro semanal
se ha convertido en un anillo
que ni la noche transfigura
porque llega, tan alhajada,
tan portentosa como siempre.

A ver si pescan peces locos
que trepen como ornitorrincos
por las paredes de mi casa
y rompan el nuevo equilibrio
que me persigue y me atormenta.


Suburbios

Celebro las virtudes y los vicios
de pequeños burgueses suburbanos
que sobrepasan el refrigerador
y colocan sombrillas de color
junto al jardín que anhela una piscina:
este ideal del lujo soberano
para mí hermano pequeño burgués
que eres tú y que soy yo, vamos diciendo
la verdad verdadera en este mundo.

La verdad de aquel sueño a corto plazo
sin oficina el sábado, por fin,
los despiadados jefes que produce
el hombre en los graneros insolubles
donde siempre nacieron los verdugos
que crecen y se multiplican siempre.

Nosotros, héroes y pobres diablos,
débiles, fanfarrones, inconclusos,
y capaces de todo lo imposible
siempre que no se vea ni se oiga,
donjuanes y donjuanas pasajeros
en la fugacidad de un corredor
o de un tímido hotel de pasajeros.
Nosotros con pequeñas vanidades
y resistidas ganas de subir,
de llegar donde todos han llegado
porque así nos parece que es el mundo:
una pista infinita de campeones
y en un rincón nosotros, olvidados
por culpa de tal vez todos los otros
porque eran tan parecidos a nosotros
hasta que se robaron sus laureles,
sus medallas, sus títulos, sus nombres.


JARDÍN DE INVIERNO


[1971-1973]


El egoísta

No falta nadie en el jardín. No hay nadie:
solo el invierno verde y negro, el día
desvelado como una aparición,
fantasma blanco, fría vestidura,
por las escalas de un castillo. Es hora
de que no llegue nadie, apenas caen
las gotas que cuajaban el rocío
en las ramas desnudas del invierno
y yo y tú en esta zona solitaria,
invencibles y solos, esperando
que nadie llegue, no, que nadie venga
con sonrisa o medalla o presupuesto
a proponernos nada.

Ésta es la hora
de las hojas caídas, trituradas
sobre la tierra, cuando
de ser y de no ser vuelven al fondo
despojándose de oro y de verdura
hasta que son raíces otra vez
y otra vez, demoliéndose y naciendo,
suben a conocer la primavera.

Oh corazón perdido
en mí mismo, en mi propia investidura,
qué generosa transición te puebla!
Yo no soy el culpable
de haber huido ni de haber acudido:
no me pudo gastar la desventura!
La propia dicha puede ser amarga
a fuerza de besarla cada día
y no hay camino para liberarse
del sol sino la muerte.

Qué puedo hacer si me escogió la estrella
para relampaguear, y si la espina
me condujo al dolor de algunos muchos?
Qué puedo hacer si cada movimiento
de mi mano me acercó a la rosa?
Debo pedir perdón por este invierno,
el más lejano, el más inalcanzable
para aquel hombre que buscaba el frío
sin que sufriera nadie por su dicha?

Y si entre estos caminos
-Francia distante, números de niebla-
vuelvo al recinto de mi propia vida
-un jardín solo, una comuna pobre-
y de pronto este día igual a todos
baja por las escalas que no existen
vestido de pureza irresistible,
y hay un olor de soledad aguda,
de humedad, de agua, de nacer de nuevo:
qué puedo hacer si respiro sin nadie,
por qué voy a sentirme malherido?


Gautama Cristo

Los nombres de Dios y en particular de su representante
llamado Jesús o Cristo, según textos y bocas,
han sido usados, gastados y dejados
a la orilla del río de las vidas
como las conchas vacías de un molusco.

Sin embargo, al tocar estos nombres sagrados
y desangrados, pétalos heridos,
saldos de los océanos del amor y del miedo,
algo aún permanece: un labio de ágata,
una huella irisada que aun tiembla en la luz.

Mientras se usaban los nombres de Dios
por los mejores y por los peores, por los limpios y por los
sucios,
por los blancos y los negros, por ensangrentados asesinos
y por las víctimas doradas que ardieron en napalm,
mientras Nixon con las manos
de Caín bendecía a sus condenados a muerte,
mientras menos y menores huellas divinas se hallaron en la
playa,
los hombres comenzaron a estudiar los colores,
el porvenir de la miel, el signo del uranio,
buscaron con desconfianza y esperanza las posibilidades
de matarse y de no matarse, de organizarse en hileras,
de ir más allá, de ilimitarse sin reposo.

Los que cruzamos estas edades con gusto a sangre,
a humo de escombros, a ceniza muerta,
y no fuimos capaces de perder la mirada,
a menudo nos detuvimos en los nombres de Dios,
los levantamos con ternura porque nos recordaban
a los antecesores, a los primeros, a los que interrogaron,
a los que encontraron el himno que los unió en la desdicha
y ahora viendo los fragmentos vacíos donde habitó aquel
nombre
sentimos estas suaves sustancias
gastadas, malgastadas por la bondad y por la maldad.


La piel del abedul

Como la piel del abedul
eres plateada y olorosa:
tengo que comer con tus ojos
al describir la primavera.

Y aunque no sé cómo te llamas
no hay primer tomo sin mujer:
los libros se escriben con besos
(y yo les ruego que se callen
para que se acerque la lluvia).

Quiero decir que entre dos mares
está colgando mi estatura
como una bandera abatida.
Y por mi amada sin mirada
estoy dispuesto hasta a morir
aunque mi muerte se atribuya
a mi deficiente organismo
o a la tristeza innecesaria
depositada en los roperos.
Lo cierto es que el tiempo se escapa
y con voz de viuda me llama
desde los bosques olvidados.

Antes de ver el mundo, entonces,
cuando mis ojos no se abrían
yo disponía de cuatro ojos:
los míos y los de mi amor;
no me pregunten si he cambiado
(es solo el tiempo el que envejece)
(vive cambiando de camisa
mientras yo sigo caminando).

Todos los labios del amor
fueron haciendo mi ropaje
desde que me sentí desnudo:
ella se llamaba María
(tal vez Teresa se llamaba),
y me acostumbré a caminar
consumido por mis pasiones.

Eres tu la que tu serás
mujer innata de mi amor,
la que de greda fue formada
o la de plumas que voló
o la mujer territorial
de cabellera en el follaje
o la concéntrica caída
como una moneda desnuda
en el estanque de un topacio
o la presente cuidadora
de mi incorrecta indisciplina
o bien la que nunca nació
y que yo espero todavía.

Porque la luz del abedul
es la piel de la primavera.


Modestamente

Hay que conocer ciertas virtudes
normales, vestimentas de cada día
que de tanto ser vistas parecen invisibles
y no entregarnos al excepcional,
al tragafuego o a la mujer araña.

Sin duda que preconizo la excelencia silvestre,
el respeto anticuado, la sede natural,
la economía de los hechos sublimes que se pegan
de roca en roca a las generaciones sucesivas,
como ciertos moluscos vencedores del mar.

Toda la gente, somos nosotros, los eslabones grises
de las vidas que se repiten hasta la muerte,
y no llevamos uniformes desmesurados, ni rupturas precisas:
nos convienen las comunicaciones, el limpio amor, el pan
puro,
el fútbol, las calles atravesadas con basuras a la puerta,
los perros de condescendientes colas, el jugo de un limón
en el advenimiento del pescado pacífico.

Pido autorización para ser como todos,
como todo el mundo y, también, como cualquiera:
le ruego a usted, encarecidamente,
si se trata de mí, ya que de eso se trata,
que se elimine el cornetazo durante mi visita
y se resignen ustedes a mi tranquila ausencia.


Con Quevedo, en primavera

Todo ha florecido en
estos campos, manzanos,
azules titubeantes, malezas amarillas,
y entre la hierba verde viven las amapolas,
El cielo inextinguible, el aire nuevo
de cada día, el tácito fulgor,
regalo de una extensa primavera.
Solo no hay primavera en mi recinto.
Enfermedades, besos desquiciados,
como yedras de iglesia se pegaron
a las ventanas negras de mi vida
y el solo amor no basta, ni el salvaje
y extenso aroma de la primavera.

Y para ti qué son en este ahora
la luz desenfrenada, el desarrollo
floral de la evidencia, el canto verde
de las verdes hojas, la presencia
del cielo con su copa de frescura?
Primavera exterior, no me atormentes,
desatando en mis brazos vino y nieve,
corola y ramo roto de pesares,
dame por hoy el sueño de las hojas
nocturnas, la noche en que se encuentran
los muertos, los metales, las raíces,
y tantas primaveras extinguidas
que despiertan en cada primavera.


Todos saber

Alguien preguntará más tarde, alguna vez
buscando un nombre, el suyo o cualquier otro nombre,
por qué desestimé su amistad o su amor
o su razón o su delirio o sus trabajos:
tendrá razón: fue mi deber nombrarte,
a ti, al de más allá y al de más cerca,
a alguno por la heroica cicatriz,
a la mujer aquella por su pétalo,
al arrogante por su inocencia agresiva,
al olvidado por su oscuridad insigne.

Pero no tuve tiempo ni tinta para todos.

O bien el menoscabo de la ciudad, del tiempo,
el frío corazón de los relojes
que latieron cortando mi medida,
algo pasó, no descifré,
no alcancé todos los significados:
pido perdón al que no está presente:
mi obligación fue comprender a todos, delirante,
débil, tenaz, manchado, heroico, vil,
amante hasta las lágrimas, ingrato,
redentor atrapado en su cadena,
enlutado campeón de la alegría.

Ay, para, qué contamos tus verdades
si yo viví con ellas,
si yo soy cada uno y cada vez,
si yo me llamo siempre con tu nombre.


Imagen

De una mujer que apenas conocí
guardo el nombre cerrado: es una caja,
alzo de tarde en tarde las sílabas que tienen
herrumbre y crujen como planos desvencijados:
salen luego los árboles aquellos, de la lluvia,
los jazmines, las trenzas victoriosas
de una mujer sin cuerpo ya, perdida,
ahogada en el tiempo como en un lento lago;
sus ojos se apagaron allí como carbones.

Sin embargo, hay en la disolución
fragancia muerta, arterias enterradas,
o simplemente vida entre otras vidas.

Es aromático volver el rostro
sin otra dirección que la pureza:
tomar el pulso al cielo torrencial
de nuestra juventud menoscabada;
girar un anillo al vacío,
poner el grito en el cielo.

Siento no tener tiempo para mis existencias,
la mínima, el souvenir dejado en un vagón
de tren, en una alcoba o en la cervecería,
como un paraguas que allí se quedó en la lluvia:
tal vez son estos labios imperceptibles
los que se escuchan como resonancia marina
de pronto, en un descuido del camino,

Por eso, Irene o Rosa, María o Leonor,
cajas vacías, flores secas dentro de un libro,
llaman en circunstancias solitarias
y hay que abrir, hay que oír lo que no tiene voz,
hay que ver estas cosas que no existen.


Llama el océano

No voy al mar en este ancho verano
cubierto de calor, no voy más lejos
de los muros, las puercas y las grietas
que circundan las vidas y mi vida.

En qué distancia, frente a cuál ventana,
en qué estación de trenes
dejé olvidado el mar? Y allí quedamos,
yo dando las espaldas a lo que amo
mientras allá seguía la batalla
de blanco y verde y piedra y centelleo.

Así fue, así parece que así fue:
cambian las vidas, y el que va muriendo
no sabe que esa parte de la vida,
esa noca mayor, esa abundancia
de cólera y fulgor quedaron lejos,
te fueron ciegamente cercenadas.

No, yo me niego al mar desconocido,
muerto, rodeado de ciudades tristes,
mar cuyas oías no saben matar,
ni cargarse de sal y de sonido.
Yo quiero el mío mar, la artillería
del océano golpeando las orillas,
aquel derrumbe insigne de turquesas,
la espuma donde muere el poderío.

No salgo al mar este verano: estoy
encerrado, enterrado, y a lo largo
del túnel que me lleva prisionero
oigo remotamente un trueno verde,
un cataclismo de botellas rotas,
un susurro de sal y de agonía.

Es el libertador. Es el océano,
lejos, allá, en mi patria, que me espera.


Pájaro

Un pájaro elegante,
patas delgadas, cola interminable,
viene
cerca de mí, a saber qué animal soy.

Sucede en Primavera,
en Condé-sur-Iton, en Normandía.
Tiene una estrella o gota
de cuarzo, harina o nieve
en la frente minúscula
y dos rayas azules lo recorren
desde el cuello a la cola,
dos líneas estelares de turquesa.

Da minúsculos saltos
mirándome rodeado
de pasto verde y cielo
y son dos signos interrogativos
esos nerviosos ojos acechantes
como dos alfileres,
dos puntas negras, rayos diminutos
que me atraviesan para preguntarme
si vuelo y hacia dónde.
Intrépido, vestido
como una flor por sus ardientes plumas,
directo, decidido
frente a la hostilidad de mi estatura,
de pronto encuentra un grano o un gusano
y a saltos de delgados pies de alambre
abandona el enigma
de este gigante que se queda solo,
sin su pequeña vida pasajera.


Jardín de invierno

Llega el invierno. Espléndido dictado
me dan las lentas hojas
vestidas de silencio y amarillo.

Soy un libro de nieve,
una espaciosa mano, una pradera,
un círculo que espera,
pertenezco a la tierra y a su invierno.

Creció el rumor del mundo en el follaje,
ardió después el trigo constelado
por flores rojas como quemaduras,
luego llegó el otoño a establecer
la escritura del vino:
todo pasó, fue cielo pasajero
la copa del estío,
y se apagó la nube navegante.

Yo esperé en el balcón, tan enlutado
como ayer con las yedras de mi infancia,
que la tierra extendiera
sus alas en mi amor deshabitado.

Yo supe que la rosa caería
y el hueso del durazno transitorio
volvería a dormir y a germinar:
y me embriagué con la copa del aire
hasta que todo el mar se hizo nocturno
y el arrebol se convirtió en ceniza.

La tierra vive ahora
tranquilizando su interrogatorio,
extendida la piel de su silencio.
Yo vuelvo a ser ahora
el taciturno que llegó de lejos
envuelto en lluvia fría y en campanas:
debo a la muerte pura de la tierra
la voluntad de mis germinaciones.


Muchas eradas


Hay que andar tanto por el mundo
para constatar ciertas cosas,
ciertas leyes de sol azul,
el rumor central del dolor,
la exactitud primaveral.

Yo soy tardío de problemas:
llego tarde al anfiteatro
donde se espera la llegada
de la sopa de los centauros!
Allí brillan los vencedores
y se multiplica el otoño.

Por qué yo vivo desterrado
del esplendor de las naranjas?

Me he dado cuenta poco a poco
que en estos días sofocantes
se me va la vida en sentarme,
gasto la luz en las alfombras.

Si no me dejaron entrar
en la casa de los urgentes,
de los que llegaron a tiempo,
quiero saber lo que pasó
cuando se cerraron las puertas.

Cuando se cerraron las puertas
y el mundo desapareció
en un murmullo de sombreros
que repetían como el mar
un prestigioso movimiento.

Con estas razones de ausencia
pido perdón por mi conducta.


Regresos

Dos regresos se unieron a mi vida
y al mar de cada día:
de una vez afronté la luz, la tierra,
cierta paz provisoria. Una cebolla
era la luna, globo
nutricio de la noche, el sol naranja
sumergido en el mar:
una llegada
que soporté, que reprimí hasta ahora,
que yo determiné, y aquí me quedo:
ahora la verdad es el regreso.
Lo sentí como quebrantadura,
como una nuez de vidrio
que se rompe en la roca
y por allí, en un trueno, entró la luz,
la luz del litoral, del mar perdido,
del mar ganado ahora y para siempre.

Yo soy el hombre de tantos regresos
que forman un racimo traicionado,
de nuevo, adiós, por un temible viaje
en que voy sin llegar a parte alguna:
mí única travesía es un regreso.

Y esta vez entre las incitaciones
temí tocar la arena, el resplandor
de este mar malherido y derramado,
pero dispuesto ya a mis injusticias
la decisión cayó con el sonido
de un fruto de cristal que se destroza
y en el golpe sonoro vi la vida,
la tierra envuelta en sombras y destellos
y la copa del mar bajo mis labios.


Los perdidos del bosque

Yo soy uno de aquellos que no alcanzó a llegar al bosque,
de los retrocedidos por el invierno en la tierra,
atajados por escarabajos de irisación y picadura
o por tremendos ríos que se oponían al destino.

Éste es el bosque, el follaje es cómodo, son altísimos muebles
los árboles, ensimismadas citaras las hojas,
se borraron senderos, cercados, patrimonios,
el aire es patriarcal y tiene olor a tristeza.

Todo es ceremonioso en el jardín salvaje
de la infancia: hay manzanas cerca del agua
que llega de la nieve negra escondida en los Andes:
manzanas cuyo áspero rubor no conoce los dientes
del hombre, sino el picoteo de pájaros voraces,
manzanas que inventaron la simetría silvestre
y que caminan con lentísimo paso hacia el azúcar.

Todo es nuevo y antiguo en el esplendor circundante,
los que hasta aquí vinieron son los menoscabados,
y los que se quedaron atrás en la distancia
son los náufragos que pueden o no sobrevivir:
solo entonces conocerán las leyes del bosque.


In memoriam
Manuel y Benjamín


Al mismo tiempo, dos de mi carrera,
de mi cantera, dos de mis trábalos,
se murieron con horas de intervalo:
uno envuelto en Santiago, el Otro en Tacna:
dos singulares, solo parecidos
ahora, única vez, porque se han muerto.

El primero fue taimado y soberano,
áspero, de rugosa investidura,
más bien dado al silencio:
de obrero trabajado conservó
la mano de tarea predispuesta
a la piedra, al metal de la herrería.
El otro, inquieto del conocimiento,
ave de rama en rama de la vida,
fuego centrista como un bello faro
de intermitentes rayos.
Dos secuaces
de dos sabidurías diferentes:
dos nobles solitarios que hoy se unieron
para mí en la noticia de la muerte.

Amé a mis dos opuestos compañeros
que, enmudeciendo, me han dejado mudo
sin saber qué decir ni qué pensar.

Tanto buscar debajo de la piel
y tanto andar entre almas y raíces,
tanto picar papel hora tras hora!

Ahora quietos están, acostumbrándose
a un nuevo espacio de la oscuridad,
el uno con su rectitud de roble
y el otro con su espejo y espejismo:
los dos que se pasaron nuestras vidas
cortando el tiempo, escarmenando, abriendo
surcos, rastreando la palabra justa,
el pan de la palabra cada día.

(Si no tuvieron tiempo de cansarse
ahora quietos y por fin solemnes
entran compactos a este gran silencio
que desmenuzará sus estaturas.)

No se hicieron las lágrimas jamas
para estos hombres.
Y nuestras palabras
suenan a hueco como tumbas nuevas
donde nuestras pisadas desentonan,
mienrras ellos allí se quedan solos,
con naturalidad, como existieron.


El tiempo

De muchos días se hace el día, una hora
tiene minutos atrasados que llegaron y el día
se forma con extravagantes olvidos, con metales,
cristales, ropa que siguió en los rincones,
predicciones, mensajes que no llegaron nunca.

El día es un estanque en el bosque futuro,
esperando, poblándose de hojas, de advertencias,
de sonidos opacos que entraron en el agua
como piedras celestes.


A la orilla
quedan las huellas doradas del zorro vespertino
que como un pequeño rey rápido quiere la guerra:
el día acumula en su luz briznas, murmullos:
todo surge de pronto como una vestidura
que es nuestra, es el fulgor acumulado
que aguardaba y que muere por orden de la noche
volcándose en la sombra.


Animal de luz

Soy en este sin fin sin soledad
un animal de luz acorralado
por sus errores y por su follaje:
ancha es la selva: aquí mis semejantes
pululan, retroceden o trafican,
mientras yo me retiro acompañado
por la escoria que el tiempo determina:
olas del mar, estrellas de la noche.

Es poco, es ancho, es escaso y es todo.
De tanto ver mis ojos otros ojos
y mi boca de tanto ser besada,
de haber tragado el humo
de aquellos frenes desaparecidos,
las viejas estaciones despiadadas
y el polvo de incesantes librerías,
el hombre yo, el mortal, se fatigó
de ojos, de besos, de humo, de caminos,
de libros más espesos que la tierra.

Y hoy en el fondo del bosque perdido
oye el rumor del enemigo y huye
no de los otros sino de sí mismo,
de la conversación interminable,
del coro que cantaba con nosotros
y del significado de la vida.

Porque una vez, porque una voz,

porque una sílaba

o el transcurso de un silencio
o el sonido insepulto de la ola
me dejan frente a la verdad,
y no hay nada más que descifrar,
ni nada más que hablar: eso era todo:
se cerraron las puertas de la selva,
circula el sol abriendo los follajes,
sube la luna como fruta blanca
y el hombre se acomoda a su destino.


Los triángulos

Tres triángulos de pájaros cruzaron
sobre el enorme océano extendido
en el invierno como una brisna verde.
Todo yace, el silencio,
el desarrollo gris, la luz pesada
del espado, la tierra intermitente.

Por encima de todo fue pasando
un vuelo
y otro vuelo
de aves oscuras, cuerpos invernales,
triángulos temblorosos
cuyas alas
agitándose apenas
llevan de un sitio a otro
de las cosías de Chile
el frío gris, los desolados días.

Yo estoy aquí mientras de cielo en cielo
el temblor de las aves migratorias
me deja hundido en mí y en mi materia
como en un pozo de perpetuidad
cavado por una espiral inmóvil.

Ya desaparecieron:
plumas negras del lugar,
pájaros férreos
de acantilados y de roqueríos,
ahora, a medio día
frente al vacío estoy: es el espacio
del invierno extendido
y el mar sé ha puesto
sobre el rostro azul
una mascara amarilla.


Un perro ha muerto

Mí perro ha muerto.

Lo enterré en el jardín
junto a una vieja máquina oxidada.

Allí, no más abajo,
ni más arriba,
se juntará conmigo alguna vez.
Ahora él ya se fue con su pelaje,
su mala educación, su nariz iría.
Y yo, materialista que no cree
en el celeste cielo prometido
para ningún humano,
para este perro o para todo perro
creo en el cielo, sí, creo en un cielo
donde yo no entraré, pero él me espera
ondulando su cola de abanico
para que yo al llegar tenga amistades.

Ay no diré la tristeza en la tierra
de no tenerlo más por compañero,
que para mí jamás fue un servidor.

Tuvo hacia mí la amistad de un erizo
que conservaba su soberanía,
la amistad de una estrella independiente
sin más intimidad que la precisa,
sin exageraciones:
no se trepaba sobre mi vestuario
llenándome de petos o de sarna,
no se frotaba contra mi rodilla
como otros perros obsesos sexuales.
No, mí perro me miraba
dándome la atención que necesito,
la atención necesaria
para hacer comprender a un vanidoso
que siendo perro él,
con esos ojos, más puros que los míos,
perdía el tiempo, pero me miraba
con la mirada que me reservó
toda su dulce, su peluda vida,
su silenciosa vida,
cerca de mí, sin molestarme nunca,
y sin pedirme nada.

Ay cuántas veces quise tener cola
andando junto a él por las orillas
del mar, en el invierno de Isla Negra,
en la gran soledad: arriba el aire
traspasado de pájaros glaciales.
y mi perro brincando, hirsuto, lleno
de voltaje marino en movimiento:
mi perro vagabundo y olfatorio
enarbolando su cola dorada
frente a frente al Océano y su espuma.

Alegre, alegre, alegre
como los perros saben ser felices,
sin nada más, con el absolutismo
de la naturaleza descarada.

No hay adiós a mi perro que se ha muerto.
Y no hay ni hubo mentira entre nosotros.

Ya se fue y lo enterré, y eso era todo.


Otoño

Estos meses arrastran la estridencia
de una guerra civil no declarada.
Hombres, mujeres, gritos, desafíos,
mientras se instala en la ciudad hostil,
en las arenas ahora desoladas
del mar y sus espumas verdaderas,
el otoño, vestido de soldado,
gris de cabeza, lenco de acritud:
el otoño invasor cubre la tierra.

Chile despierta o duerme. Sale el sol
meditativo entre hojas amarillas
que vuelan como párpados políticos
desprendidos del cielo atormentado.

Si antes no había sirio por las calles,
ahora sí, la sustancia solitaria
de ti y de mí, tal vez de todo el mundo,
quiere salir de compras o de sueños,
busca el rectángulo de soledad
con el árbol aún verde que vacila
antes de deshojarse y desplomarse
vestido de oro y luego de mendigo.

Yo vuelvo al mar envuelto por el cielo:
el silencio entre una y otra ola
establece un suspenso peligroso:
muere la vida, se aquieta la sangre
hasta que rompe el nuevo movimiento
y resuena la voz del infinito.


La estrella

Bueno, ya no volví, ya no padezco
de no volver, se decidió la arena
y como pan de ola y de pasaje,
sílaba de la sal, piojo del agua,
yo, soberano, esclavo de la costa
me sometí, me encadené a mi roca.

No hay albedrío para los que somos
fragmento del asombro,
no hay salida para este volver
a uno mismo, a la piedra de uno mismo,
ya no hay más estrella que el mar.


LIBRO DE LAS PREGUNTAS


[1971-1973]

¿Por qué los inmensos aviones
no se pasean con sus hijos?

¿Cuál es el pájaro amarillo
que llena el nido de limones?

¿Por qué no enseñan a sacar
miel del sol a los helicópteros?

¿Dónde dejó la luna llena
su saco nocturno de harina?

¿Si he muerto y no me he dado cuenta
a quién le pregunto la hora?

¿De dónde saca tantas hojas
la primavera de Francia?

¿Dónde puede vivir un ciego
a quien persiguen las abejas?

¿Si se termina el amarillo
con qué vamos a hacer el pan?

¿Dime, la rosa está desnuda,
o solo tiene ese vestido?

¿Por qué los árboles esconden
el esplendor de sus raíces?

¿Quién oye los remordimientos
del automóvil criminal?

¿Hay algo más triste en el mundo
que un tren inmóvil en la lluvia?

¿Cuántas iglesias tiene el cielo?

¿Por qué no ataca el tiburón
a las impávidas sirenas?

¿Conversa el humo con las nubes?

¿Es verdad que las esperanzas
deben regarse con rocío?

¿Qué guardas bajo tu joroba?
dijo un camello a una tortuga.

¿Y la hormiga preguntó:
Qué conversas con las naranjas?

¿Tiene más hojas un peral
que Buscando el Tiempo Perdido?

¿Por qué se suicidan las hojas
cuando se sienten amarillas?

¿Por qué el sombrero de la noche
vuela con tantos agujeros?

¿Qué dice la vieja ceniza
cuándo camina junto al fuego?

¿Por qué lloran tanto las nubes
y cada vez son más alegres?

¿Para quién arden los pistilos
del sol en sombra del eclipse?

¿Cuántas abejas tiene el día?

¿Es paz la paz de la paloma?

¿El leopardo hace la guerra?

¿Por qué enseña el profesor
la geografía de la muerte?

¿Qué pasa con las golondrinas
que llegan tarde al colegio?

¿Es verdad que reparten cartas
transparentes, por todo el cielo?

¿Qué cosa irrita a los volcanes
que escupen fuego, frío y furia?

¿Por qué Cristóbal Colón
no pudo descubrir a España?

¿Cuántas preguntas tiene un gato?

¿Las lágrimas que no se lloran
esperan en pequeños lagos?

¿O serán ríos invisibles
que corren hacia la tristeza?

¿Es este mismo el sol de ayer
o es otro el fuego de su fuego?

¿Cómo agradecer a las nubes
esa abundancia fugitiva?

¿De dónde viene el nubarrón
con sus sacos negros de llanto?

¿Dónde están los nombres aquellos
dulces como tortas de antaño?

¿Dónde se fueron las Donaldas,
las Clorindas, las Eduvigis?

¿Qué pensarán de mi sombrero,
en cien años más, los polacos?

¿Qué dirán de mi poesía
los que no tocaron mi sangre?

¿Cómo sé mide la espuma
que resbala de la cerveza?

¿Qué hace una mosca encarcelada
en un soneto de Petrarca?

¿Hasta cuándo hablan los demás
si ya hemos hablado nosotros?

¿Qué diría José Martí
del pedagogo Marinello?

¿Cuántos años tiene Noviembre?

¿Qué sigue pagando el Otoño
con tanto dinero amarillo?

¿Cómo se llama ese cocktail
que mezcla vodka con relámpagos?

¿Y a quién le sonríe el arroz
con infinitos dientes blancos?

¿Por qué en las épocas oscuras
se escribe con tinta invisible?

¿Sabe la bella de Caracas
cuántas faldas tiene la rosa?

¿Por qué me pican las pulgas
y los sargentos literarios?

¿Es verdad que solo en Australia
hay cocodrilos voluptuosos?

¿Cómo se reparten el sol
en el naranjo las naranjas?

¿Venía de una boca amarga
la dentadura de la sal?

¿Es verdad que vuela de noche
sobre mi patria un cóndor negro?

¿Y qué dijeron los rubíes
ante el jugo de las granadas?

¿Pero por qué no se convence
el Jueves de ir después del Viernes?

¿Quiénes gritaron de alegría
cuando nació el color azul?

¿Por qué se entristece la tierra
cuando aparecen las violetas?

¿Pero es verdad que se prepara
la insurrección de los chalecos?

¿Por qué otra vez la Primavera
ofrece sus vestidos verdes?

¿Por qué ríe la agricultura
del llanto pálido del cielo?

¿Cómo logró su libertad
la bicicleta abandonada?

¿Trabajan la sal y el azúcar
construyendo una torre blanca?

¿Es verdad que en el hormiguero
los sueños son obligatorios?

¿Sabes qué meditaciones
minia la tierra en el otoño?

¿(Por qué no dar una medalla
a la primera hoja de oro?)

¿Te has dado cuenta que el Otoño
es como una vaca amarilla?

¿Y cómo la bestia otoñal
es luego un oscuro esqueleto?

Y cómo el Invierno acumula
tantos azules lineales?

¿Y quién pidió a la Primavera
su monarquía transparente?

¿Cómo conocieron las uvas
la propaganda del racimo?

¿Y sabes lo que es más difícil
entre granar y desgranar?

¿Es malo vivir sin infierno:
no podemos reconstruirlo?

¿Y colocar al triste Nixon
con el traste sobre el brasero?

¿Quemándolo a fuego pausado
con napalm norteamericano?

¿Han contado el oro que tiene
el territorio del maíz?

¿Sabes que es verde la neblina
a mediodía, en Patagonia?

¿Quién canta en el fondo del agua
en la laguna abandonada?

¿De qué ríe la sandía
cuando la están asesinando?

¿Es verdad que el ámbar contiene
las lágrimas de las sirenas?

¿Cómo se llama una flor
que vuela de pájaro en pájaro?

¿No es mejor nunca que tarde?

¿Y por qué el queso se dispuso
a ejercer proezas en Francia?

¿Y cuando se fundó la luz
esto sucedió en Venezuela?

¿Dónde está el centro del mar?
¿Por qué no van allí las olas?

¿Es cierto que aquel meteoro
fue una paloma de amatista?

¿Puedo preguntar a mi libro
si es verdad que yo lo escribí?

¿Amor, amor aquél y aquélla
si ya no son, dónde se fueron?

¿Ayer, ayer dije a mis ojos
cuándo volveremos a vernos?

¿Y cuando se muda el paisaje
son tus manos o son tus guantes?

¿Cuando canta el azul del agua
cómo huele el rumor del cielo?

¿Se convierte en pez volador
si transmigra la mariposa?

¿Entonces no era verdad
que vivía Dios en la luna?

¿De qué color es el olor
del llanto azul de las violetas?

¿Cuántas semanas tiene un día
y cuántos años tiene un mes?

¿El 4 es 4 para todos?
¿Son todos los sietes iguales?

¿Cuando el preso piensa en la luz
es la misma que te ilumina?

¿Has pensado de qué color
es el Abril de los enfermos?

¿Qué monarquía occidental
se embandera con amapolas?

¿Por qué para esperar la nieve
se ha desvestido la arboleda?

¿Y cómo saber cuál es Dios
entre los Dioses de Calcuta?

¿Por qué viven tan harapientos
todos los gusanos de seda?

¿Por qué es tan dura la dulzura
del corazón de la cereza?

¿Es porque tiene que morir
o porque tiene que seguir?

¿Aquel solemne Senador
que me atribuía un castillo
devoró ya con su sobrino
la tona del asesinato?

¿A quién engaña la magnolia
con su fragancia de limones?

¿Dónde deja el puñal el águila
cuando se acuesta en una nube?

¿Murieron tal vez de vergüenza
esos trenes que se extraviaron?

¿Quién ha visto nunca el acíbar?

¿Dónde se plantaron los ojos
del camarada Paul Eluard?

¿Hay sitio para unas espinas?
le preguntaron al rosal.

¿Por qué no recuerdan los viejos
las deudas al las quemaduras?

¿Era verdad aquel aroma
de la doncella sorprendida?

¿Por qué los pobres no comprenden
apenas dejan de ser pobres?

¿Dónde encontrar una campana
que suene adentro de tus sueños?

¿Qué distancia en metros redondos
hay entre el sol y las naranjas?

¿Quién despierta al sol cuando duerme
sobre su cama abrasadora?

¿Canta la tierra como un grillo
entre la música celeste?

¿Verdad que es ancha la tristeza,
delgada la melancolía?

¿Cuando escribió su libro azul
Rubén Darío no era verde?

¿No era escarlata Rimbaud,
Góngora de color violeta?

¿Y Víctor Hugo tricolor?
¿Y yo a listones amarillos?

¿Se juntan todos los recuerdos
de los pobres de las aldeas?

¿Y en una caja mineral
guardaron sus sueños los ricos?

¿A quién le puedo preguntar
qué vine a hacer en este mundo?

¿Por qué me muevo sin querer,
por qué no puedo estar inmóvil?

¿Por qué voy rodando sin ruedas,
volando sin alas ni plumas,
y qué me dio por transmigrar
si viven en Chile mis huesos?

¿Hay algo más tonto en la vida
que llamarse Pablo Neruda?

¿Hay en el cielo de Colombia
un coleccionista de nubes?

¿Por qué siempre se hacen en Londres
los congresos de los paraguas?

¿Sangre color de amaranto
tenía la reina de Saba?

¿Cuando lloraba Baudelaire
lloraba con lágrimas negras?



Y por qué el sol es tan mal amigo
del caminante en el desierto?

¿Y por que el sol es tan simpático
en el jardín del hospital?

¿Son pájaros o son peces
en estas redes de la luna?

¿Fue adonde a mí me perdieron
que logré por fin encontrarme?

¿Con las virtudes que olvidé
me puedo hacer un traje nuevo?

¿Por qué los ríos mejores
se fueron a correr en Francia?

¿Por qué no amanece en Bolivia
desde la noche de Guevara?

¿Y busca allí a los asesinos
su corazón asesinado?

¿Tienen primero gusto a lágrimas
las uvas negras del destierro?

¿No será nuestra vida un túnel
entre dos vagas claridades?

¿O no será una claridad
entre dos triángulos oscuros?

¿O no será la vida un pez
preparado para ser pájaro?

¿La muerte será de no ser
o de sustancias peligrosas?

¿No será la muerte por fin
una cocina interminable?

¿Qué harán tus huesos disgregados,
buscarán otra vez tu forma?

¿Se fundirá tu destrucción
en otra voz y en otra luz?

¿Formarán parte tus gusanos
de perros o de mariposas?

¿De tus cenizas nacerán
checoeslovacos o tortugas?

¿Tu boca besará claveles
con otros labios venideros?

¿Pero sabes de dónde viene
la muerte, de arriba o de abajo?

¿De los microbios o los muros,
de las guerras o del invierno?

¿No crees que vive la muerte
dentro del sol de una cereza?

¿No puede matarte también
un beso de la primavera?

¿Crees que el luto te adelanta
la bandera de tu destino?

¿Y encuentras en la calavera
tu estirpe a hueso condenada?

¿No sientes también el peligro
en la carcajada del mar?

¿No ves en la seda sangrienta
de la amapola una amenaza?

¿No ves que florece el manzano
para morir en la manzana?

¿No lloras rodeado de risa
con las botellas del olvido?

¿A quién el cóndor andrajoso
da cuenta de su cometido?

¿Cómo se llama la tristeza
en una oveja solitaria?

¿Y qué pasa en el palomar
si aprenden canto las palomas?

¿Si las moscas fabrican miel
ofenderán a las abejas?

¿Cuánto dura un rinoceronte
después de ser enternecido?

¿Qué cuentan de nuevo las hojas
de la reciente primavera?

¿Las hojas viven en invierno
en secreto, con las raíces?

¿Que aprendió el árbol de la tierra
para conversar con el cielo?

¿Sufre más el que espera siempre
que aquel que nunca esperó a nadie?

¿Dónde termina el arco iris,
en tu alma o en el horizonte?

¿Tal vez una estrella invisible
será el cielo de los suicidas?

¿Dónde están las minas de hierro
de donde cae el meteoro?

¿Quién era aquella que te amó
en el sueño, cuando dormías?

¿Dónde van las cosas del sueño?
Se van al sueño de los otros?

¿Y el padre que vive en los sueños
vuelve a morir cuando despiertas?

¿Florecen las plantas del sueno
y maduran sus graves frutos?

¿Dónde está el niño que yo fui,
sigue adentro de mí o se fue?

¿Sabe que no lo quise nunca
y que tampoco me quería?

¿Por qué anduvimos tanto tiempo
creciendo para separarnos?

¿Por qué no morimos los dos
cuando mi infancia se murió?

¿Y si el alma se me cayó
por qué me sigue el esqueleto?

¿El amarillo de los bosques
es el mismo del año ayer?

¿Y se repite el vuelo negro
de la tenaz ave marina?

¿Y donde termina el espacio
se llama muerte o infinito?

¿Qué pesan más en la cintura,
los dolores o los recuerdos?

¿Y cómo se llama ese mes
que está entre Diciembre y Enero?

¿Con qué derecho numeraron
las doce uvas del racimo?

¿Por qué no nos dieron extensos
meses que duren todo el año?

¿No te engañó la primavera
con besos que no florecieron?

¿Oyes en medio del otoño
detonaciones amarillas?

Por qué razón o sinrazón
llora la lluvia su alegría?

¿Qué pájaros dictan el orden
de la bandada cuando vuela?

¿De qué suspende el picaflor
su simetría deslumbrante?

¿Son los senos de las sirenas
las redondescas caracolas?

¿O son olas petrificadas
o juego inmóvil de la espuma?

¿No se ha incendiado la pradera
con las luciérnagas salvajes?

¿Los peluqueros del otoño
despeinaron los crisantemos?

¿Cuando veo de nuevo el mar
el mar me ha visto o no me ha visto?

¿Por qué me preguntan las olas
lo mismo que yo les pregunto?

¿Y por qué golpean la roca
con tanto entusiasmo perdido?

¿No se cansan de repetir
su declaración a la arena?

¿Quién puede convencer al mal
para que sea razonable?

¿De qué le sirve demoler
ámbar azul, granito verde?

¿Y para qué tantas arrugas
y tanto agujero en la roca?

¿Yo llegué de detrás del mar
y dónde voy cuando me ataja?

¿Por qué me he cerrado el camino
cayendo en la trampa del mar?

¿Por qué detesto las ciudades
con olor a mujer y orina?

¿No es la ciudad el gran océano
de los colchones que palpitan?

¿La oceanía de los aires
no tiene islas y palmeras?

¿Por qué volví a la indiferencia
del océano desmedido?

¿Cuánto medía el pulpo negro
que oscureció la paz del día?

¿Eran de hierro sus ramales
y de fuego muerto sus ojos?

¿Y la ballena tricolor
por qué me atajó en el camino?

¿Quién devoró frente a mis ojos
un tiburón lleno de pústulas?

¿Tenía la culpa el escualo
o los peces ensangrentados?

¿Es el orden o la batalla
este quebranto sucesivo?

¿Es verdad que las golondrinas
van a establecerse en la luna?

¿Se llevarán la primavera
sacándola de las cornisas?

¿Se alejarán en el otoño
las golondrinas de la luna?

¿Buscaran muestras de bismuto
a picotazos en el cielo?

¿Y a los balcones volverán
espolvoreadas de ceniza?

¿Por qué no mandan a los topos
y a las tortugas a la luna?

¿Los animales ingenieros
de cavidades y ranuras
no podrían hacerse cargo
de estas lejanas inspecciones?

¿No crees que los dromedarios
preservan luna en sus jorobas?

¿No la siembran en los desiertos
con persistencia clandestina?

¿Y no estará prestado el mar
por un corro tiempo a la tierra?

¿No tendremos que devolverlo
con sus mareas a la luna?

¿No será bueno prohibir
los besos interplanetarios?

¿Por qué no analizar las cosas
antes de habilitar planetas?

¿Y por qué no el ornitorrinco
con su espacial indumentaria?

¿Las herraduras no se hicieron
para caballos de la luna?

¿Y qué palpitaba en la noche?
¿Eran planetas o herraduras?

¿Debo escoger esta mañana
entre el mar desnudo y el cielo?

¿Y por qué él cielo está vestido
tan temprano con sus neblinas?

¿Qué me esperaba en Isla Negra?
¿La verdad verde o el decoro?

¿Por qué no nací misterioso?
¿Por qué crecí sin compañía?

¿Quién me mandó desvencijar
las puertas de mi propio orgullo?

¿Y quién salió a vivir por mí
cuando dormía o enfermaba?

¿Qué bandera se desplegó
allí donde no me olvidaron?

¿Y qué importancia tengo yo
en el tribunal del olvido?

¿Cuál es la representación
del resultado venidero?

¿Es la semilla cereal
con su multitud amarilla?

¿O es el corazón huesudo
el delegado del durazno?

¿La gota viva del azogue
corre hacia abajo o hacia siempre?

¿Mi poesía desdichada
mirará con los ojos míos?

¿Tendré mi olor y mis dolores
cuando yo duerma destruido?

¿Qué significa persistir
en el callejón de la muerte?

¿En el desierto de la sal
cómo se puede florecer?

¿En el mar del no pasa nada
hay vestido para morir?

¿Cuando ya se fueron los huesos
quién vive en el polvo final?

¿Cómo se acuerda con los pájaros
la traducción de sus idiomas?

¿Cómo le digo a la tortuga
que yo le gano en lentitud?

¿Cómo le pregunto a la pulga
las cifras de su campeonato?

¿Y a los claveles qué les digo
agradeciendo su fragancia?

¿Por qué mi ropa desteñida
se agita como una bandera?

¿Soy un malvado alguna vez
o todas las veces soy bueno?

¿Es que se aprende la bondad
o la máscara de la bondad?

¿No es blanco el rosal del malvado
y negras las flores del bien?

¿Quién da los nombres y los números
al inocente innumerable?

¿Brilla la gota de metal
como una sílaba en mi canto?

¿Y no se arrastra una palabra
a veces como una serpiente?

¿No crepitó en tu corazón
un nombre como una naranja?

¿De qué río salen los peces?
¿De la palabra platería?

¿Y no naufragan los veleros
por un exceso de vocales?

¿Echan humo, fuego y vapor
las o de las locomotoras?

¿En qué idioma cae la lluvia
sobre ciudades dolorosas?

¿Qué suaves sílabas repite
el aire del alba marina?

¿Hay una estrella más abierta
que la palabra amapola?

¿Hay dos colmillos más agudos
que las sílabas de chacol?

¿Puedes amarme, silabaría,
y darme un beso sustantivo?

¿Un diccionario es un sepulcro
o es un panal de miel cerrado?

¿En qué ventana me quedé
mirando el tiempo sepultado?

¿O lo que miro desde lejos
es lo que no he vivido aún?

¿Cuándo lee la mariposa
lo que vuela escrito en sus alas?

¿Qué letras conoce la abeja
para saber su itinerario?

¿Y con qué cifras va restando
la hormiga sus soldados muertos?

Cómo se llaman los ciclones
cuando no tienen movimiento?

¿Caen pensamientos de amor
en los volcanes extinguidos?

¿Es un cráter una venganza
o es un castigo de la tierra?

¿Con qué estrellas siguen hablando
los ríos que no desembocan?

¿Cuál es el trabajo forzado
de Hitler en el infierno?

¿Pinta paredes o cadáveres?
¿Olfatea el gas de sus muertos?

¿Le dan a comer las cenizas
de tantos niños calcinados?

¿O le han dado desde su muerte
de beber sangre en un embudo?

¿O le martillan en la boca
los arrancados dientes de oro?

¿O le acuestan para dormir
sobre sus alambres de púas?

¿O le están tatuando la piel
para lámparas del infierno?

¿O lo muerden sin compasión
los negros mastines del fuego?

¿O debe de noche y de día
viajar sin tregua con sus presos?

¿O debe morir sin morir
eternamente bajo el gas?

¿Si todos los ríos son dulces
de dónde saca sal el mar?

¿Cómo saben las estaciones
que deben cambiar de camisa?

¿Por qué tan lentas en invierno
y tan palpitantes después?

¿Y cómo saben las raíces
que deben subir a la luz?

¿Y luego saludar al aire
con tantas flores y colores?

¿Siempre es la misma primavera
la que repite su papel?

¿Quién trabaja más en la tierra
el hombre o el sol cereal?

¿Entre el abeto y la amapola
a quién la tierra quiere más?

¿Entre las orquídeas y el trigo
para cuál es la preferencia?

¿Por qué tanto lujo a una flor
y un oro sucio para el trigo?

¿Entra el Otoño legalmente
o es una estación clandestina?

¿Por qué se queda en los ramajes
hasta que las hojas se caen?

¿Y dónde se quedan colgados
sus pantalones amarillos?

¿Verdad que parece esperar
el Otoño que pase algo?

¿Tal vez el temblor de una hoja
o el tránsito del universo?

¿Hay un imán bajo la tierra,
imán hermano del Otoño?

¿Cuándo se dicta bajo tierra
la designación de la rosa?

DEFECTOS ESCOGIDOS

 

[1971-1973]



Repertorio

Aquí hay gente con nombres y con pies
con calle y apellido:
también yo voy en la hilera
con el hilo.
Hay los ya desgranados
en
el
pozo
que hicieron y en el que cayeron:
hay los buenos y malos a la vez,
los sacrificadores y la piedra
donde les cercenaron la cabeza
a cuantos se acercaron a su abismo.

Hay de todo en la cesta: solo son
cascabeles aquí, ruidos de mesa,
de tiros, de cucharas, de bigotes:
no sé qué me pasó ni qué pasaba
conmigo mismo ni con ellos,
lo cierto es que los vi,
los toqué y como anda la vida
sin detener sus ruedas
yo los viví cuando ellos me vivieron,
amigos o enemigos o paredes,
o inaceptables santos que sufrían,
o caballeros de sombrero triste,
o villanos que el viento se comió,
o todo más: el grano del granero
las culpas mías sin cesar desnudas
que al entrar en el baño cada día
salieron más manchadas a la luz.

Ay sálvese quien pueda!

Yo el archivista soy de los defectos
de un solo día de mi colección
y no tengo crueldad sino paciencia;
ya nadie llora, se pasó de moda
la bella lágrima como una azucena,
y hasta el remordimiento falleció,

Por eso yo presento roí corona
de inicuo juez que no contenta a nadie,
ni a los ladrones, ni a su digna esposa:
ya lo saben ustedes:
yo que hablo por hablar hubo de menos;
de cuanto he visto, de cuanto veré
me voy quedando ciego.


Antoine Coumge

Aquel alguien después de haber nacido
dedicó a socavarse su existencia
con ese material fue fabricando
su torre desdichada:
y para mí lo extraño de aquel hombre
tan claro y evidente como fue
era que se asomaba a la ventana
para que las mujeres y los hombres
lo vieran a través de los cristales
lo vieran pobre o rico, lo aplaudieran
con dos mujeres a la vez, desnudo,
lo vieran militante o desquiciado,
impuro, cristalino,
en su miseria, en su Jaguar ahíto
de drogas o enseñando la verdad,
o despeñado en su triste alegría.

Cuando esta llama se apagó parece
fácil, al resplandor de nuestra vida,
herir al que murió, cavar sus huesos,
desmoronar la torre de su orgullo:
golpear la grieta del contradictorio
comiendo el mismo pan de su amargura:
y medir al soberbio destronado
con nuestra secretísima soberbia:
ay no es eso! no es eso! lo que quiero
es saber si aquél era el verdadero:
el que se consumía y se incendiaba
o el que clamaba para que lo vieran:
si fue aquel artesano del desprecio
esperando el amor del despreciado
como tantos mendigos iracundos.

Aquí dejo esta historia:
yo no la terminé sino la muerte
pero se ve que todos somos jueces
y es nuestra voluntad encarnizada
participar en la injusticia ajena.


El otro

Ayer mi camarada
nervioso, insigne, entero,
me volvió a dar la vieja envidia, el peso
de mi propia substancia intransferible.

Te asalté a mí, me asalta
a tí, este frío de cuchillo
cuando te cambiaría por los otros,
cuando tu insuficiencia se desangra
dentro de ti como una vena abierta
y quieres construirte una vez más
con aquello que quieres y no eres.

Mi camarada, antiguo
de rostro como huella de volcán,
cenizas, cicatrices
junto a los viejos ojos encendidos
(lámparas de su propio subterráneo):
arrugadas las manos
que acariciaron el fulgor del mundo
y una seguridad independiente,
la espada del orgullo
en esas viejas manos de guerrero.
Eso tal vez es lo que yo quería
como destino, aquello
que no soy yo, porque
constantemente cambiamos de sol,
de casa, de país, de lluvia, de aire,
de libro y traje,
y lo mío peor sigue habitándome,
sigo con lo que soy hasta la muerte?

Mi cama rada, entonces,
bebió en mi mesa, habló tal vez, o tuvo
alguna de sus interrogaciones
duras como relámpagos
y se fue a sus deberes, a su casa,
llevándose lo que yo quise ser
y tal vez melancólico
de no ser yo, de no tener mis ojos,
mis ojos miserables.


Deuda externa

Entre graissage, lavage y el día dimanche
transcurre el traje verde de este viaje:
atravesando cervecerías se va al mar:
derribando palabras se llega al silencio:
a la tercera soledad, la escogida.

(Montenegro, el caballero sin espejo,
sale, asustado de las conversaciones,
y estima con gravedad que ha llegado la hora
de interrumpir con su presencia la naturaleza.)

Comprendemos a esta nueva estirpe de prisioneros:
él se quedó adentro de una reunión interminable
donde sin saber cuándo ni cómo,
inmóvil como una estalactita polar,
se dedicó, indefenso entre los capitalistas,
a mirar los rostros fríos de cada uno:
estaban congregados para juzgar a Chile
que les debía mil millones de dólares por cabeza.

Montenegro no supo jamás cómo llegó a esa jaula:
su vida sin embargo no había estado exenta
de aventuras con panteras delicadamente sangrientas,
o con serpientes pitones de respetable poderío:
había recorrido la selva de Ceilán al amanecer
disfrazado de cocodrilo para asustar a los elefantes:
pero nunca se creyó tan perdido como esta vez,
en este ministerio de labios delgados y mirada abstracta
en que se lanzaban números con frío furor.

Ninguno de los banqueros miró a Montenegro. La verdad
es que no se miraban el uno al otro (en el fondo
se conocían) (opacos y a la vez transparentes),
estaban todos de acuerdo en no aceptar a los intrusos,
a las moscas que caían sin cesar en el frío.

Ahora le parecía nadar en agua celeste,
volar eh la respiración de los bosques, nacer,
no tenía rumbo el precitado, ni alegría,
era el fugitivo de las bocas de París,
el inexacto, el partidario de gregarias costumbres
que había sido acribillado por miradas de revólver
y a punto de desangrarse se había embanderado
para pasar un agradable día campestre.

Dejemos al señor Montenegro reintegrarse a sus bares,
a sus estrepitosos amigos de colegio
y olvidemos en esta carretera de Francia
este automóvil que se dirige a Rouen
con un mortal cualquiera llamado Montenegro.
Cuando la Deuda Externa lo iba a matar de miedo
él se escapó por los campos de Francia.

Pido respeto por su escapatoria!


Un tal Montero

Lo conocí (y aquel hombre se llamaba
Montero) en el tumulto
de una guerra en que anduve.

Él estaba adherido a la política
como una concha a la geología,
y parecía ser la coralífera
expresión, uno más del organismo,
vital y vitalicio, jactancioso
de una pureza como la del pueblo.

Ahora bien, aquel hombre se rompió
y su autenticidad era mentira.
No era real, descubrimos,
no era una uva del racimo oscuro,
no era el gregario de la voluntad,
ni el capitán unánime:
todo lo que llevaba se cayó
como un viejo vestido. Y se quedó desnudo:
solo un vociferante individual
surgido de una ciénaga silvestre.

Mas lo que importa o lo que no soporto
es que la falsedad de éste o de aquél
hallen máscara y guaníes y vestidos
tan suntuosos y tan aderezados
que nosotros, los verdaderos,
convencidos del todo y boquiabiertos
colaboramos en su carnaval
sin saber bien en dónde está la vida.

Ay y que no se llame traidores
a tamos que enseñaron la verdad
viviéndola tal vez con entereza
para llegar a ser sus enemigos
y odiaron desde entonces
lo que ellos fueron y lo que siempre somos.

El pobre renegado
de Chamudes en charudeces vive,
sobrevive en hoteles presuntuosos
deslenguándose más y más amargo
hasta dilucidarse en el vacío
ya sin más compañía que su ombligo,

Por qué imprecarlos cuando se gastaron
vertiendo el frío que llevaban dentro?


Cabeza a pájaros

El caballero Marcenac
vino a verme al final del día
con más blancura en la cabeza
llena de pájaros aún.

Tiene palomas amarillas
adentro de su noble cráneo,
estas palomas le circulan
durmiendo en el anfiteatro
de su palomar cerebelo,
y luego el ibis escarlata
pasea sobre su frente
una ballesta ensangrentada.

¡Ay qué opulento privilegio!

Llevar perdices, codornices,
proteger faisanes vistosos
plumajes de oro que rehuyen
la terrenal cohetería,
pero además gorriones, aves
azules, alondras, canarios,
y carpinteros, pechirrojos,
bulbules, diucas, ruiseñores.

Adentro de su ciara cabeza
que el tiempo ha cubierto de luz
el caballero Marcenac
con su celeste pajarera
va por las calles. Y de pronto
la gente cree haber oído
súbitos cánticos salvajes
o trinos del amanecer,
pero como él no lo sabe
sigue su paso transeúnte
y por donde pasa lo siguen
pálidos ojos asustados.

El caballero Marcenac
ya se ha dormido en Saint-Denis:
hay un gran silencio en su casa
porque reposa su cabeza.


Charming

La encantadora familia
con hijas exquisitamente excéntricas
se va reuniendo en la tumba:
unos del brazo de la coca,
otros debilitados por las deudas:
con muchos grandes ojos pálidos
se dirigen en fila al mausoleo.

Alguno tardó más de lo previsto
(extraviado en safari o sauna o cama),
tardío se incorporó al crepúsculo,
al té filial de la final familia.

La generala austera
dirigía
y cada uno contaba su cuento
de matrimonios muy malavenidos
que simultáneamente se pegaban
golpes de mano, plato o cafetera,
en Bombay, Acapulco, Niza o Río.

La menor, de ojos dulces y amarillos,
alcanzó a desvestirse en todas partes,
precipitadamente Tempestuosa,
y uno de ellos salía de una cárcel
condenado por robos elegantes.

El mundo iba cambiando
porque el tiempo inmutable caminaba
del bracete de la Reforma Agraria
y era difícil encontrar dinero
colgado en las paredes: el reloj
ya no marcaba la hora sonriendo:
era otro rostro de la tarde inmóvil.

No sé cuándo se fueron:
no es mi papel anotar las salidas:
se fue aquella familia encantadora
y nadie ya recuerda su existencia:
la oscura casa es un colegio claro
y en la cripta se unieron los dispersos,

¿Cómo se llaman, cómo se llamaron?

Nadie pregunta ya, ya no hay memoria,
ya no hay piedad, y solo yo contesto
para mí mismo, con cierra ternura:
porque seres humanos y follajes
cumplen con sus colores, se deshojan:
siguen así las vidas y la tierra.


Llegó Homero

H. Arce y desde Chile. Señor mío,
qué distancia y qué parco caballero:
parecía que no, que no podía
salir de Chile, mi patria espinosa,
mi patria rocallosa y movediza.
De allí hasta acá, formalmente ataviado
de corbata y planchado pantalón,
atlántico llegó, después de todo,
sin comentar la heroica travesía
en un avión repleto,
el pasajero de primera vez.

Hay que tomar en cuenta
su identidad estática y poética,
de cada día el quieto numeral
que mantuvo en reposo
el noble fuego de su poesía.

Hay que saber las cosas de estos hombres
que de grandes que son se disimulan
menospreciando las hegemonías,
tan integrales como la madera
de las antiguas vigas suavizadas
por el tacto del tiempo y del decoro.

Ahora está aquí otra vez, mi compañero.
Y como lo conozco no le digo
nada, sino «Buenos días».


Peña brava

Hay una peña brava
aquí, en la costa:
el viento furibundo,
la sal del mar, la ira,
desde hace siempre, ahora
y ayer, y cada siglo
la atacaron:
tiene arrugas,
cavernas,
grietas, figuras, gradas,
mejillas de granito
y estalla el mar en la roca
amándola,
rompe el beso maligno
relámpagos de espuma,
brillo de luna rabiosa.
Es una peña gris,
color de edad, austera,
infinita, cansada, poderosa.


Paso por aquí

Qué compañero salutífero!
Da vueltas por el redondel
de mi república, y me parece
que ya se le caía la sonrisa
desde su tinglado, de su bicicleta,
o en la plaza taurina, planetaria,
más grande aún bajo la luz política,
y nada, nunca, siempre el impertérrito,
el integérrimo y su dentadura.

Este otro con su verdad y la mía,
la verdad verdadera,
amarrada a un madero, a una amenaza,
buscando a quien pegarle en la cabeza
con la frágil nariz de la justicia.

Y así, a través de siglos, qué salud
éste mi amigo en la verdad, y el otro
en otro redondel, y en la mentira.

Así aplaudo en el bien, con reticencia,
cierto pudor de pobre que va al circo
y tiene que volver de noche al pueblo
por los malos caminos de mi tierra.

Y al otro, saludable y adversario,
frenético malvado, con su ruedo
sí, sí, de estupefactos roedores,
yo, sectario, condeno y destituyo.

Con quién, hermano de mañana,
con quién me quedarás, te quedaré?
Cuál de las dos mitades energúmenas
tendrá su monumento en el camino?

Hagámoslas juntarse a fuego y lágrimas,
que se reúnan de una vez por todas
y no molesten con tanta bondad
ni con tanta maldad: ya comprendimos
que nunca lograremos ser tan buenos,
ni alcanzaremos a ser tan perversos:
mucho cuidado con cambiar la vida
y quedarnos viviendo a un solo lado!


Triste canción
para aburrir a cualquiera

Toda la noche me pasé la vida
sacando cuentas,
pero no de vacas,
pero no de libras,
pero no de francos,
peco no de dólares,
no, nada de eso.

Toda la vida me pasé la noche
sacando cuentas,
pero no de coches,
pero no de gatos,
pero no de amores,
no.

Toda la vida me pasé la luz
sacando cuentas,
pero no de libros,
pero no de perros,
pero no de cifras,
no.

Toda la luna me pasé la noche
sacando cuentas,
pero no de besos,
pero no de novias,
pero no de camas,
no.

Toda la noche me pasé las olas
sacando cuentas,
pero no de botellas,
pero no de dientes,
pero no de copas,
no.

Toda la guerra me pasé la paz
sacando cuentas,
pero no de muertos,
pero no de Sores,
no.

Toda la lluvia me pasé la tierra
haciendo cuentas,
pero no de caminos,
pero no de canciones,
no.

Toda la tierra me pasé la sombra
sacando cuentas,
pero no de cabellos,
no de arrugas,
no de cosas perdidas,
no.

Toda la muerte me pasé la vida
sacando cuentas:
pero de qué se trata
no me acuerdo,
no.

Toda la vida me pasé la muerte
sacando cuentas
y si salí perdiendo
o si salí ganando
yo no lo sé, la tierra
no lo sabe.

Etcétera.


El incompetente

Nací tan malo para competir
que Pedro y Juan se lo llevaban todo:
las pelotas,
las chicas,
las aspirinas y los cigarrillos.

Es difícil la infancia para un tonto
y como yo fui
siempre más tonto que los otros tontos
me birlaron los lápices, las gomas
y los primeros besos de Temuco.

Ay, aquellas muchachas!
Nunca vi unas princesas como ellas,
eran todas azules o enlutadas,
claras como cebollas, como el nácar,
manos de precisión, narices puras,
ojos insoportables de caballo,
pies como peces o como azucenas.

Lo cierto es que yo anduve
esmirriado y cubriendo con orgullo
mi condición de enamorado idiota,
sin atreverme a mirar una pierna
ni aquel pelo detrás de la cabeza
que caía como una catarata
de aguas oscuras sobre mis deseos.

Después, señores, me pasó lo mismo
por todos los caminos donde anduve,
de un codazo o con dos ojos fríos
me eliminaban de la competencia,
no me dejaban ir al comedor,
todos se iban de largo con sus rubias.

Y yo no sirvo para rebelarme.

Esto de andar luciendo
méritos o medallas escondidas,
nobles acciones, títulos secretos,
no va con mi pasmada idiosincrasia;
yo me hundo en mi agujero
y de cada empujón que me propinan
retrocediendo en la zoología
me fui como los topos, tierra abajo,
buscando un subterráneo confortable
donde no me visiten ni las moscas.

Esa es mí triste historia
aunque posiblemente menos triste
que la suya, señor,
ya que también posiblemente pienso,
pienso que usted es aun más tonto todavía.


Orégano


Cuando aprendí con lentitud
a hablar
creo que ya aprendí la incoherencia:
no me entendía nadie, ni yo mismo,
y odié aquellas palabras
que me volvían siempre
al mismo pozo,
al pozo de mi ser aún oscuro,
aún traspasado de mi nacimiento,
hasta que me encontré sobre un andén
o en un campo recién estrenado
Una palabra: orégano,
palabra que me desenredó
corno sacándome de un laberinto.

No quise aprender más palabra alguna.

Quemé los diccionarios,
me encerré en esas sílabas cantoras,
retrospectivas, mágicas, silvestres,
y a todo grito por la orilla
de los ríos,
entre las afiladas espadañas
o en el cemento de la ciudadela,
en minas, oficinas y velorios,
yo masticaba mi palabra orégano
y era como si fuera una paloma
la que soltaba entre los ignorantes,

Qué olor a corazón temible,
qué olor a violetario verdadero,
y qué forma de párpado
para dormir cerrando los ojos:
la noche tiene orégano
y otras veces haciéndose revólver
me acompañó a pasear entre las fieras:
esa palabra defendió mis versos.

Un tarascón, unos colmillos (iban
sin duda a destrózarme
los jabalíes y los cocodrilos):
entonces
saqué de mi bolsillo
mi estimable palabra:
orégano, grité con alegría,
blandiéndola en mi mano temblorosa.

Oh milagro, las fieras asustadas
me pidieron perdón y me pidieron
humildemente orégano.

Oh lepidóptero entre las palabras,
oh palabra helicóptero,
purísima y preñada
como una aparición sacerdotal
y cargada de aroma,
territorial como un leopardo negro,
fosforescente orégano
que me sirvió para no hablar con nadie,
y para aclarar mi destino
renunciando al alarde del discurso
con un secreto idioma, el del orégano.


Los que me esperan en Milán

Los que me esperan en Milán
están muy lejos de la niebla
no son los que están y son ellos
además de oíros que me esperan.
Seguramente no llegaron
porque tienen piernas de piedra
y están en círculo esperando
a la entrada de las iglesias,
alas gastadas que no vuelan
narices cotas hace tiempo.

No saben estos que me esperan
que yo hacia ellos voy bajando
desde las nubes y las dudas.

Los santos ensimismados
las venus de narices rotas
los atrabiliarios reptiles
que se enroscan y se engargolan.
Las serpientes del Paraíso
y los profetas aburridos
llegan temprano a sus pórticos
para esperarme con decoro.


Parodia del guerrero

¿Y qué hacen allá abajo?
Parece que andan todos ocupados,
hirviendo en sus negocios.

Allá abajo, allá abajo,
allá lejos,
andan tal vez estrepitosamente,
de aquí no se ve mucho,
no les veo las abocas,
no les veo
detalles, sonrisas
o zapatos derrotados.
Pero, ¿por qué no vienen?
¿Dónde van a meterse?

Aquí estoy, aquí estoy,
soy el campeón mental de ski, de box,
de carrera pesada,
de alas negras,
soy el verdugo,
soy el sacerdote,
soy el más general de las batallas,
no me dejen,
no, por ningún motivo,
no se vayan,
aquí tengo un reloj,
tengo una bala,
tengo un proyecto de guerrilla bancaria,
soy capaz de todo,
soy padre de todos ustedes,
hijos malditos:
qué pasa,
me olvidaron?

Desde aquí arriba los veo:
qué torpes son sin mis pies,
sin mis consejos,
qué mal se mueven en el pavimento,
no saben nada del sol,
no conocen la pólvora,
tienen que aprender a ser niños,
a comer, a invadir,
a subir las montanas,
a organizar los cuadernos,
a matarse las pulgas,
a descifrar el territorio,
a descubrir las islas.


Ha terminado todo.

Se han ido por sus calles a sus guerras,
a sus indiferencias, a sus camas.
Yo me quedé pegado
entre los dientes de la soledad
como un pedazo de carne mascada,
como el hueso anterior
de una bestia extinguida.

No hay derecho! Reclamo
mi dirección zonal, mis oficinas,
el rango que alcancé en el regimiento,
en la cancha de los peloteros,
y no me resigno a la sombra.

Tengo sed, apetito de la luz,
y solo trago sombra.


Otro castillo

No soy, no soy el ígneo,
estoy hecho de ropa, reumatismo,
papeles rotos, citas olvidadas,
pobres signos rupestres
en lo que fueron piedras orgullosas.

¿En qué quedó el castillo de la lluvia,
la adolescencia con sus tristes sueños
y aquel propósito entreabierto
de ave extendida, de águila en el cielo,
de fuego heráldico?

No soy, no soy el rayo
de fuego azul, clavado como lanza
en cualquier corazón sin amargura.

La vida no es la punta de un cuchillo,
no es un golpe de estrella,
sino un gastarse adentro de un vestuario,
un zapato mil veces repetido,
una medalla que se va oxidando
adentro de una caja oscura, oscura.

No pido nueva rosa ni dolores,
ni indiferencia es lo que me consume,
sino que cada signo se escribió,
la sal y el viento borran la escritura
y el aíma ahora es un tambor callado
a la orilla de un río, de aquel río
que estaba allí y allí seguirá siendo.


El gran orinador

El gran orinador era amarillo
y el chorro que cayó
era una lluvia color de bronce
sobre las cúpulas de las iglesias,
sobre los techos de los automóviles,
sobre las fábricas y los cementerios,
sobre la multitud y sus jardines.

¿Quién era, dónde estaba?

Era una densidad, líquido espeso
lo que caía
como desde un caballo
y asustados transeúntes
sin paraguas
buscaban hacia el cielo,
mientras las avenidas se anegaban
y por debajo de las puertas
entraban los orines incansables
que iban llenando acequias, corrompiendo.
pisos de mármol, alfombras,
escaleras.

Nada se divisaba. ¿Dónde
estaba el peligro?

¿Qué iba a pasar en el mundo?

El gran orinador desde su altura
callaba y orinaba.

¿Qué quiere decir esto?

Soy un simple poeta,
no tengo empeño en descifrar enigmas,
ni en proponer paraguas especiales.

Hasta luego! Saludo y me retiro
a un país donde no me hagan preguntas.


Muerte y persecución de los gorriones

Yo estaba en China
por aquellos días
cuando Mao Tse-tung, sin entusiasmo,
decretó el inmediato
fallecimiento de todos los gomones.

Con la misma admirable
disciplina
con que se construyó la gran muralla
la multichina se multiplicó
y cada chino buscó al enemigo.

Los niños, los soldados, los astrónomos,
las niñas, las soldadas, las asorónomas,
los aviadores, los sepultureros,
los cocineros chinos, los poetas,
los inventores de la pólvora, los
campesinos del arroz sagrado,
los inventores de juguetes, los
políticos de sonrisa china,
todos se dirigieron
al gorrión
y éste cayó con millonaria muerte
hasta que el último, un gorrión supremo,
fue fusilado por Mao Tse-tung,

Con admirable disciplina entonces
cada chino partió con un gorrión,
con un triste, pequeño cadáver de gorrión
en el bolsillo,
cada uno
de setecientos treinta
millones de
ciudadanos chinos
con un gorrión en
cada uno
de setecientos treinta
millones de bolsillos,
todos marcharon entonando antiguos
himnos de gloria y guerra
a encerrar allá lejos,
en las montañas de la Luna Verde
uno por uno los gorriones muertos.

Durante diecisiete años seguidos
cada uno en pequeño mausoleo,
osario individual, tumba florida
o rápida huesera colectiva
uno por uno sucesivamente
quedaron sepultados
enteramente los gorriones chinos.

Pero pasó algo extraño.
Cuando se fueron los enterradores
cantaron los pequeños enterrados:
un trueno de gorriones
pasó tronando por la tierra china:
la voz de una trompeta planetaria.

Y aquella voz despertó a los mortales,
a los antiguos muertos,
a los siglos de chinos enterrados.

Volvieron a sus vidas
a sus arados, a su economía.

No hago reproches. Déjenme tranquilo.

Pero así queda en claro
por qué hay más chinos y menos gorriones
cada día en el mundo,


Paseando con Laforgue

Diré de esta manera, yo, nosotros,
superficiales, mal caídos de profundos,
por qué nunca quisimos ir del brazo
con este tierno Julio, muerto sin compañía?
Con un purísimo superficial
que tal vez pudo enseñamos la vida a su manera,
la luna a su manera,
¿sin la aspereza hostil del derrotado?

Por qué no acompañamos su violin
que deshojó el otoño de papel de su tiempo
para uso exclusivo de cualquiera,
de todo el mundo, ¿cómo debe ser?

Adolescentes éramos, tontos enamorados
del áspero renor de Sils-María,
ése sí nos gustaba,
la irreductible soledad a contrapelo,
la cima de los pájaros águilas
que solo sirven para las monedas,
emperadores, pájaros destinados
al embalsamamiento y los blasones.

Adolescentes de pensiones sórdidas,
nutridos de incesantes spaghettis,
migas de pan en los bolsillos rotos,
migas de Nietzsche en las pobres cabezas:
sin nosotros se resolvía todo,
las calles y las casas y el amor:
fingíamos amar la soledad
como los presidiarios su condena.

Hoy ya demasiado tarde volví a verte,
Jules Laforgue,
gentil amigo, caballero triste,
burlándote de todo cuanto eras,
solo en el parque de la Emperatriz
con tu luna portátil
-la condecoración que te imponías-
tan correero con el atardecer,
tan compañero con la melancolía,
tan generoso con el vasto mundo
que apenas alcanzaste a digerir.

Porque con tu sonrisa agonizante
llegaste tarde, suave joven bien vestido,
a consolarnos de nuestras pobres vidas
cuando va te casabas con la muerte.

Ay cuánto uno perdió con el desdén
en nuestra juventud menospreciante
que solo amó la tempestad, la furia,
cuando el frufrú que tú nos descubriste
o el solo de astro que nos enseñaste
fueron una verdad que no aprendimos:
la belleza del mundo que perdías
para que la heredáramos nosotros:
la noble cifra que no desciframos:
tu juventud mortal que quería enseñarnos
golpeando la ventana con una hoja amarilla:
tu lección de adorable profesor,
de compañero puro
tan reticente como agonizante.


EL MAR Y LAS CAMPANAS

 

 

[1971-1973]

Inicial

Hora por hora no es el día,

es dolor por dolor:

el tiempo no se arruga,
no se gasta:

mar, dice el mar,

sin tregua,

tierra, dice la tierra:

el hombre espera.

 

Y solo

su campana

allí está entre las otras

guardando en su vacío

un silencio implacable

que se repartirá cuando levante

su lengua de metal ola tras ola.

De tantas cosas que tuve,

andando de rodillas por el mundo,

aquí, desnudo,

no tengo más que el duro mediodía

del mar, y una campana.

Me dan ellos su voz para sufrir

y su advertencia para detenerme.

Esto sucede para todo el mundo:

continúa el espacio.

Y vive el mar.

Existen las campanas.

Buscar

Del ditirambo a la raíz del mar
se extiende un nuevo tipo de vacío:
no quiero más, dice la ola,
que no sigan hablando,
que no siga creciendo
la barba del cemento
en la ciudad:
estamos solos,
queremos gritar por fin,
orinar frente al mar,
ver siete pájaros del mismo color,
tres mil gaviotas verdes,
buscar el amor en la arena,
ensuciar los zaparos,
los libros, el sombrero, el pensamiento
hasta encontrarte, nada,
hasta besarte, nada,
hasta cantarte, nada,
nada sin nada, sin hacer
nada, sin terminar
lo verdadero.


Regresando

Yo tengo tantas muertes de perfil
que por eso no muero,
soy incapaz de hacerlo,
me buscan y no me hallan
y salgo con la mía,
con mi pobre destino
de caballo perdido
en los porreros solos
del sur del Sur de América:
sopla un viento de fierro,
los árboles se agachan
desde su nacimiento:
deben, besar la tierra,
la llanura:
llega después la nieve
hecha de mil espadas
que no terminan nunca.
Yo he regresado
desde donde estaré,
desde mañana viernes,
yo regresé
con todas mis campanas
y me quedé plantado
buscando la pradera,
besando tierra amarga
como el arbusto agachado.
Porque es obligatorio
obedecer al invierno,
dejar crecer el viento
también dentro de ti,
hasta que cae la nieve,
se unen el hoy y el día,
el viento y el pasado,
cae el frío,
al fin estamos solos,
por fin nos callaremos.
Gracias.


[Gracias, violines, por este día]

Gracias, violines, por este día
de cuatro cuerdas. Puro
es el sonido del cielo,
la voz azul del aire.


[Parece que un navío diferente]

Parece que un navío diferente
pasará por el mar, a cierra hora.
No es de hierro ni son anaranjadas
sus banderas:
nadie sabe de donde
ni la hora:
todo está preparado
y no hay mejor salón, todo dispuesto
al acontecimiento pasajero.
Está la espuma dispuesta
como una alfombra fina,
tejida con estrellas,
más lejos el azul,
el verde, el movimiento ultramarino,
todo espera.
Y abierto el roqueño,
lavado, limpio, eterno,
se dispuso en la arena
como un cordón de castillos,
como un cordón de torres.
Todo
está dispuesto,
está invitado el silencio,
y hasta los hombres, siempre distraídos,
esperan no perder esta presencia:
se vistieron como en día domingo,
se lustraron las botas,
se peinaron.
Se están haciendo viejos
y no pasa el navío.


[Cuando yo decidí quedarme claro]

Cuando yo decidí quedarme claro
y buscar mano a mano la desdicha
para jugar a los dados,
encontré la mujer que me acompaña
a troche y moche y noche,
a nube y a silencio.

Matilde es ésta,
ésta se llama así
desde Chillan,
y llueva
o truene o salga
el día con su pelo azul
o la noche delgada,
ella,
déle que déle,
lista para mi piel,
para mi espacio,
abriendo codas las ventanas del mar
para que vuele la palabra escrita,
para que se llenen los muebles
de signos silenciosos,
de fuego verde.


[Declaro cuatro perros]

Declaro cuatro perros:
uno ya está enterrado en el jardín,
otros dos me sorprenden,
minúsculos salvajes
destructores,
de patas gruesas y colmillos duros
como agujas de roca.
Y una perra greñuda,
distante,
rubia en su cortesía.
No se sienten sus pasos de oro suave,
ni su distante presencia.
Solo ladra muy tarde por la noche
para ciertos fantasmas,
para que solo ciertos ausentes escogidos
la oigan en los caminos
o en otros sitios oscuros.


[Vinieron unos argentinos]

Vinieron unos argentinos,
eran de Jujuy y Mendoza,
un ingeniero, un médico,
tres hijas como tres uvas.
Yo no tenía nada que decir.
Tampoco mis desconocidos.
Entonces no nos dijimos nada,
solo respiramos juntos
el aire brusco del Pacífico sur,
el aire verde
de la pampa líquida.
Tal vez se lo llevaron de vuelta a sus ciudades
como quien se lleva un perro de otro país,
o unas alas extrañas,
un ave palpitante.


[Yo me llamaba Reyes, Catrileo]

Yo me llamaba Reyes, Catrileo,
Arellano, Rodríguez, he olvidado
mis nombres verdaderos.
Nací con apellido
de robles viejos, de árboles recientes,
de madera silbante.
Yo fui depositado
en la hojarasca:
se hundió el recién nacido
en la dcrroüi y en el nacimiento
de selvas que caían
y casas pobres que recién lloraban.
Yo no nací sino que me fundaron:
me pusieron todos los nombres a la vez,
todos los apellidos:
me llame matorral, luego circulo,
alerce y luego trigo,
por eso soy tanto y tan poco,
tan multitud y tan desamparado,
porque vengo de abajo,
de la tierra.


[Salud, decimos cada día]

Salud, decimos cada día,
a cada uno,
es la tarjeta de visita
de la falsa bondad
y de la verdadera.
Es la campana para reconocernos:
aquí estamos, salud!
Se oye bien, existimos.
Salud, salud, salud,
a éste y al otro, a quién,
y al cuchillo, al veneno
y al malvado.
Salud, reconocedme,
somos iguales y no nos queremos,
nos amamos y somos desiguales,
cada uno con cuchara,
con un lamento especial,
encantado de ser o de no ser:
hay que disponer de tantas manos,
de tantos labios para sonreír,
salud!
que ya no queda tiempo
salud!
de enterarse de nada
salud!
de dedicarnos a nosotros mismos
si es que nos queda algo de nosotros,
de nosotros mismos.
Salud!


[Hoy cuántas horas van cayendo]

Hoy cuántas horas van cayendo
en el pozo, en la red, en el tiempo:
son lentas pero no se dieron tregua,
siguen cayendo, uniéndose
primero, como peces,
luego como pedradas o bucerías.
Allá abajo se entienden
las horas con los días,
con los meses,
con borrosos recuerdos,
noches deshabitadas,
ropas, mujeres, trenes y provincias,
el tiempo se acumula
y cada hora
se disuelve en silencio,
se desmenuza y cae
al ácido de todos los vestigios,
al agua negra
de la noche inversa.


[Conocí al mexicano Tihuatín]

Conocí al mexicano Tihuatín
hace ya algunos siglos, en Jalapa,
y luego de encontrarlo cada vez
en Colombia, en Iquique, en Arequipa,
comencé a sospechar de su existencia.
Extraño su sombrero
me había parecido cuando
el hombre aquel, alfarero de oficio,
quiere el hombre mojarse en agua pura,
en viento elemental, y no consigue
sino volver al pozo de sí mismo,
a la minúscula preocupación
de si existió, de si supo expresar
o pagar o deber o descubrir,
como si yo fuera tan importante
que tenga que aceptarme o no aceptarme
la tierra con su nombre vegetal,
en su teatro de paredes negras.


[Hace tiempo, en un viaje]

Hace tiempo, en un viaje
descubrí un río:
era apenas un niño, un perro, un pájaro,
aquel río naciente.
Susurraba y gemía
entre las piedras
de la ferruginosa cordiilera:
imploraba existencia
entre la soledad de cielo y nieve,
allá lejos, arriba.

Yo me sentí cansado
como un caballo viejo.
junto a la criatura natural
que comenzaba a correr,
a saltar y crecer,
a cantar con voz clara,
a conocer la tierra,
las piedras, el transcurso,
a caminar noche y día,
a convertirse en trueno,
hasta llegar a ser vertiginoso,
vivía de la arcilla mexicana
y luego fue arquitecto, mayordomo
de una ferretería en Venezuela,
minero y alguacil en Guatemala.
Yo pensé cómo, con la misma edad,
solo trescientos años,
yo, con el mismo oficio, ensimismado
en mi campanería,
con golpear siempre piedras o metales
para que alguien oiga mis campanas
y conozca mi voz, mi única voz,
este hombre, desde muertos años
por ríos que no existen,
cambiaba de ejercicio?

Entonces comprendí que él era yo,
que éramos un sobreviviente más
entre otros de por acá o aquí,
otros de iguales linajes enterrados
con las manos sucias de arena,
naciendo siempre y en cualquiera parte
dispuestos a un trabajo interminable.


[A ver, llamé a mi tribu y dije: a ver]

A ver, llamé a mi tribu y dije: a ver,
quiénes somos, qué hacemos, qué pensamos.
El más pálido de ellos, de nosotros,
me respondió con otros ojos,
con otra sinrazón, con su bandera.
Ese era el pabellón del enemigo.
Aquel hombre, tal vez, tenía derecho
a matar mi verdad, así pasó
conmigo y con mi padre, y así pasa.
Pero sufrí como si me mordieran.


[Hoy a ti: larga eres]

Hoy a ti: larga eres
como el cuerpo de Chile, y delicada
como una flor de anís,
y en cada rama guardas testimonio
de nuestras indelebles primaveras.
¿Qué día es hoy? Tu día.
Y mañana es ayer, no ha sucedido,
no se fue ningún día de tus manos:
guardas el sol, la tierra, las violetas
en tu pequeña sombra cuando duermes.
Y así cada mañana
me regalas la vida.


[Les contaré que en la ciudad viví]

Les contaré que en la ciudad viví
en cierra calle con nombre de capitán,
y esa calle tenía muchedumbre,
zapaterías, ventas de licores,
almacenes repletos de rubíes.
No se podía ir o venir,
había tantas gentes
comiendo o escupiendo o respirando,
comprando y vendiendo trajes.
Todo me pareció brillante,
todo estaba encendido
y era todo sonoro
como para cegar o ensordecer.
Hace ya tiempo de esta calle,
hace ya tiempo que no escucho nada,
cambié de estilo, vivo entre las piedras
y el movimiento del agua.
Aquella calle tal vez se murió
de muertes naturales.


[De un viaje vuelvo al mismo punto]

De un viaje vuelvo al mismo punto,
por qué?
Por qué no vuelvo donde antes viví,
calles, países, continentes, islas,
donde tuve y estuve?
Por qué será este sitio la frontera
que me eligió, qué tiene este recinto
sino un látigo de aire vertical
sobre mí rostro, y unas flores negras
que el largo invierno muerde y despedaza?
Ay, que me señalan: éste es
el perezoso, el señor oxidado,
de aquí no se movió,
de este duro recinto:
se fue quedando inmóvil
hasta que ya se endurecieron sus ojos
y le creció una yedra en la mirada.


[Se vuelve a yo como a una casa vieja]

Se vuelve a yo como a una casa vieja
con clavos y ranuras, es así
que uno mismo cansado de uno mismo,
como de un traje lleno de agujeros,
trata de andar desnudo porque llueve,
hasta llegar a la tranquilidad,
hasta ser ancho y regalar el agua,
hasta ser patriarcal y navegado,
este pequeño río,
pequeño y torpe como un pez metálico
aquí dejando escamas al pasar,
gotas de plata agredida,
un río
que lloraba al nacer,
que iba creciendo
ante mis ojos.

Allí en las cordilleras de mí patria
alguna vez y hace tiempo
yo vi, toqué y oí
lo que nacía:
un latido, un sonido entre las piedras
era lo que nacía.


[Pedro es el cuándo y el cómo]

Pedro es el cuándo y el cómo,
Clara es tal vez el sin duda,
Roberto, el sin embargo:
todos caminan con preposiciones,
adverbios, sustantivos
que se anticipan en los almacenes,
en las corporaciones, en la calle,
y me pesa cada hombre con su peso,
con su palabra relacionadora
como un sombrero viejo:
adonde van? me pregunto.
Adonde vamos
con la mercadería
precautoria,
envolviéndonos en palabritas,
vistiéndonos con redes?

A través de nosotros cae como la lluvia
la verdad, la esperada soluciòn:
vienen y van las calles
llenas de pormenores:
ya podemos colgar como rapices
del salòn, del balcòn, por las paredes,
los discursos caídos
al camino sin que nadie se quedara con nada,
oro o azúcar, seres verdaderos,
la dicha,
todo esto no se habla,
no se roca,
no existe, así parece, nada claro,
piedra, madera dura,
base o elevaciòn de la materia,
de la materia feliz,
nada, no hay sino seres sin objeto,
palabras sin destino
que no van más allá de tu y yo,
ni más acá de la oficina:
estamos demasiado ocupados:
nos llaman por teléfono
con urgencia
para notificarnos que queda prohibido
ser felices.


[Un animal pequeño]

Un animal pequeño,
cerdo, pájaro o perro
desvalido,
hirsuto entre plumas o pelo,
oí toda la noche,
afiebrado, gimiendo.

Era una noche extensa
y en Isla Negra, el mar,
todos sus truenos, su ferretería,
sus toneles de sal, sus vidrios rotos
contra la roca inmóvil, sacudía.

El silencio era abierto y agresivo
después de cada golpe o catarata.

Mi sueño se cosía
como hilando la noche interrumpida
y entonces el pequeño ser peludo,
oso pequeño o niño enfermo;
sufría asfixia o fiebre,
pequeña hoguera de dolor, gemido
contra la noche inmensa del océano,
contra la torre negra del silencio,
un animal herido,
pequeñito,
apenas susurrante
bajo el vacío de la noche,
solo.


[No hay mucho que contar]

No hay mucho que contar
para mañana
cuando ya baje
al Buenosdías
es necesario para mí
este pan
de los cuentos,
de los cantos.
Antes del alba, después de la cortina
también, abierta al sol del frío,
la eficacia de un día turbulento.

Debo decir: aquí estoy,
esto no me pasó y esto sucede:
mientras ranro las algas del océano
se mecen predispuestas

a la ola,
y cada cosa tiene su razòn:
sobre cada raròn un movimiento
como de ave marina que despega
de piedra o agua o alga flotadora.

Yo con mis manos debo
llamar: Venga cualquiera.

Aquí está lo que rengo, lo que debo,
oigan la cuenta, el cuento y el sonido.

Así cada mañana de mi vida
traigo del sueño otro sueño.


[Llueve]

Llueve
sobre la arena, sobre el techo
el tema
de la lluvia:
las largas eles de la lluvia lenta
caen sobre las páginas
de mi amor sempiterno,
la sal de cada día:
regresa lluvia a tu nido anterior,
vuelve con tus agujas al pasado:
hoy quiero el espacio blanco,
el tiempo de papel para una rama
de rosal verde y de rosas doradas:
algo de la infinita primavera
que hoy esperaba, con el cielo abierto
y el papel esperaba,
cuando volviò la lluvia
a tocar tristemente
la ventana,
luego a bailar con furia desmedida
sobre mi corazòn y sobre el techo,
reclamando
su sitio,
pidiéndome una copa
para llenarla una vez más de agujas,
de tiempo transparente,
de lágrimas.


[En pleno mes de junio]

En pleno mes de junio
me sucedió una mujer,
más bien una naranja.
Está confuso el panorama;
tocaron a la puerta:
era una ráfaga,
un látigo de luz,
una tortuga ultravioleta,
la vi
con lentitud de telescopio,
como si lejos fuera o habitara
esta vestidura de estrella,
y por error del astrònomo
hubiera entrado en mi casa.


[Esta campana rota]

Esta campana rota
quiere sin embargo cantar:
el metal ahora es verde,
color de selva tiene la campana,
color de agua de estanques en el bosque,
color del día en las hojas.

El bronce roto y verde,
la campana de bruces
y dormida
fue enredada por las enredaderas,
y del color oro duro del bronce
pasó a color de rana:
fueron las manos del agua,
la humedad de la costa,
que dio verdura al metai,
ternura a la campana.

Esta campana rota
arrastrada en el brusco matorral
de mi jardín salvaje,
campana verde, herida,
hunde sus cicatrices en la hierba:
no llama a nadie más, no se congrega
junto a su copa verde
más que una mariposa que palpita
sobre el metal caído y vuela huyendo
con alas amarillas.


[Quiero saber si usted viene conmigo]

Quiero saber si usted viene conmigo
a no andar y no hablar, quiero
saber si al fin alcanzaremos
la incomunicaciòn: por fin
ir con alguien a ver el aire puro,
la luz listada del mar de cada día
o un objeto terrestre
y no tener nada que intercambiar
por fin, no introducir mercaderías
como lo hacían los colonizadores
cambiando baratijas por silencio.

Pago yo aquí por tu silencio.

De acuerdo: yo te doy el mío
con una condición: no comprendernos.


(H. V.)

Me sucedió con el fulano aquél
recomendado, apenas conocido,
pasajero en el barco, el mismo barco
en que viajé fatigado de rostros.
Quise no verlo, fue imposible.
Me impuse otro deber conrra mi vida:
ser amistoso en vez de indiferente
a causa de su rápida mujer,
alta y bella, con frutos y con ojos.

Ahora veo mi equivocaciòn
en su triste relato de viajero.


Fui generoso provincianamente.

No creció su mezquina condición
por mi mano de amigo, en aquel barco,
su desconfianza en sí siguiò más fuerte
como si alguien pudiera convencer
a los que no creyeron en sí mismos
que no se menoscaben en su guerra
contra la propia sombra. Así nacieron.


[No un enfermizo caso, ni la ausencia]

No un enfermizo caso, ni la ausencia
de la grandeza, no,
nada puede matar nuestro mejor,
la bondad, sí señor, que padecemos:
bella es la flor del hombre, su conducta
y cada puerta es la bella verdad
y no la susurrante alevosía.

Siempre saqué de haber sido mejor,
mejor que yo, mejor de lo que fui,
la condecoraciòn más taciturna:
recobra aquel peíalo perdido
de mi melancolía hereditaria:
buscar una vez más la luz que canta
dentro de mí, la luz inapelable.


[Sí, camarada, es hora de jardín]

Sí, camarada, es hora de jardín
y es hora de batalla, cada día
es sucesiòn de flor o sangre:
nuestro tiempo nos entregò amarrados
a regar los jazmines
o a desangrarnos en una calle oscura:
la virtud o el dolor se repartieron
en zonas frías, en mordientes brasas,
y no había otra cosa que elegir:
los caminos del cielo,
antes tan transitados por los santos,
están poblados por especialistas.


Ya desaparecieron los caballos.

Los héroes van vestidos de batracios,
los espejos viven vacíos
porque la fiesta es siempre en otra parte,
en donde ya no esramos invitados
y hay pelea en las puertas.

Por eso es éste el llamado penúltimo,
el décimo sincero
toque de mi campana:
al jardín, camarada, a la azucena,
al manzano, al clavel intransigente,
a la fragancia de los azahares,
y luego a los deberes de la guerra.

Delgada es nuestra patria
y en su desnudo filo de cuchillo
arde nuestra bandera delicada.


[Desde que amaneciò con cuántos hoy]

Desde que amaneció con cuántos hoy
se alimentò este día?
Luces letales, movimientos de oro,
centrífugas luciérnagas,
gotas de luna, pústulas, axiomas,
todos los materiales superpuestos
del transcurso: dolores, existencias,
derechos y deberes:
nada es igual cuando desgasta el día
su claridad y crece
y luego debilita su poder.

Hora por hora con una cuchara
cae del cielo el ácido
y así es el hoy del día,
el día de hoy.


[El puerto puerto de Valparaíso]

El puerto puerto de Valparaíso
mal vestido de tierra
me ha contado: no sabe navegar:
soporta la embestida,
vendaval, terremoto,
ola marina,
todas las fuerzas le pegan
en sus narices rotas.

Valparaíso, perro pobre
ladrando por los cerros,
le pegan los pies
de la tierra
y las manos del mar.
Puerto puerro que no puede salir
a su destino abierto en la distancia
y aúlla
solo
como un tren de invierno
hacia la soledad,
hacía el mar implacable.


[Todos me preguntaban cuándo parto]

Todos me preguntaban cuándo parto,
cuándo me voy. Así pareceque uno hubiera sellado en silencio
un conrraío terrible:
irse de cualquier modo a alguna parte
aunque no quiera irme a ningún lado.

Señores, no me voy,
yo soy de Iquique,
soy de las viñas negras de Parral,
del agua de Temuco,
de la tierra delgada,
soy y estoy.


Lento

Don Rápido Rodríguez
no me conviene:
doña Luciérnaga Aguda
no es mí amor:
para andar con mis pasos amarillos
hay que vivir adentro
de las cosas espesas:
barro, madera, cuarzo,
merales,
construcciones de ladrillo:
hay que saber cerrar los ojos
en la luz,
abrirlos en la sombra,
esperar.


Sucede

Golpearon a mi puerta el 6 de agosto:
ahí no había nadie
y nadie entrò, se senrò en una silla
y transcurriò conmigo, nadie.

Nunca me olvidaré de aquella ausencia
que entraba como Pedro por su casa
y me satisfacía con no ser:
con un vacío abierto a rodo.

Nadie me interrogò sin decir nada
y contesté sin ver y sin hablar.

Qué entrevista espaciosa y especial!


Rama

Una rama de aromo, de mimosa,
fragante sol del entumido invierno,
compré en la feria de Valparaíso
y seguí con aromo y con aroma
hasta Isla Negra.

Cruzábamos la niebla,
campos pelados, espinares duros,
tierras irías de Chile
(bajo el cielo morado
la carretera muerta).

Sería amargo el mundo
en el viaje invernal, en el sinfín,
en el crepúsculo deshabitado,
si no me acompañara cada vez,
cada siempre,
la sencillez central
de una rama amarilla.


El embajador

Viví en un callejòn donde llegaban
a orinar todo garò y todo perro
de Santiago de Chile.
Era en 1925.
Yo me encerraba con la poesía
transportado al Jardín de Albert Samain,
al suntuoso Henri de Régnier,
al abanico azul de Maliarmé.

Nada mejor contra la orina
de millares de perros suburbiales
que un cristal redomado
con pureza esencial, con luz y cielo:
la ventana de Francia, parques fríos
por donde las estatuas impecables
-era en 1925-
se intercambiaban camisas de mármol,
patinadas, suavísimas al tacro
de numerosos siglos elegantes.

En aquel callejòn yo fui feliz.

Más tarde, años después,
llegné de Embajador a los Jardines.

Ya los poetas se habían ído.

Y las estatuas no me conocían.


Aquí

Me vine aquí a contar las campanas
que viven en el mar,
que suenan en el mar,dentro del mar.

Por eso vivo aquí.


[Si cada día cae]

Si cada día, cae
dentro de cada noche
hay un pozo
donde la claridad está encerrada.

Hay que sentarse a la orilla
del pozo de la sombra
y pescar luz caída
con paciencia.


Todos

Yo tal vez yo no seré, tal vez no pude,
no fui, no vi, no estoy:
¿qué es esto? ¿Y en qué junio, en qué madera
crecí hasta ahora, continué naciendo?

No crecí, no crecí, seguí muriendo?

Yo repetí en las puertas
el sonido del mar,
de las campanas.
Yo pregunté por mí, con embeleso
(con ansiedad más tarde),
con cascabel, con agua,
con dulzura:
siempre llegaba tarde.
Ya estaba lejos mi anterioridad,
ya no me respondía yo a mí mismo,
me había ido muchas veces yo.

Y fui a la pròxima casa,
a la pròxima mujer,
a todas partes
a preguntar por mí, por tí, por todos:
y donde yo no estaba ya no estaban,
todo estaba vacío
porque sencillamente no era hoy,
era mañana.

Por qué buscar en vano
en cada puena en que no existiremos
porque no hemos llegado todavía?

Así fue como supe
que yo era exactamente como tú
y como todo el mundo.


Pereza

No trabajé en domingo,
aunque nunca fui Dios.
Ni del lunes al sábado
porque soy criatura perezosa:
me contenté con mirar las calles
donde trabajaban llorando
picapedreros, magistrados, hombres
con herramientas o con ministerios.

Cerré todos mis ojos de una vez
para no cumplir con mis deberes:
ésa es la cosa
me susurraba a mí mismo
con todas, mis gargantas,
y con todas mis manos
acaricié soñando
las piernas femeninas que pasaban volando.

Luego bebí vino tinto de Chile
durante veinte días y diez noches.
Bebí ese vino color amaranto
que nos palpita y que desaparece
en tu garganta como un pez fluvial.

Debo agregar a este testimonio
que más tarde dormí, dormí, dormí

sin renegar de mi mala conducta
y sin remordimientos:
dormí tan bien como si lloviera
interminablemente
sobre todas las islas
de este mundo
agujereando con agua celeste
la caja de los sueños.


Nombres

Ay, Eduvigis, qué nombre tan bello
tienes, mujer de corazón azul:
es un nombre de reina
que poco a poco llegò a las cocinas
y no regresó a los palacios.

Eduvigis
está hecho de sílabas trenzadas
como racimos de ajos
que cuelgan de las vigas.

Si miramos tu nombre en la noche,
cuidado! resplandece
como una tiara desde la ceniza,
como una brasa verde
escondida en el tiempo.


Esperemos

Hay oíros días que no han llegado aún,
que están haciéndose
como el pan o las sillas o el producto
de las farmacias o de los talleres:
hay fábricas de días que vendrán:
existen artesanos del alma
que levantan y pesan y preparan
ciertos días amargos o preciosos
que de repente llegan a la puerta
para premiarnos con una naranja
o para asesinarnos de inmediato.


Las estrellas

De allí, de allí, señaló el campanero:
y hacia ese lado vio la muchedumbre
lo de siempre, el nocturno azul de Chile,
una palpitación de estrellas pálidas.

Vinieron más, los que no habían visto
nunca, hasta ahora, lo que sostenía
el cielo cada día y cada noche,
y otros más, otros más, más sorprendidos,
y todos preguntaban, ¿dónde, adonde?

Y el campanero, con grave paciencia,
indicaba la noche con estrellas,
la misma noche de todas las noches.


Ciudad

Suburbios de ciudad con dientes negros
y paredes hambrientas
saciadas con harapos de papel:
la basura esparcida,
un hombre muerto
entre las moscas de invierno
y la inmundicia:
Santiago,
cabeza de mi patria
pegada a la gran cordillera,
a las naves de nieve,
triste herencia
de un siglo de señoras colifinas
y caballeros de barbita blanca,
suaves bastones, sombreros de plata,
guantes que protegían uñas de águila.

Santiago, la heredada,
sucia, sangrienta, escupida,
triste y asesinada
la heredamos
de los señores y su señorío.

Cómo lavar tu rostro,
ciudad, corazón nuestro,
hija maldita,
cómo
devolverte la piel, la primavera,
la fragancia,
vivir contigo viva,
encenderte encendida,
cerrar los ojos y barrer tu muerte
hasta resucitarte y florecerte
y darte nuevas manos y ojos nuevos,
casas humanas, flores en la luz!


[Se llama a una puerta de piedra]

Se llama a una puerta de piedra
en la costa, en la arena,
con muchas manos de agua.
La roca no responde.

Nadie abrirá. Llamar es perder agua,
perder tiempo.
Se llama, sin embargo,
se golpea
rodo el día y el año,
todo el siglo, los siglos.

Por fin algo pasó.
La piedra es otra.

Hay una curva suave como un seno,
hay un canal por donde pasa el agua,
la roca no es la misma y es la misma.
Allí donde era duro el arrecife
suave sube la ola por la puerta
terrestre.


[Perdón si por mis ojos no llegó]

Perdón si por mis ojos no llegó
más claridad que la espuma maririai
perdòn porque mi espado
se extiende sin amparo
y no termina:
monótono es mi caneo,
mi palabra es un pájaro sombrío,
fauna de piedra y mar, el desconsuelo
de un plañera invernal, incorruptible.
Perdòn por esta sucesión del agua,
de la roca, la espuma, el desvarío
de la marea: así es mi soledad:
bruscos saltos de sal contra los muros
de mi secreto ser, de tal manera
que yo soy una parte
del invierno,
de la misma extensión que se repite
de campana en campana en tantas olas
y de un silencio como cabellera,
silencio de alga, canto sumergido.


[Sangrienta fue toda tierra del hombre]

Sangrienta fue toda tierra del hombre.
Tiempo, edificaciones, rutas, lluvia,
borran las constelaciones del crimen,
lo cierto es que un planeta tan pequeño
fue mil veces cubierto por la sangre,
guerra o venganza, asechanza o batalla,
cayeron hombres, fueron devorados,
luego el olvido fue limpiando
cada metro cuadrado: alguna vez
un vago monumento mentiroso,
a veces una cláusula de bronce,
luego conversaciones, nacimientos,
municipalidades, y el olvido.
Qué arfes tenemos para el exterminio
y qué ciencia para extirpar recuerdos.
Está florido lo que fue sangriento.
Prepararse, muchachos,
para otra vez matar, morir de nuevo,
y cubrir con flores la sangre.


[Trinó el zorzal, pájaro puro]

Trinò el zorzal, pájaro puro
de los campos de Chile:
llamaba, celebraba,
escribía en el viento.
Era temprano,
aquí, en invierno, en la costa.
Quedaba un arrebol celeste
como un delgado trozo de bandera
flotando sobre el mar.
Luego el color azul invadiò el cielo
hasta que todo se llenò de azul,
porque ése es el deber de cada día,
el pan azul de cada día.


[Allí está el mar? Muy bien, que pase]

Ahí está el mar? Muy bien, que pase.
Dadme
la gran campana, la de raza verde.
No, ésa no es, la otra, la que tiene
en la boca de bronce una ruptura,
y ahora, nada más, quiero estar solo
con el mar principal y la campana.
Quiero no hablar por una larga vez,
silencio, quiero aprender aún,
quiero saber si existo.


Final

Matilde, años o días
dormidos, afiebrados,
aquí o allá,
clavando,
rompiendo el espinazo,
sangrando sangre verdadera,
despertando tal vez
o perdido, dormido:
camas clínicas, ventanas extranjeras,
vestidos blancos de las sigilosas,
la torpeza en los pies.

Luego estos viajes
y el mío mar de nuevo:
tu cabeza en la cabecera,

tus manos voladoras
en la luz, en mi luz,
sobre mi tierra.

Fue tan bello vivir
cuando vivías!

El mundo es más azul y más terrestre
de noche, cuando duermo
enorme, adentro de tus breves manos.


 

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"Universalización del ensino Superior en Cuba"

 

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Como siempre "Desde Pancho" y la necesaria

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PROMULGACIÓN DE LA LEY DEL EMBUDO*



Ellos se declararon patriotas.
En los clubs se condecoraron
y fueron escribiendo la historia.
Los Parlamentos se llenaron
de pompa, se repartieron
después la tierra, la ley,
las mejores calles, el aire,
la Universidad, los zapatos.

Su extraordinaria iniciativa
fue el Estado erigido en esa
forma, la rígida impostura.
Lo debatieron, como siempre,
con solemnidad y banquetes,
primero en círculos agrícolas,
con militares y abogados.
Y al fin llevaron al Congreso
la Ley suprema, la famosa,
la respetada, la intocable
Ley del Embudo.
Fue aprobada.

Para el rico la buena mesa.

La basura para los pobres.

El dinero para los ricos.

Para los pobres el trabajo.

Para los ricos la casa grande.

El tugurio para los pobres.

El fuero para el gran ladrón.

La cárcel al que roba un pan.

París, París para los señoritos.

El pobre a la mina, al desierto.

El señor Rodríguez de la Crota
habló en el Senado con voz
meliflua y elegante.
“Esta ley, al fin, establece
la jerarquía obligatoria
y sobre todo los principios
de la cristiandad.
Era
tan necesaria como el agua.
Sólo los comunistas, venidos
del infierno, como se sabe,
pueden discutir este código
del Embudo, sabio y severo.
Pero esta oposición asiática,
venida del sub-hombre, es sencillo
refrenarla: a la cárcel todos,
al campo de concentración,
así quedaremos sólo
los caballeros distinguidos
y los amables yanaconas
del Partido Radical”.

Estallaron los aplausos
de los bancos aristocráticos:
qué elocuencia, qué espiritual,
qué filósofo, qué lumbrera!
Y corrió cada uno a llenarse
los bolsillos en su negocio,
uno acaparando la leche
otro estafando en el alambre,
otro robando en el azúcar
y todos llamándose a voces
patriotas, con el monopolio
del patriotismo, consultado
también en la Ley del Embudo.

 

*Poema de rabiosa actualidad (Nota del Editor)